El orgullo marroquí buscará el premio consuelo mañana

Catar, AS 
El jarro de agua fría fue menos fría pero no menos doloroso. Marruecos soñó hasta el final con poder entrar en la final del Mundial, pese a que sus andares desentonaban entre la aristocracia del fútbol. Siempre hay alguna sorpresa y esta vez le tocó a un equipo aguerrido y fuerte. Durante unos días, Marruecos fue el orgullo de África, un continente que nunca había visto a ninguno de sus representantes superar los cuartos de final, y el orgullo del mundo árabe, que no se había asomado más allá de los octavos.

La gesta de los Leones del Atlas abrió un nuevo camino de esperanza para todos los modestos del planeta y siguiendo la bandera de su seleccionador, Walid Regragui, su cruzada fue un llamamiento a la insurrección generalizada contra el poder establecido.

Hasta el último instante, hasta que la Francia campeona del mundo les doblegó en un ajustado partido, con dos detalles que inclinaron la balanza del lado de los europeos, Regragui y los suyos no pararon de fustigar el conformismo: “No habremos cambiado la mentalidad si pensamos que con esto es suficiente”, afirmaba el seleccionador antes de la semifinal.

Su gesto tras la derrota denotaba dolor, sincera frustración, pese a que Marruecos completó el mejor Mundial de su historia y que su gesta abre ahora nuevas vías para asaltar el Olimpo.

Regragui puso la primera piedra de un edificio que se asienta en dos pilares, la recuperación de la diáspora y la mejora de la formación interna.

Catorce de los 26 “leones” nacieron fuera de Marruecos, pero todos ellos defendieron los colores con la misma fuerza. Es el fruto de una política de integración lanzada por el país en 2014 y destinada a atraer a jugadores de todo el planeta.

Los frutos en Catar

El fruto de esa estrategia se vio en Catar. Cuatro jugadores nacidos en Bélgica, cuatro en Países Bajos, dos en Francia, dos en España, uno en Italia y Yassine Bounou, en Canadá. Todos ellos plantaron cara a Croacia, derrotó a Bélgica y Portugal y eliminó a España.

En los últimos ocho años, Marruecos lanzó una política de detección de talentos en todo el mundo. La idea era entrar en contacto con ellos antes incluso de los 15 años y comenzar a trabajar a edad temprana.

De esa forma, rompían con la tradición, que era de convencerlos una vez formados de defender los colores de Marruecos, pujando para ello con sus países de nacimiento, obligados a veces a poner dinero encima de la mesa.

A lo largo de los años, la federación magrebí hizo concentraciones de formación entre ellos para implicarlos en su proyecto. Así acabó por llevar a sus redes a nombres como Achraf Hakimi, Sofiane Boufal, Hakim Ziyech o el propio Bono, entre otros.

Junto a esa política, Marruecos mejoró las instalaciones nacionales, creó el centro Mohamed VI para convertirlo en un buque insignia de su fútbol. El talento exterior y el talento interior.

Faltaba el hombre capaz de amasar ambos y crear la alquimia necesaria. Ahí apareció Regragui, acabó con las últimas reticencias y les dio las dos armas que necesitaban: una estrategia y mucha confianza.

Asentado en los cimientos del esquema heredado del franco-bosnio Vahid Halilodzic, creó un fortín defensivo que fue inexpugnable hasta la semifinal contra Francia.

 

Por el premio consuelo

Si la guerra para Marruecos finalizó en la semifinal, esperan llevarse el premio de consolación, que también es “digno”.

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