Argentina: un equipo que es fuerte como un roble y tiene la pasión para salir siempre adelante
El equipo de Scaloni pasó de la euforia a la angustia, en un partido complejo y áspero; Países Bajos lo obligó a mostrar entereza y carácter para imponerse al fin en la definición por penales
Apenas terminada la tanda por penales, el equipo no tenía fuerzas ni para festejar. Los nervios lo habían entumecido. Tuvieron que pasar más de cinco minutos para que reaccionaran y volvieran a cantar, a saltar y a disfrutar (lo único que quieren).
La semifinal lo tiene a Croacia a la espera el próximo martes, desde las 16 de nuestro país (las 22 locales), en un estadio Lusail, que para la Argentina ya es la casa del dolor, del susto, de la celebración y de la ilusión. Es que aquí perdió con Arabia Saudita, aquí le ganó a México después de una genialidad de Messi que lo sacó de un escenario angustiante, y desató un nudo de la garganta ante Países Bajos. Ahora, será la cancha en la que buscará la gran final.
Scaloni eligió espejar la formación neerlandesa. Por primera vez rompió su esquema habitual. Se lo observó, de inmediato, como un síntoma defensivo. Ya había anticipado que iba a hacerlo en algún momento. “La Copa la ganan los equipos que saben atrincherarse”, analizó. La respuesta de Van Gaal poco antes de empezar el partido fue intimidante. “Demuestra que la Argentina nos tiene miedo. Eso nos beneficia. Hace un año que jugamos con este sistema y es difícil para otro equipo replicarlo repentinamente”, advirtió.
En el origen, lo que el espejo logró fue duplicar el aburrimiento por la obsesión posicional y táctica. Pero si hay que señalar en la primera parte al que más se animó, esa fue la selección argentina. Primero, porque con la pelota en los pies convive con un confort que no es tal para Países Bajos. Y en segundo lugar, porque los laterales argentinos ganaron la lucha posicional en los 45 minutos iniciales. Acuña superó a Dumfries, aunque no lo aprovechó por su poco agraciado estilo para pasar la pelota. Por el otro lado, Molina le ganó a Blind. Y desde allí llegó el gol. No sólo por la enorme vocación de ataque del futbolista de Atlético de Madrid, sino porque Messi (sí, Messi otra vez), lo encontró entre una docena de medias anaranjadas. Primero se balanceó ante Nathan Aké para desacomodarlo y luego le enhebró un pase entre las piernas al implacable zaguero de Manchester City. Brillante.
Pero no fue todo. Hubo una decidida actitud para intentar anticipar el circuito de pases neerlandés. De Paul estuvo muy bien. No fue un bluff absoluto lo de su supuesta lesión. Llevaba un vendaje especial en el muslo derecho, que decidió quitarse luego del tanto de Molina. Por eso se demoró tanto la vuelta a la cancha del equipo después del festejo. Estaban tratando de deshacer la incomodidad en la que se encontraba envuelto De Paul.
Pero él sólo es uno de los que se desviven por recuperar la pelota. Julián Álvarez, Mac Allister, Acuña, Molina… y hasta Messi, se lanzaron a la caza del balón con voracidad. Y cuando no llegaban a tiempo y el pase del rival ya había salido, una estrategia (no del todo santa), fue empujar al hombre que apenas se desprendía del balón. Con esa pequeña incorrección, el rival no podía recuperar el terreno en la pared y generar desequilibrio. El árbitro lo permitió sistemáticamente.
El equipo de Van Gaal lo mejor que hizo fue tratar de encontrar con pelotazos largos a Memphis Depay y a Steven Bergwijn (de contextura muy parecida al atacante de Barcelona). Buscaron lanzamientos a las espaldas de Romero y Lisandro Martínez que, mayormente, fueron bien neutralizados.
Después del gol argentino el encuentro tuvo tintes sudamericanos, aires de Libertadores. Empujones, mucha charla con el español Mateu Lahoz… Los argentinos encontraron a uno que entendió su idioma y abusaron de su gusto por la conversación.
