El Madrid se va de la Liga
La ferocidad del Mallorca se come al equipo de Ancelotti, siempre fuera de un partido muy áspero. Los baleares cometieron 29 faltas, diez de ellas a Vinicius. Asensio falló un penalti.
El encuentro vino de nalgas para el grupo de Ancelotti. Antes del viaje perdió a su mejor defensa (Militao) y a su único goleador de cuna (Benzema). En el calentamiento también se cayó del cartel Courtois, que se echó mano al aductor y desapareció por el túnel de vestuarios para no volver. Antes, el técnico había anunciado un once sin Modric ni Kroos. La renovación en el Madrid ya es indisimulable. Parece difícil que croata y alemán coincidan fuera de los partidos alfa y será frecuente que descansen a la vez ante equipos de tamaño medio cuando el calendario enloquezca. Léase ahora, cuando el invierno es infierno. La edad media de los tres centrocampistas y los tres puntas del equipo en Son Moix quedó establecida en 24 años. Una era gloriosa empieza a bajar solemnemente el telón.
También Aguirre hubo de afrontar un percance: el proceso febril de Valjent que le dejó fuera. El resto fue lo de siempre, un equipo de mucha pana y alguna seda (Ruiz de Galarreta) rematado por Kang-in Lee, vencido a la izquierda, y Muriqi, la pluma y la espada. Un equipo antipático, que es el mayor elogio que pueden merecer los que pelean con su presupuesto. Y un partido antipático también para Hernández Hernández, por la inquina del público y parte del vestuario balear hacia Vinicius. Le gritaron desde el primer balón que tocó. Le mandaron al suelo por primera vez a los tres minutos. Luego se atarugó. Hizo del choque una cuestión personal y eso casi nunca sale bien. Y fue el primero en ver una amarilla por un toquecito a Maffeo, que sufrió un desmayo que ayudó mucho para la amonestación.
El autogol
El Mallorca tuvo una salida feroz. Presión severísima, defensa adelantada para quitar espacio al Madrid, que es de lo que vive, abundancia de faltas tácticas y Muriqi, un delantero de combate. No hay jugador en la Liga más temible en las disputas, un boina verde. Él inició y casi acabó la jugada que adelantó al Mallorca. Ganó por arriba el balón con el que se fue armando el lance y lo intentó cerrar del mismo modo. Nacho, que pretendió ganar el salto imposible, tocó la pelota con la coronilla y esta describió una parábola suicida que superó a Lunin, convertido en maniquí.
Antes, el partido ya era del Mallorca, en el sentido táctico y anímico. Su furia roja se imponía abrumadoramente, un fútbol que quemaba muchas calorías y producía incomodidad en el campeón. A veces ese empuje bordeó la ley (12 faltas en la primera parte, un tercio de ellas a Vinicius) y así lo reclamó Ancelotti, mostrando tarjetas imaginarias a Hernández Hernández. El otro fútbol le llaman. Ni a ese ni al suyo supo jugar el Madrid en esa primera parte. Un disparo de Rüdiger desde 40 metros que se marchó a la grada resumió en dos segundos la impotencia blanca. Un central en busca del sueño imposible. En eso y en unos cuantos córners que no condujeron a ninguna parte se quedó antes del descanso. Sus puntas no tuvieron espacio ni desborde, los laterales no empujaron y Ceballos y Valverde creyeron que no pintaban nada allí.
Salvador Rajkovic
No cambiaron los técnicos ni el panorama a vuelta de vestuario salvo que en una jugada aisladísima, un pelotazo alargado por el viento que perseguía Vinicius, Rajkovic le derribó gratuitamente en el área. La pelota se le había puesto imposible ya al brasileño. Como no era el día del Madrid, Asensio lo lanzó con la zurda a su lado natural y natural también le pareció al meta, que lo paró.
En estado de excepción, Ancelotti metió a Modric. Para entonces el equipo empezaba a abusar de los centros laterales porque no se le ocurría nada mejor. Lo mismo le sucedió al técnico, que tiró incluso de Mariano, que suena a cuidados paliativos. También metió a Alaba como lateral, le dio el timón a Kroos y adelantó a Camavinga. Mientras, el Mallorca seguía a lo suyo: cerraba bien a diez y freía a faltas a Vinicius. Hubo más de sobrepegar que de sobreactuar.
La sacudida desde el banquillo no tuvo efecto en el campo. El Madrid siguió varios peldaños por debajo en intensidad y bajo cero en creación. Toda su posesión (casi un 75%) fue benigna, en zonas intrascendentes, sin nada que ofrecer a los dos nueves, Mariano y Rodrygo, y con poca viveza para las segundas jugadas en ese asedio final con el Mallorca ya enclaustrado. Así se le fue el partido y así empieza a marchársele la Liga.