El asedio al Perú
La libertad nunca debe darse por sentada y la lucha por los derechos humanos demanda una responsabilidad permanente
Los hechos se despliegan desde la espiralización de la crisis política que siguió al intento de autogolpe del presidente Pedro Castillo, el pasado 7 de diciembre.
Desconociendo la legitimidad de la mandataria Dina Boluarte, e infiltrados desde el exterior, violentos manifestantes procuran voltear su gobierno y llamar a una reforma constitucional con el verdadero propósito de realizar un cambio de régimen e instalar una autocracia.
El Perú es asediado mediante un mecanismo de coordinación político, ideológico y delictivo promovido por las fuerzas del castrochavismo. Los que pretenden utilizar reclamos legítimos para derribar la democracia, en una espiral de violencia que costó la vida de decenas de personas.
Pero esos conflictos callejeros no pueden ser interpretados sino en el contexto de los vividos en Argentina (2017), Chile (2019), Colombia (2021) y Ecuador (2022). Experiencias que enseñan hasta qué punto actúan las fuerzas del castrochavismo.
Las que hoy no ahorran esfuerzos para derribar las instituciones y la economía peruana, la que a lo largo de las últimas tres décadas ha mostrado un comportamiento virtuoso a pesar de la inestabilidad política.
Hoy asedian al Perú. Pero antes lo hicieron en otras naciones. Y mañana lo harán contra otras democracias.
Porque no podemos olvidar la naturaleza de un enemigo que nunca descansa y cuyo accionar resulta fundamental reconocer si procuramos vivir en democracia. Porque para llevar adelante sus deleznables designios, las fuerzas antidemocráticas de las Américas apelan a la intromisión en la vida política de nuestros países.
Una realidad que puede verificarse en el rol del ex presidente de Bolivia Evo Morales en el fomento de los desórdenes en el Perú. Un extremo que llevó a las autoridades de Lima a vedar su ingreso al país.
Los mismos propósitos se esconden detrás del activo proceder del embajador cubano en Lima, el coronel Carlos Rafael Zamora, también conocido como “el Gallo”, quien, de acuerdo con voces desde el exilio, oculta detrás de su función diplomática su verdadera vocación de espía al servicio de la expansión de la Revolución.
Acaso conviene reparar en su trayectoria. Como oficial de Inteligencia, Zamora tuvo una larga dilatada experiencia diplomática como embajador en Ecuador, Panamá, Brasil, El Salvador y Bolivia, donde fue acusado de promover los disturbios tras la renuncia de Morales en 2019.
Designado en Perú a fines de 2021, la aceptación de su plácet de estilo por parte del gobierno de Castillo fue cuestionada por figuras de la oposición, quienes advirtieron que pondría en riesgo la democracia en el país. Entonces, el legislador Ernesto Bustamante, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores, sostuvo que era una vergüenza haber aceptado a “un especialista en extorsión”.
A su vez, de acuerdo con la boliviana Roxana Lizárraga Vega -ex ministra de Jeanine Añez-, Zamora se entregó en La Paz a incentivar la confrontación entre bolivianos y armar los grupos de choque junto con su esposa, que también es una agente de inteligencia.
Dichos antecedentes explican el accionar de quienes sabotean las instituciones del Perú. Una nación que La Habana busca transformar en otro infierno castrochavista.
Según advirtieron analistas, en Perú, el embajador Zamora comenzó su misión asesorando al gobierno de Castillo para estabilizarse en el poder y luego procurar su eternización. Pero el fracaso de ésta operación -frustrada gracias a la resistencia de las instituciones democráticas- dieron paso a una segunda etapa, consistente en la agitación para provocar la caída del gobierno de Boluarte, el llamado a una reforma constitucional y la imposición de un cambio de régimen.
Como bien señaló el embajador del Perú en la Argentina, Peter Camino Cannock, la democracia no solo consiste en celebrar elecciones libres y justas sino también en respetar las instituciones, los equilibrios entre los poderes del Estado, los mecanismos de control establecidos y el respeto al Estado de Derecho.
A menudo, en el Siglo XXI, la democracia no es suprimida a través de tradicionales golpes de estado ejecutados mediante asonadas militares sino mediante el asedio de los gobiernos democráticos y su sustitución por autocracias castrochavistas.
Es ésta la realidad que enfrentan las democracias en nuestro hemisferio. Resulta imperativo recordar que la libertad nunca debe darse por sentada y que la lucha por los derechos humanos demanda una responsabilidad permanente.