Argentina campeón mundial: Dibu Martínez, el colosal guardián que convive con el doctor Jekyll y Mr. Hyde
El arquero resultó determinante en la final con Francia: la atajada a Muani, en el minuto final del tiempo suplementario, y la gigantesca figura en la tanda de los penales, pueden coexistir con una celebración desmedida, un gesto infantil, la palabra de aliento para el rival vencido o la dulzura que le dedica a sus afectos
A los 30 años, el gigante que amedrenta a los rivales en la cancha también tiene un costado amable, familiar, y cuando se quita la coraza que lo convierte en invulnerable durante un partido emociona con sus mensajes, con sus actitudes, con la simplicidad del hombre común. El deseo constante de superación lo empuja a ser en cada momento un poco mejor, una pulseada que juega desde chico, cuando se ponía a prueba en las categorías infantiles de Mar del Plata.
Perfeccionista, la victoria y la gloria no le impidió hacer una crítica de lo que resultó su actuación en la final de la Copa del Mundo. Un análisis en el campo de juego, con las pulsaciones todavía aceleradas y las múltiples sensaciones recorriéndolo por completo, porque apenas habían transcurrido un puñado de minuto de la consagración.
“Fue un partido de sufrir, porque otra vez lo teníamos controlado y con dos tiros de mierda de vuelta nos empatan. Era el destino que marcaba que teníamos que sufrir, porque en el suplementario nos ponemos 3-2, nos cobran otro penal en contra… Gracias a Dios saqué ese pie”, comentó Martínez sobre el desarrollo, dramático y cambiante, y la atajada que expuso sus virtudes y la fortaleza mental que siempre desplegó, aún en los pasajes oscuros e inciertos de su carrera y hasta en el mismo Mundial, porque la derrota en el estreno con Arabia Saudita lo golpeó con fiereza y por esa razón pasó largas horas hablando con su psicólogo.
Los penales son un juego mental para Dibu. Pero también lo es un partido y por esa razón tiene sus rutinas en las que busca concentrarse. Hay un ritual, una mezcla de meditación y ejercicios, en los que Martínez se redescubre. El centro del arco es el espacio que elije para desarrollar la ceremonia: la respiración es determinante para ese viaje interior. Todo transcurre en un tiempo mínimo, a veces no supera un minuto. Cumplido el protocolo se besa la muñeca izquierda y se suma a sus compañeros de puesto, Franco Armani y Gerónimo Rulli, para la entrada en calor. La liturgia y la ayuda psicológica las adoptó en su paso por Getafe (España), cuando no encontraba su lugar y aquella fortaleza que siempre lo impulsó a derribar muros parecía flaquear, al extremo que dudó de sus condiciones.
Así como superó sus miedos de volar tirándose arriba de un colchón, también tuvo la valentía para emprender el viaje de Mar del Plata a Buenos Aires para incorporarse a Independiente –antes fue desestimado por River y Boca- y más tarde, con apenas 16 años y sin partidos en primera, se marchó a la Premier League. Tampoco fue una aventura sencilla, pero una vez más redobló esfuerzos para alcanzar la cima.
La Copa del Mundo le volvió a tomar el pulso: después de la caída con Arabia Saudita el guerrero precisaba volver al campo de batalla y aunque México y Polonia prácticamente no lo inquietaron ofreció seguridad y transmitió confianza hacia sus compañeros. Una virtud que no se pesa en atajadas, en descolgar centros, pero es el respaldo que un equipo necesita descubrir después de una derrota.
Con Australia tuvo una atajada fantástica ante Garang Kuol, ante Países Bajos se hizo gigante en la tanda de penales y con Francia conjugó las dos facetas del juego. En el encuentro con los Socceroos asomó en su cabeza pintada la bandera argentina, una promesa que hizo con Germán Pezzella, Guido Rodríguez y Marcos Acuña. Cada atajada era una inyección de confianza y cada serie de penales era una demostración de su robustez. “Yo voy a atajar dos”, apuntó antes de la serie con los franceses con esperanza, pero también le asestó un golpe moral al resto del grupo.
“Hice lo mío, lo que soñé. Es el momento en el que les tengo que dar la tranquilidad a mis compañeros, porque otra vez me patearon tres veces y me metieron tres goles. El primero podría haberlo atajado también, me tiré mal”, señaló sobre el disparo de Mbappé, que lo doblegó en las tres pulseadas: dos durante el partido y la de la serie que definió el Mundial.
La solidez que ofreció en Qatar, las apariciones colosales para sostener resultados o ganar una definición por penales tuvieron su premio individual con la elección de Mejor Arquero del Mundial. Como ya es una costumbre –lo hizo en la Copa América 2021- rompió los protocolos y después de tomar el trofeo –que representa una mano enguantada- replicó el festejo sexual que recorrió el planeta el año pasado, después de la serie de penales con Colombia, en Brasil, y se repitió en el Maracaná, luego de que la selección derrotara al Scratch y rompiera con el hechizo de 28 años sin títulos.
La definición con Países Bajos también lo tuvo en el eje de la polémica y hasta la FIFA abrió un expediente por su comportamiento. “Para vos que boqueaste antes del partido. Boqueá ahora”, le disparó a la distancia a Louis Van Gaal, a quien en un perfecto inglés luego le descargó su furia por los comentarios que ensayó el veterano entrenador antes del duelo de los cuartos de final.
Las situaciones casi infantiles o que rozan la desubicación parecen contrastar con su afición por la psicología, aunque son descargas impensadas que liberan la presión que soporta sobre su espalda. Pero, así como con gestos, gritos, muecas, palabras, intenta desestabilizar emocionalmente a los rivales hay imágenes que quedan olvidadas en medio de tantos festejos, corridas y abrazos. Dibu se acercó a Mbappé, mientras la estrella francesa estaba devastada en el campo de juego, para brindarle su acompañamiento. Más tarde, con Mandinha –su pareja- y sus hijos Santi y Ava, posó en el arco donde se lanzaron los penales con la copa del mundo y el trofeo de mejor arquero. Para ellos, también para sus padres, fue la dedicatoria: “Vengo de un lugar muy humilde y me tuve que ir de muy chico, esto se lo quiero dedicar a mi familia”, confesó con los ojos enrojecidos y lágrimas surcándole el rostro.
Cada una de las varias escenas que protagoniza en un partido conllevan detrás el respaldo de la tarea con David Priestley, jefe de Piscología y Desarrollo Persona de Arsenal, con quien mantiene hasta tres sesiones virtuales por semana, desde 2018. “Empecé hace cuatro años y mi cabeza está más centrada que nunca, gane o pierda. Con lo que exige el fútbol, todo jugador necesita un psicólogo. Hoy es muy fácil que te llegue un mensaje de alguien que te insulta o que te amenaza o que te pide que te retires. Por eso hay que tener la cabeza centrada y tener un objetivo”, resalta quien en la Copa América 2021 tenía 700 mil seguidores en las redes sociales, y el boom de su actuación y de la selección elevó esa cifra a 2.400.000 en un día.
Como un custodio de Messi, Dibu aparece detrás del capitán en el festejo del plantel con la copa en el escenario en el estadio de Losail. De buzo verde, los brazos extendidos como queriendo abrazar a todos, la medalla dorada colgada en el cuello y rebotando en su pecho, ese que infló para defender el arco de la selección y lograr el tercer título del mundo para la Argentina. Dibu Martínez o el guardián que convive con las personalidades del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.