ATLÉTICO 1-ATHLETIC 0 / Griezmann es la historia de siempre

El francés hace el gol de la victoria para el Atlético ante el Athletic, su rival favorito, al que ya le ha hecho 14 en 30 encuentros. Exhibición defensiva de Reinildo. Los de Valverde duraron solo una parte.

Patricia Cazón
As
Siempre pasa. Las raíces en Zubieta de Griezmann siempre brotan en estos partidos, ante el Athletic. Es su constante. Como Penny para Desmond. Lo respira y sus pulmones se hinchan a lo Hulk. Su gol aparece con la naturalidad con la que la primavera sigue al invierno. El del niño crecido en la Real con capacidad para domar leones. Griezmann inició la jugada en el medio del campo y Griezmann la finalizó. Combinó con Memphis y se cosió la pelota a su pie de seda para conducir entre rojiblancos como Moisés abriendo las aguas. Al llegar al área definió cruzando el balón. Fue un golazo. El grito de rabia al celebrarlo le salió de adentro. La mano al pecho, justo ahí donde se tiene a la vez el corazón y el escudo. Cuanto lo necesitaban. Él y su equipo en ese momento.


Se hacía raro mirar al verde y que en el Metropolitano el Atleti jugara de naranja. Pero es que el partido cuando empezó lo hizo ya con la piel de gallina. Esas banderas al viento, el pasillo, el himno a capella, el Atleti cediendo sus colores al rival, ese equipo de cuya costilla salió, el Athletic, por su 125 aniversario. Las pizarras de los técnicos, ambos grandes estudiosos y estrategas, rechinaron desde la primera pelota. Valverde cementaba el pivote añadiéndole a Vesga la pieza de Dani García con la intención de compactar sin encerrarse, buscando hacer daño. La idea de darle la titularidad a Agirrezabala para concederle rodaje pensando en la Copa fue un acierto. Simeone ordenaba a los suyos 4-1-4-1 para tener balón y vértigo.

El partido se inició intenso, con los dos equipos buscando el área con hambre de Carpanta y, mientras la grada se empeñaba en hacer sentir a los del Cholo fuera de casa, con esa guerra civil que la divide, los cánticos en dos direcciones y los silbidos. De su runrún se fue contagiando el equipo del Cholo. Cada vez que alguno de sus futbolistas quería asomar la nariz por el área de Agirrezabala, Vivan y Yeray le cerraban la puerta. Plas. Bye, bye. Y Nico Williams ya corría hacia Oblak campo a través. Reinildo se puso el traje ignífugo y a currar. A los treinta minutos su camiseta debía pesar ya una tonelada por el sudor vertido. Eso sí, Nico Williams se desquició por no ser capaz de saber cómo superarle, rebasarle, una y otra vez estampado en él. En corear su nombre a la vez era lo único en lo que la grada se ponía de acuerdo en la tarde. Alto y largo. Como Nico no podía con Reinildo, silbó y se le unió su hermano, Iñaki. ¿Resultado? El mismo. Nada. Se creyó una vez el mayor de los Williams que lo había despistado. Erró Koke y Muniaín le sirvió la pelota para la contra rauda y veloz cuando, de pronto, como de la nada, otra vez ahí Reinildo. Ola que ase. Y le quitó la bola. En el área contraria, el Athletic desactivaba las apariciones por dentro de Grizi y de Correa.

El duelo seguía competido, ninguno tenía ocasiones claras pero sí llegadas con peligro. Si Carrasco fallaba un mano a mano ante Agirrezabala, que detenía providencial con el pie, Dani García respondía con uy ante Oblak: recibía en el segundo palo un centro de Inaki Williams y remataba demasiado alto. Un Dani García, por cierto, ya con amarilla por una entrada de roja sobre Nahuel.

Agirrezabala puso el guante duro por bajo para volver a negarle el gol a Carrasco a los cinco minutos de la segunda parte y Oblak respondía con otra mano por bajo para negárselo a Nico Williams y desconectar para siempre al Athletic. La segunda parte sería del rojiblanco que no vestía de rojiblanco. Apretaba el Atleti, le tatuaba su nombre al cuero para dejar sin oxígeno a los de Valverde, encerrados en su área. Simeone introduciría a Morata, Barrios y Memphis para mejorar a su equipo mientras Griezmann inspiraba y sentía como se le hinchaba el pecho. Recibió esa pelota de Memphis y corrió hacia Agirrezabala con la seguridad del gol en sus pasos.

Delirio, la voz de la grada de nuevo unida en un Atleeeti largo. Y ese aplauso. A su Principito, a su estrella, a su chico del pelo rosa, al marido de Erika, a Grizi. Los minutos que siguieron fueron para no dejar ir ese 1-0 que es poesía cholista y un buen aporte de Barrios. Mientras, el Cholo sonreía como esta temporada tantos partidos fuera, el Atleti de naranja y la victoria en el bolsillo. Pero ahora en casa y a través de la bota infinita de Grizi ante el Athletic.

Entradas populares