Boca arrancó la Copa con dos rojas y un buen punto

El Xeneize sufrió dos expulsiones ante Monagas (Valdez y Roncaglia), lesiones de sus 9, pero se trajo un empate. Y hasta casi lo gana.

Pablo Ramon, Olé

De pensar en ganar, de salir enfocado para imponer condiciones, a cambiar el chip no una, sino dos veces. El debut de Boca en la Libertadores tuvo los contrastes de lo inesperado por una sucesión de hechos desafortunados. Por la temprana expulsión de Valdez, que lo obligó a jugar diferente. Por la expulsión de Roncaglia sobre el final, que lo puso ante otra dificultad. La buena noticia que se lleva el Xeneize es que demostró otra prestación ante las crisis sucesivas. Tuvo Plan B, tuvo Plan C, y así y todo estuvo mucho más cerca de ganar que de perder. Y demostró que, más allá de la suerte que pueda correr Mariano Herrón, el equipo está mejor conducido, mejor gestionado. Mejor entrenado también. Acaso la mala noticia sea que otra vez se complicó solo, porque primero Valdez y si expulsión increíble, después la mano evitable de Roncaglia para que Boca quedara con nueve. Lo llamativo es que, aún así, debió ganarlo, mereció ganarlo. Boca dejó la piel para bancar el empate y para no resignarse ante la adversidad. La recompensa paga el esfuerzo, pero si así empezó la Copa...


Es cierto, Boca tuvo un comienzo convincente, en el que marcó territorio, impuso el ritmo y las condiciones. El equipo de Herrón no esperó ningún round de estudio: ya desde lo posicional asumió su debut en la Copa con autoridad. Con la línea de cuatro más adelantada, en general más cerca de la mitad de la cancha que del área, el equipo se hizo corto, cubría bien los espacios y los mediocampistas, al no estar tan atrás, podían manejar la pelota y llegar al área rival. Después de un período de constante dominio sin generar llegadas, tuvo tres en una: un centro de la derecha desencadenó dos tiros de Fabra y uno de Villa, y en el medio sucesivas salvadas de Mosquera, el arquero de Monagas. Una pena que durara tan poco, que esos primeros 10 minutos fueran una primavera fugaz. Porque después, Boca dejó de hacer lo que tan bien hizo en ese arranque prometedor: perdió la paciencia de buscar pase entre los internos, se tentó con el pelotazo fácil a Villa, y el partido se enmarañó, no tuvo dueño, se acható.

Con nada, Monagas le emparejó el partido. Fue más lo que Boca dejó de hacer, que lo que efectivamente el equipo venezolano propuso para cambiar el trámite. En términos futbolísticos, fue el Boca de siempre, el desdibujado, el que no tiene cultura del juego asociado, el que saltea pasos buscando una y otra vez el juego largo. Es cierto, para Herrón (y para cualquier entrenador en sus zapatos) no le será fácil cambiar los vicios que el equipo adquirió en la era Ibarra. Contra Barracas hubo algunas buenas señales, las mismas que se repitieron en el inicio ante Monagas, pero que rápidamente se desdibujaron, señal que, con toda lógica, la idea aún no se afianzó lo suficiente, no se hizo carne, no se hizo estilo.

Con uno menos, paradójicamente, Boca se ordenó, encontró un plan. Herrón hizo la lógica: puso a Advíncula por Langoni, Figal se corrió de central, pero bancó la parada con tres mediocampistas y dejó a Villa de punta con Benedetto, lo que fue un acierto. Así, en una salida desde Varela, quedó claro que había terreno para jugar. Después de una triangulación y un pase al vacío para el peruano, el desborde picante del lateral y su centro posterior encontró a Villa pifiando el remate, pero a Pipa atento para sacar un tiro que se estrelló en el palo izquierdo de Mosquera. Otra vez, si el Xeneize no se apuraba al pase largo fácil, los espacios estaban. Casi enseguida, hubo un desborde, esta vez del otro lateral, y el centro de Fabra puso a Pol de cara al gol, pero el capitán falló. Pero Boca no insistió con la idea. Es cierto, privilegió el orden para no arriesgar de más, porque en definitiva Monagas no lo complicó casi nunca.


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