El 1-0 argentino hizo mella sobre convencimiento de Van Gaal en el sistema. Sacó a Blind y puso de 9 a Luuk De Jong. Armó una línea de cuatro con Aké de lateral izquierdo. Una claudicación esperable.
La selección pareció madura y en control. Llevó el partido a su zona y aprovechó la desesperación que veía enfrente. Encontró, así, el segundo, con un penal de Messi (máximo goleador histórico argentino en la Copa del Mundo, junto con Batistuta). Fueron realmente momentos de gran tranquilidad. El equipo daba respuestas, Países Bajos no generaba situaciones. Todo era perfecto.
Pero Van Gaal metió otro número 9. Wout Weghorst, el nombre hasta aquí casi desconocido (por no decir completamente), que la Argentina recordará por mucho tiempo. A esas alturas, en realidad, el DT ya había mandado a Van Dijk arriba: triple centrodelantero. Los planos de la maquinaria imaginada descansaban hechos trizas en un cesto. Todos al ataque. Como sea. Y el desorden le funcionó mucho mejor que el orden.
Todo el aplomo que la Argentina tuvo durante 80 minutos pareció diluirse después del cabezazo del descuento de Weghorst. Volvió a ser el grupo sufriente, temeroso (naturalmente), del empate. Lo que había sido libertad de juego durante gran parte del partido, se volvió presión ante las dudas. Y esta vez ni siquiera le llegó la pelota a Messi para soportar la avanzada Orange.
Lo peor estaba por venir. La más temida reacción de este plantel, el comportamiento tantas veces altanero y excesivo, afloró en el momento de mayor presión del Mundial. Y, sin querer, desnudó a un grupo de muchachos de gran temperamento, que lograron la unidad futbolística que tanto se le reclamaba a la selección. La misma razón que en el ámbito continental los había llevado al éxito, ahora los tenía al borde de sucumbir ante la presión de una gran cita.
Leandro Paredes, en su papel de bravucón, lanzó un pelotazo contra el banco neerlandés y desató la furia. Los suplentes entraron a los empujones. Paredes logró que les hirviera la sangre. Más ánimo de revancha tenían. Se salvó de no ser expulsado el mediocampista y, además, le dio una buena razón a Mateu Lahoz para seguir adicionando tiempo. Minutos que serían importantes…
Una insólita infracción cometida por Pezzella en el borde del área fue el último acto de salvación que se le ofreció a Van Gaal. Sin disposición táctica alguna, al menos tenía un dibujo extra en la pizarra. Puso tres futbolistas en la barrera. Weghorst, uno de ellos, recibió para marcar el empate. ¿Merecido? Probablemente no, pero…
Scaloni se lanzó sobre el árbitro Mateu Lahoz a reclamarle algo. Tal vez el tiempo que agregó, o la infracción de último momento. Como sea, ya nada se podía cambiar. Sus jugadores lo siguieron y hubo forcejeos y empujones entre jugadores titulares y suplentes de ambos equipos.
El referí, decidido a terminar con todos los jugadores en la cancha, miró para un costado en varios casos. No fuera cosa que una tarjeta amarilla le arruinara los planes. En el primer tiempo suplementario, la selección pareció un equipo de brazos caídos. Corrieron, intentaron, pero su alma no estaba en el partido. El que ahora parecía tener aplomo era Países Bajos.
Todo cambió en los últimos 15. La Argentina tomó la pelota y se lo llevó por delante al seleccionado antes conocido como Holanda. Un tiro de Lautaro Martínez fue despejado por Van Dijk de manera agónica. Dos remates de Enzo Fernández a punto estuvieron de darle la victoria; uno se fue por arriba y otro pegó en el palo derecho. El descontrol en busca del triunfo pudo ser aprovechado por cualquiera de los dos. Así se llegó a los penales.
Emiliano Martínez le atajó a Van Dijk y a Berghuis de movida para recuperar la tranquilidad. Enzo Fernández le puso más suspenso al asunto, como para estar a tono con la noche. Y Lautaro Martínez, negado en este torneo al punto de perder la titularidad con Julián Álvarez, metió el tanto decisivo. El que garantiza el Mundial de siete partidos. Esos que todos quieren jugar.