El devastador terremoto de Turquía también pone a temblar la política
El Presidente Recep Tayyip Erdogan se enfrentará a unas duras elecciones en mayo
Las zonas de Siria afectadas por el sismo ya habían sufrido una década de guerra. El déspota sirio, Bashar al-Assad, es tan receloso de los forasteros y tan indiferente a la vida humana que puede impedir el acceso de las agencias de ayuda extranjeras. Incluso en las zonas de Siria que están fuera de su control, la entrada depende de carreteras desde Turquía que ahora están muy dañadas. Como es natural, Turquía se concentra en su propia población. Los donantes deben intentar, contra viento y marea, que Siria no quede abandonada. Hasta ahora, sin embargo, la respuesta ha sido demasiado lenta.
Mientras prosiguen las labores de socorro, la atención se centrará en la política. El Presidente Recep Tayyip Erdogan, que ha gobernado Turquía durante dos décadas, se enfrenta a unas elecciones en mayo que ya iban a ser difíciles para él, gracias a una economía tambaleante y a una tasa de inflación que ha superado el 50% por sus insensatas políticas monetarias. Los votantes tomarán nota de su respuesta al terremoto y se preguntarán por qué su gobierno no hizo más por prepararse para una catástrofe semejante tras el temblor de 1999. Él lo sabe: la fiscalía ya ha abierto investigaciones contra dos periodistas por criticar la respuesta del Estado.
Se trata de una sombría ironía. Erdogan llegó al poder tras las elecciones de 2002. Su nuevo partido, Justicia y Desarrollo (ak), puso patas arriba un sistema que había gobernado Turquía de forma ineficaz desde la restauración de la democracia en 1983. La débil respuesta del gobierno de entonces al terremoto de 1999, seguida de su mala gestión de la crisis financiera de 2001, contribuyeron a la sensación de que era necesaria una limpieza, y AK acabó con dos tercios de los escaños del parlamento. Ahora Erdogan se enfrenta a circunstancias similares: una crisis económica y otra humanitaria. Los votantes le juzgarán por su gestión de ambas.
El derrumbe de tantos edificios en Turquía -cerca de 6.000, según el gobierno- invitará al escrutinio. Surgirán pruebas de que se ignoraron los consejos de los expertos en terremotos y se incumplieron las normas de construcción mientras supervisores corruptos o incompetentes hacían la vista gorda. Uno de los rasgos distintivos del auge económico que hizo popular a Erdogan durante su primera década en el poder fue el aumento de la construcción, aunque la mayoría de los edificios que se derrumbaron se construyeron antes de que él llegara al poder. Ha tenido dos décadas para prepararse para un gran terremoto; no es ningún secreto que Turquía se encuentra en una de las fallas geológicas más activas del mundo.
Los índices de popularidad de Erdogan y su partido se acercan a mínimos históricos. El mes pasado adelantó las elecciones presidenciales y parlamentarias de junio a mayo, presumiblemente para desconcertar a la oposición, que aún no ha logrado unificarse en torno a un candidato único para el cargo más importante. Tras el seísmo, el Presidente declaró el estado de emergencia en diez provincias del sur, que durará tres meses, hasta casi la víspera de las elecciones. Sin duda, hay razones prácticas encomiables para ello. De hecho, el acceso a Twitter fue brevemente restringido después de que la gente lo utilizara para criticar la respuesta del gobierno a los terremotos. Ahora podría aplazar las elecciones. Turquía ya estaba entrando en un periodo difícil. La tectónica de placas acaba de hacerlo más peligroso.