Gianni Infantino: el presidente de la FIFA que está en todos lados y quiere que el Mundial se termine ya
El suizo tuvo que enfrentar todo tipo de presiones y debió lidiar con la fraudulenta candidatura de Qatar para esta Copa del Mundo
Se puede hacer un recorrido breve, de tres días, por su trepidante agenda para entenderlo: el viernes fue el día más complejo de todos. Despertó las burlas en Twitter, porque estuvo en dos canchas en partidos que se jugaban en horarios simultáneos. Primer tiempo en Brasil-Camerún, en el estadio Lusail, y segundo en Serbia-Suiza, en el 974. No para ni un segundo. El sábado fue a Países Bajos-Estados Unidos, en el estado Al Khalifa. Estuvo con Marianne van Leeuwen, la directora de la asociación de fútbol neerlandés. Y partió presuroso para llegar al Ahmad bin Alí, para ver Argentina-Australia con Mauricio Macri y con Kaldoon Al Mubarak, el presidente de Manchester City. El domingo le tocó Inglaterra-Senegal, y compartió el palco con Hamad Bin Khalifa Bin Ahmed Al-Thani, titular de la federación qatarí. Imposible seguir ese ritmo. Se entiende su mal talante.
Apenas llegó a Doha dio una conferencia de prensa que no salió tan bien como esperaba. Lo abordaron por todos los flancos posibles de la sede mundialista: la muerte de trabajadores por la construcción de los estadios, las leyes contra la comunidad LGBTIQ+, las libertades de las mujeres en el mundo árabe… Preparado o no, sus respuestas fueron las de un hombre que parecía haber explotado: “Hoy me siento qatarí, me siento árabe, me siento africano, me siento gay, me siento discapacitado, me siento trabajador migrante”, lanzó con un sarcasmo muy directo.
Acusó, entonces, a los periodistas y a las naciones que se postularon en contra de Qatar. “Soy europeo. Por lo que hemos estado haciendo durante 3000 años en todo el mundo deberíamos disculparnos por los próximos 3000 años antes de dar lecciones de moral”, bramó.
Para finalizar, como si tratara de volver al tono conciliador que había extraviado, elaboró un mensaje propio de la ONU. “Me cuesta entender las críticas. Tenemos que invertir en ayudar a estas personas, en educación, en darles un mejor futuro y más esperanza. Todos deberíamos educarnos. Muchas cosas no son perfectas, pero reformar y cambiar lleva tiempo”, expresó con amplitud diplomática.
Entre los partidos de fútbol a diario y la exposición permanente, el desgaste parece lógico. Infantino quiere pasar este vendaval de una buena vez por todas.
Este Mundial, el de Qatar 2022, es el del pago de sobornos para la votación. El que hizo estallar el FIFAgate en 2015 cuando él era secretario de la UEFA y ya conocía bien de cerca los negocios de la FIFA. Pero cuando se descabezaron los principales entes del fútbol mundial, cayeron Joseph Blatter y Michel Platini, entre otros. Él salió indemne. Había llegado a su cargo de la mano de Lennart Johansson, un sueco que dominó Europa con mano firme durante 16 años, entre 1990 y 2007, y que estuvo durante mucho tiempo enfrentado con Blatter.
Desde entonces, cada vez que se tocó el tema, recordó que las elecciones de Rusia 2018 y Qatar 2022 no fueron durante su mandato, que comenzó en 2016. Aunque en 2019 Vladimir Putin le otorgó la Orden de Amistad.
Durante el mayor conflicto legal de la historia de la FIFA, Infantino buscó asesoramiento de los Estados Unidos, el país que había perdido la votación con Qatar para 2022 y en el que surgieron las acusaciones. Contrató a varios abogados, incluyendo a la por entonces fiscal general Loretta Lynch.
En algunas investigaciones se filtraron comunicaciones en las que Infantino decía estar de acuerdo con la organización del Mundial 2026 en los Estados Unidos (en conjunto con Canadá y México), proyecto que la FIFA resolvió concretar en 2018. El acoso legal y las investigaciones contra la entidad comenzaron a disminuir.
Nació en Suiza, pero sus padres, Vincenzo y María Minolfi son de ascendencia italiana. En cuanto a pasiones futbolísticas es más italiano: “Soy hincha de Inter de Milan y de la selección italiana”, dice.
Como hombre de negocios, es más difícil definirlo. Ofrece miradas pensantes, pero también ideas radicales que provocan escozor. La intención de generar un Mundial cada dos años lo puso en contra de la UEFA y de la Conmebol, que verían deteriorados sus intereses porque los torneos continentales perderían valor.
Infantino se recibió de abogado en la Universidad de Friburgo. Trabajó en limpieza de ferrocarriles y ayudó a su madre en un negocio personal para pagarse sus estudios.
Apasionado por los deportes, pero sin habilidades para practicarlos, se enfocó en la gestión. Realizó una carrera en la Universidad de Neuchatel, en el Centro Internacional de Estudios Deportivos. Así conoció a Johansson. Rápidamente se convirtió en hombre de su confianza y por su desenvolvimiento ante las cámaras, fue el indicado para conducir un show que empezó a ser rentable por su televisación, como los sorteos de las grandes competencias. Durante años fue el encargado de hacer los de la Champions League. “El hombre de las bolas”, lo describió Daniel Verdú en una nota en El País, de España.
En 2016 disputó la presidencia de la FIFA con el jeque Salam bin Ibrahm Al Jalifa y logró que el “bloque europeo” sostuviera el poder. Las vueltas de la vida. Hoy, con la idea de desarrollar más el fútbol en Asia y en África, se alió con los países de esos continentes y mantiene una disputa con los que eran los dominadores históricos de este deporte (Sudamérica y Europa).
Hoy busca un Mundial de selecciones bianual y un Mundial de clubes más amplio (proyecto que avanzaba, pero se detuvo por la pandemia). Quiere totalizar los negocios de la FIFA, algo que quita margen de acción para los negocios continentales. Para las Federaciones pequeñas, parece una buena alternativa. Para las gigantes (Conmebol y UEFA), sería perder margen de acción para sus emprendimientos particulares.
Tiene un salario de 1,4 millones de euros anuales por su cargo. Los balances de la FIFA dicen que en los últimos cuatro años la entidad incrementó sus activos en 7500 millones de euros. Los números son suficientes como para creer que todo está muy bien en la multinacional de la que es CEO. Pero aquí en Qatar, todavía tiene mala cara