Un repaso por la historia de la democracia: sólo un 8% del mundo la vive de forma plena

En el año 1990, existían unas 26 democracias electorales. En el año 2015, el número ascendió a 150

Infobae
Teniendo en cuenta que la democracia siempre puede estar en peligro (y por eso hay que ser cuidadosos y no caer ante las tentaciones autoritarias), nos tocará aprender a identificar cuando la disfrutamos a pleno, para poder reconocer en el momento exacto en el cual comienza a desvanecerse.

Dicho esto, la democracia podría ser definida, en términos generales, como el sistema de gobierno en el cual las personas determinan las leyes y el rumbo del país, ya sea directamente o mediante sus representantes elegidos por la mayoría. En el año 1990, en nuestro planeta existían unas 26 democracias electorales. En el año 2015, el número ascendió a 150. A mayor desarrollo económico, mayor democracia, mejores niveles de educación, mayor cantidad de empresas, menor tasa de pobreza y clases medias más grandes. Éstos son los hechos. Hay una gran correlación entre el nivel de riqueza de un país y la apertura o democratización de su sistema político.

Para entender la democracia debemos partir de la etimología de la palabra. Demos proviene de gente y kratos de poder: el poder en manos de la gente. Winston Churchill recordaba que «la democracia es el único sistema que insiste en preguntar a los poderes que hay si son los poderes que deberían ser».

La democracia remonta sus orígenes aproximadamente al año 500 a. C., en Atenas, donde aparecieron las primeras ciudades-Estado independientes o polis con diversas instituciones, tales como el Consejo de los Cuatrocientos, la Asamblea (donde votaban los ciudadanos, aunque no todos, en ese entonces sólo votaban los adultos hombres, no los esclavos ni las mujeres, y se trataban asuntos económicos, políticos o de guerra) y, por último, las Cortes Populares. En este marco, las personas eran escuchadas y, desde Pericles, en tal modelo político no se imponían decisiones, sino que se votaban de manera libre.

Podríamos decir que Solón, el legislador más famoso de Atenas, nacido en el año 638 a. C., fue el precursor de la democracia ateniense. Pues fue él quien promulgó una ley para la emancipación de esclavos, además de introducir el Consejo de los Cuatrocientos y un Tribunal de Justicia Popular. En el año 594 a. C. le dio a Atenas una Constitución llamada solónica, a partir de la cual los ciudadanos atenienses (con algunas excepciones) tenían que decidir por sí mismos qué iban a hacer, mediante decisiones de la mayoría. Fueron sus semillas las que gestaron el ambiente perfecto para la aparición de los primeros pasos de la democracia y lo que más tarde llamaremos igualdad ante la ley.

A sus logros podemos sumar a Clístenes de Atenas, nacido en el año 570 a. C., denominado por Heródoto (480-425 a. C.) como el creador de la democracia: los consejeros del introducido Consejo de los Quinientos podían servir dos veces a lo largo de su vida, y es este proceso o sistema el que se denomina demokratia, el “poder del pueblo”, y que en el Consejo brindaría isegoría o “igualdad de palabra”. Además, Clístenes le dio derecho de ciudadanía a los extranjeros, marinos y mercaderes que vivían cerca de los puertos.

No obstante, la democracia no tiene un punto de inicio exacto, puesto que ha sido conformada en un largo proceso de gestación hasta moldearse como la conocemos en la actualidad bajo una noción mucho más compleja que como se entendía en la Antigüedad.

En la actualidad conocemos la democracia como un modelo en el que prima la opinión de la mayoría y los ciudadanos participan en el proceso de toma de decisiones, en el que el poder político es ejercido por la ciudadanía y para la ciudadanía. Aquí se constituye una forma de gobierno de las mayorías.

Es importante tener en cuenta que «la decisión de la mayoría» no implica aplastar las decisiones de las minorías ni faltarles al respeto. Y aquí reside la cuestión: no siempre la democracia ha salvaguardado las libertades individuales, y en varias ocasiones ha derivado en populismos que, una vez que llegaron al poder a través de las vías democráticas, destruyeron la institucionalidad.

