El cerco del MAS. Crónica de una estampida
Hace poco oí una constatación de esas que siendo tan obvia, pasan por alto. Fue Rebeca Delgado, exdiputada del MAS, luego disidente y finalmente una de sus “víctimas”, quien al comentar la biografía de Siles Zuazo, que a su vez repasa buena parte de la historia boliviana, señaló, sorprendida, cómo la violencia marca y atraviesa la práctica política de nuestro país.
Estoy con eso en el alma. Decidí entonces seguir la marcha del MAS, no la de “los pititas”, casi siempre cuatro gatos -valientes, hay que decir-, gente mayor, pocos jóvenes, wawas y hasta perritos. Digamos, aburrida. Pero ¿quiénes son los integrantes de las filas masistas, aquellos hombres y mujeres acusados de “funcionarios pagados” y cosas peores?, ¿qué hacen, qué dicen, cómo hacen? ¿son esos orcos violentos?
Los acompañé en su marcha, a un ladito, filmé un poco, un par de fotos. Muda. Eso sí, agarraba mi teléfono con firmeza, quién sabe. Hasta que apareció aquella mujer grandota y furibunda que se presentó dándome un golpe en la cabeza queriendo además quitarme el celular. Vomitaba insultos. No tuve mejor idea que decirle que era periodista y estaba grabando. La respuesta, los gruesos insultos, amagues de golpes. Violencia pura y dura. Me escabullí y seguí, esta vez más atenta. Me llegó una piedra en la pierna a la que no di importancia y continué. Entonces aparecieron los líderes visibles, un hombre joven de acento argentino que ordenó apurar la marcha porque “¡ya están en la (calle) ocho compañeros! ¡Apuren!”. Obedientes, todos comenzaron/comenzamos a apurar el paso y ellas a trotar: dos mujeres, una claramente argentina de alma y cuerpo guevarista, que acompañaba el trote milico, pucho en la mano, petardo en la otra, al grito de “¡uh, uh, uh, uh, uh, uh!”. Una versión fermentada de la comandante Tania, las botas de campaña. La acompañaba otra mujer joven con el aire menos sofisticado que la entonces adolescente Zapata, Gabriela, la futura primera dama de facto. Dos soldadas de la revolución, en éxtasis.
Dos cuadras al trote y ¡PUM! un empujón brutal. Apareció la grandota a darme duro. Tuve tiempo de apretar el botón y comenzar a filmar. Recibí empujones, una patada, varios golpes en la cabeza, sosos, porque el arma era un botellón de plástico gordo relleno de algo, pero furibundos, y una tirada al piso que libré cual atleta que soy. Miles de insultos y, finalmente, consignas: "¡asesina, pitita!". Esito sería. “Te vas a hacer sacar tu puta” fue el más insistente, de parte de aquella mujer grandota a quien ahora miro en las imágenes y muero por conocer: ¿cómo será su vida?, ¿cuánta violencia habrá vivido?, ¿tendrá hijos?, ¿cuánto le pagarán por hacer de su violencia su pan de cada día?
Del cielo apareció una señora, vendedora de banderitas tricolor, que en nombre de dios y con su carrito se atravesó entre las “golpistas” y yo, increpándolas con la Biblia en la boca. Luego, otro ahijado de la divinidad, uno de los suyos. se las llevó al trote. La argentina tuvo tiempo de enfrentarme, comandante Tania, al grito otra vez milico de: ¡Sal, sal, sal, andáte, andáte! Sin saber que soy hija de milico demócrata, aquel que tumbó a García Meza, y paracaidista, por si las moscas. Y que por lo mismo sé bien lo que ahora se juega, y soy capaz de soportar aquella arremetida con la serenidad que amerita, porque no, no es chiste. Y lo que se viene en el país demanda demasiado de nuestra parte para no acabar destrozados. ¿Cuánto ganará por alentar el destrozo aquella comandante Tania? Como ella hay más. Pocos minutos más tarde, un chico voló por los aires, en la calle 15, lo vi. Un explosivo le llegó a los pies. Gases, petardos, dinamita. Los muertos de Senkata y Sacaba son hoy bandera de eventos que comenzaron así, quiero decir, con ellos al frente y armados, sí, armados. ¿Qué tanto cargaría el argentino en la mochila llena? Luego los muertos, y ellos cual Poncio Pilatos.
Al trote seis cuadras calle arriba y el corazón en la boca. Me siguieron, me ficharon, sentí otra piedra, y un globazo de agua ya lejos y en una calle paralela. Recordé al muchacho aquel, al que mataron a golpes en 2019, y del que pocos se acuerdan.
Siento una profunda tristeza. El país está destrozado y los responsables tienen nombre y apellido. ¿Cómo salimos de semejante entuerto? ¿Será suficiente la guerra del fin del mundo que acabe en elecciones democráticas y transparentes? ¿Podrán los perdedores aceptar una derrota y comprender que el gobierno es un mandato, un servicio, no una propiedad arrebatada, un botín? ¿podrán comprender que la democracia respeta a las minorías, acepta la disidencia y su regla es la alternancia?
Cuídense, respiren hondo y mucho. Que la esperanza no muera, a pesar de todos los pesares.