No es sólo el fútbol, es el abrazo de todo un país, aunque Messi no puede negociar con el Fondo Monetario Internacional y De Paul no puede recuperar las Malvinas
El fútbol consigue el efecto transversal de una nevada, todos quisieron que a Lionel Messi le vaya bien
La primera, la alternativa meteorológica en nuestra región, es una reacción lógica a lo asombroso. No tiene otra identidad.
La segunda, la del fútbol, sí la tiene. Lo que une es el sentimiento argentino. Es importante que quede claro: no es el fútbol, sino el sentimiento argentino.
La tercera: lo que se vivió en Qatar este domingo de gloria para el fútbol argentino, tras la final eléctrica ganada ante Francia por penales luego de igualar 3-3 en 120 minutos.
Tanto se habló de las divisiones que separan a la Argentina que hasta resulta aburrido recordarlo. Se lo observa como el gran problema del país: blanco o negro, River o Boca, izquierda o derecha. Las diferencias no son malas, al contrario. Son esenciales. Lo doloroso es la violencia en la comunicación entre bandos.
El fútbol consigue el efecto transversal de una nevada. Todos quisieron que a Lionel Messi le vaya bien. Todos (casi todos) sienten orgullo porque Messi es nuestro. Nos pertenece. Y es una expresión de brillantez internacional. Él logró ser el mejor y es argentino. La felicidad llega por la apropiación de esa capacidad.
La actriz Sidse Babbet Knudsen, en su papel de la primera ministra de Dinamarca Brigitte Nyborg en Borgen, recuerda en un tramo de la popular serie: “Debemos unirnos. La última vez que tuvimos una causa común fue en 1992, cuando la selección de fútbol ganó la Eurocopa”.
Otra cultura, otro comportamiento social y político. Primer mundo y tercero, país desarrollado o emergente. Pero el mismo planteo sobre la unión vinculado con el deporte. Aunque sea ficción, aquel momento está tomado de una situación real, que es el título que Dinamarca ganó sorpresivamente aquel año en el torneo continental.
Poder elegir es la razón misma de todo lo que hacemos, si se lo lleva a un plano existencial. Hacer lo que nos gusta, lo que creemos que nos hará felices. Elegimos, en este caso, sentirnos parte de ese equipo. Nos representa y nos resulta propio.
Sin embargo, en ningún caso el fútbol debe ser el responsable de la felicidad de un país. Los futbolistas lo dijeron durante todo el Mundial: “Queremos ganar para darle una alegría a la gente”. Una frase que, sin darse cuenta, acrecentó la presión y fue injusta con ellos mismos.
En ese contexto, la derrota sería lo contrario a la felicidad. Solo por un partido de fútbol (o los siete que componen el Mundial).
Es formidable encontrar razones para festejar, para sentirse bien. Y si el fútbol lo genera, bienvenido sea. Tener motivos para sonreír alivia las penas. Nos hemos convertido en un país con muchas penas, con mucho sufrimiento. Con necesidad de felicidad.
Lo mejor de la final
Pero Lionel Messi no puede negociar con el Fondo Monetario Internacional y Rodrigo De Paul no puede recuperar las Malvinas, como se dice tan risueñamente.
No estaría mal dar con otros móviles para sentir alegría y entender cuáles son nuestras causas comunes. Si no lo fuera para todos, para las mayorías. Y hasta permitirnos disfrutar la felicidad del otro. Sin camisetas deportivas o ideológicas.
El fútbol fue, esta vez, el conductor. El contenido medular de toda esta exageración que una Copa del Mundo genera, es el sentir argentino. Que siempre estuvo allí, aunque lo hayamos olvidado.