Cómo debe afrontar Brasil la insurrección bolsonarista
El desafío de castigar a los que violaron la ley pero gobernar de forma inclusiva
En Brasilia, como en Washington, un populista de derechas perdió una votación justa, pero nunca ha aceptado el resultado. Bolsonaro no instó explícitamente a sus partidarios a asaltar la sede del Gobierno (de ser así, podría haber sido detenido). Y acabó denunciando la violencia. Pero lleva meses insistiendo en que la única forma de perder las elecciones de octubre del año pasado era que el otro bando hubiera hecho trampas, acusaciones que repitió el 10 de enero, aparentemente con el deseo de crear más problemas.
Afirma que su oponente, Luiz Inácio Lula da Silva, no sólo era comunista, sino que también estaba aliado con el diablo. Por motivos falsos, el partido de Bolsonaro presentó una demanda de anulación del escrutinio y se negó a asistir a la toma de posesión de Lula el 1° de enero, cuando se suponía que iba a entregar la banda presidencial a su sucesor. Bolsonaro ha intentado convencer a sus seguidores de que es el presidente legítimo y de que son víctimas de una conspiración nefasta. Muchos bolsonaristas, como muchos trumpistas, creen que tienen el deber de revertir unas elecciones robadas. Tal es el poder de una gran mentira contada por un charlatán carismático.
Sin embargo, la ilusión no es excusa para la traición. Quienes infringieron la ley deben ser castigados. Alrededor de mil han sido detenidos. Este es un buen comienzo, pero deben hacerse tres cosas más para apuntalar la asediada democracia brasileña.
En primer lugar, el gobierno debe restablecer el orden. Eso significa no sólo procesar a quienes tramaron y perpetraron los disturbios, sino también asegurarse de que la policía sirva a la ley, no a su político favorito. Varios agentes fueron grabados por las cámaras charlando con los alborotadores y haciéndose selfies; otros escoltaron a los manifestantes desde su campamento frente a una base militar, donde habían estado pidiendo un golpe de Estado, hasta los edificios gubernamentales. Bolsonaro es popular entre las principales fuerzas policiales, ya que ha defendido sus pensiones de oro y su tendencia a disparar a los sospechosos. Lula debería insistir en una policía que, cuando esté de servicio, sea políticamente imparcial.
En segundo lugar, la oposición brasileña debería condenar la violencia. Varios políticos que solían trabajar para Bolsonaro lo han hecho de forma inequívoca. Pero los bolsonaristas de base siguen devotos de su héroe; en una encuesta, el 37% de los brasileños se mostraron a favor de un golpe de Estado para destituir a Lula. En Estados Unidos, altos cargos republicanos condenaron inicialmente a Trump por incitar a una revuelta letal, pero se retractaron cuando quedó claro que no había perdido su influencia sobre los votantes republicanos. Sus homólogos brasileños deberían mostrar más valor.
En tercer lugar, Lula debe gobernar su dividido país de forma inclusiva. Debe evitar el lenguaje incendiario. Por ejemplo, se equivocó al llamar “nazis” a los alborotadores. Debería esforzarse más por asegurar a quienes no le votaron que gobernará de forma justa para todos. Los fiscales, por su parte, no deberían extralimitarse. Debería rechazarse la petición de embargar los bienes de Bolsonaro antes incluso de que haya sido acusado de un delito.
No todo son malos augurios. Lula se ha mostrado dispuesto a transigir y a trabajar con antiguos legisladores bolsonaristas en el Congreso, llenando un enorme agujero en el presupuesto antes incluso de asumir el cargo. Si gobierna de forma pragmática, es posible que muchos a los que no les gusta lleguen al menos a aceptar su presidencia. Después de la falsedad y la furia de los años de Bolsonaro, Brasil necesita un liderazgo tranquilo. Si Lula fracasa, Bolsonaro, o alguien como él, podría volver a ganar el poder.