El canterano va de menos a más año tras año y la tendencia es que sus minutos se concentren en la segunda mitad de la temporada.
Mario de la Riva
As
Cuando llega lo importante, la temporada se pone cuesta arriba y el Madrid se juega los títulos, Nacho siempre está al quite.
No importa los fichajes que lleguen y le relegan en el escalafón de la
defensa (Alaba y Rüdiger, los más recientes), ni que al principio no
haya contado para el entrenador de turno. El canterano, de 33 años, siempre está listo, acaba teniendo minutos y despliega un rendimiento extraordinario.
Suele
ser una tónica en las diez temporadas que lleva en el primer equipo, en
el que debutó en abril de 2011 todavía como jugador del Castilla. Al
principio no juega o hay un momento en el que su participación decae.
Pero con el avance de la temporada su protagonismo se acentúa. Los
meses de enero a mayo son, uno por uno, los que más juega. Marzo, el que
más.
En cinco de las seis últimas temporadas Nacho ha cerrado el curso superando o rozando los 2.500 minutos.
Sólo falló en la 2019-20, su peor temporada, cuando se quedó en 685′,
pero con una aportación importante: el gol que marcó en Valladolid (0-1)
tras el que, pese al año que llevaba, se fundió en un abrazo con Zidane.
En la 2020-21, todavía con el técnico francés, lo jugó casi todo desde
febrero y el año pasado, ya con Ancelotti, aunque no alcanzó las mismas
cotas de protagonismo, en Champions fue fundamental en el camino hacia la Decimocuarta.
Esta campaña, tras un arranque sin presencia en el equipo, Nacho se ha rehecho. Una temporada más crece con el paso de los partidos, va camino de llegar sin dificultades a esa frontera de los 2.500 minutos (lleva 1.955′) y se ha ganado su regreso a la Selección tras cuatro años ignorado por Luis Enrique.