San Lorenzo le ganó a Godoy Cruz por 1 a 0, se consolida y sigue los pasos de los viejos y queridos Camboyanos
En el Nuevo Gasómetro, se impuso sobre Godoy Cruz con un tanto de penal de Bareiro; no brilla casi nunca... y casi nunca baja los brazos, con la última gota de sudor
Cuenta la historia que ese San Lorenzo. No tenía cancha, había sueldos atrasados, no salía nada bien, ni siquiera, el agua caliente para una ducha después de cada entrenamiento. Sin embargo, aquel Ciclón de Lucho Malvárez (”somos como los camboyanos, estamos solos y no damos nada por perdido”) tiene una referencia directa a este equipo, con una economía que se va restableciendo, sin figuras, con las elecciones que siguen postergadas y... 500 minutos sin recibir goles en contra en su cancha. Siempre, pero siempre, de atrás hacia adelante. La gente canta, después del 1-0, como si hubiera sido una goleada a Huracán. Quiere creer: está aferrada a esa parte de la historia.
Ocho minutos tardó el VAR para determinar una acción. O una doble acción: si había penal de Rasmussen sobre Vombergar (era imperceptible, pero lo parecía) y si un par de segundos antes, había posición ilícita de Bareiro, si tuvo contacto con el balón. Parecía una eternidad, entre los 39 grados de térmica, la efervescencia de los hinchas (entre los cánticos y los reproches) y un equipo, San Lorenzo, con la obligación de ganar con dudosos conceptos de ataque. Godoy Cruz, mientras tanto, se sentía cómodo, libre.
Penal, resolvió al tecnología. Nazareno Arasa, un árbitro con proyección, tomó nota de la situación (que había ignorado ocho minutos antes) y cobró la pena. Tomó el balón Leguizamón, un atrevido, que reemplazó a Cerutti en la segunda mitad, luego de avances esporádicos, irresolutos, más preocupado el Ciclón por las gambetas de Allende que de imponer su peso específico. Porque San Lorenzo tiene poco, es cierto. Pero es suficiente para creer en algo más que una zona de confort, algo más arriba de la mitad de la cancha. Tiene que decidirse, proponérselo.
Bareiro le robó la pelota a Leguizamón, apuntó y le pegó a un costado, con clase. De penal, San Lorenzo encontró el alivio, una llave. La picardía de Barrios, las ganas de Braida y un par de zagueros nacidos en Colombia con cara de malos. Sobre todo, Rafael Pérez, al lado de la Roca Sánchez. Ordenado, prolijo, estructurado: San Lorenzo es un equipo noble. Nunca deja la sensación de que se guarde algo. El problema es otro: imposible que un espectador imparcial pague una entrada para disfrutar de su desempeño. No tiene fantasía, no le sobra magia. No juega: trabaja. Lo que no es poco.
Los últimos 20 minutos, tal vez, representan lo mejor de un encuentro deslucido. Justo cuando se vuelve a parar el partido, para que los jugadores, al igual que en el primer capítulo, se refresquen del clima sofocante. También, para que refresquen sus propias ideas. Godoy Cruz es una formación excesivamente tímida, para ser liderada por Diego Flores, conocido como “el traductor” de Marcelo Bielsa. Y el Ciclón juega a imagen y semejanza de Rubén Darío Insua. El Gallego nunca bajaba de los 6 puntos, pero tenía dosis de jerarquía, de vez en cuando. A San Lorenzo le falta ese punto.
Godoy Cruz al ataque, San Lorenzo, rápido, devolvía esa suerte de golpe por golpe, con movimientos lentos, propios de una tarde a fuego lento. San Lorenzo gana. No gusta ni golea. Pero se acostumbra a sumar de a tres cada vez más seguido. Esa sensación que reconforta el espíritu. Que consolida, que hace crecer. Con Braida, Bareiro, el Perrito, el incansable Vombergar (”como dijo el técnico, queremos ganar un título”). Con los jóvenes de la casa, con la estirpe azulgrana. Una pequeña gran dosis de los Camboyanos nunca viene mal.