Esto no quiere decir que debamos deshacernos de la democracia, sino más bien que debemos sumar al sistema democrático factores como la libertad cultural, la división de poderes, el libre mercado y un Estado de derecho. De esta manera, cuando hay controles sobre el poder, las decisiones de la mayoría no pueden lastimar la libertad de las minorías. Además, el Gobierno debe ser elegido mediante elecciones libres y justas, y necesitamos contar con instituciones que controlen y vigilen de manera permanente a nuestros gobernantes con el objetivo de que no abusen del poder ni pretendan reformar a gusto las reglas institucionales. La justicia independiente será clave en todo este desenlace.

La democracia no es suficiente, puesto que, si no va de la mano del respeto a los derechos y las libertades civiles y el respeto a un marco de seguridad jurídica, puede derivar en autoritarismos. Parafraseando a Guillermo O’Donnell, la democracia también puede morir de manera lenta, no ya por abruptos golpes militares, sino mediante una sucesión de medidas poco espectaculares, pero acumulativamente letales.

Pero eso no es todo. Hoy se suman modelos como la llamada “democracia iliberal”, una propuesta que, como su título define, lleva a los gobernantes a acceder al poder por las vías democráticas, pero en un marco en el que no existe la división de los poderes estatales, no hay independencia judicial, no predomina la división entre la religión y el Estado ni se protegen las libertades civiles o los derechos de las minorías. Más que la expresión de la voluntad del ciudadano, el voto es el aval ilimitado del Gobierno. El votante es en realidad un insumo del poder.

La palabra democracia le da un golpe de marketing a este modelo, y le sirve para mantener una fachada sana mientras avanza hacia el desarrollo de instituciones iliberales que atentan contra la mismísima democracia, transformándola en una «democracia vacía», en la que la mayoría efectivamente cuenta con el poder de aplastar a la minoría si así lo desea.

Este término comenzó a utilizarse en 1997, en el artículo «El auge de la democracia iliberal», del politólogo Fareed Zakaria, para ponerle título a los Gobiernos legítimos cuando se habla de las urnas, pero que no admiten respeto alguno por los límites de los poderes estatales. Además, es un término que refleja una apariencia externa de democracia, con procesos de elecciones y las dinámicas de los sistemas parlamentarios, pero con un caudillo fuerte que marca con énfasis la presencia del Estado en la vida de la gente, sea del modo que sea.

El mayor representante actual de este modelo de “democracia iliberal” se encuentra en el corazón de la Unión Europea y es Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, una de las cabezas de la nueva derecha europea nacional-populista que da lustre a los aires nacionalistas, detesta todo lo que sea extranjero y ve en las libertades individuales o temáticas, como la libre inmigración, una amenaza inminente.

Este modelo ha llegado a denominarse democratura, una mezcla entre democracia y dictadura. Fue Viktor Orbán quien acuñó la expresión «democracia iliberal» en 2014, durante la campaña electoral de su partido Fidesz, que encarna la más fervorosa forma de iliberalismo. Este modelo es aplaudido por la nueva derecha organizada en filas como las de Vox en España, Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil y sus demás “aliados naturales”.

En este modelo, el autoritarismo obtiene una justificación en la democracia misma; un modelo o sistema autoritario puede ser una categoría amplia, pero destacada por sumar a sus filas a Gobiernos con poder supremo cuyas decisiones recaen en una persona o grupo determinado. Algunos modelos autoritarios pueden pretender ser democracias permitiendo la existencia de partidos políticos que, en verdad, no tienen poder real, o también pueden ejercer de manera abierta una represión y poder brutales sobre la población, sin esconderse detrás de falsas máscaras democráticas.

Quedará en los ciudadanos aprender a cuidar la democracia liberal, saber identificar cuando la misma peligre, pero por sobre todas las cosas hacer algo al respecto.


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