ARGENTINA 3 (4) - FRANCIA 3 (2) / ¡El Mundo es de Messi!

Argentina conquistó el Mundial en los penaltis tras un final épico y una batalla para la historia entre él y Mbappé. Coman y Tchouameni fallaron sus tiros. Tercera estrella para Argentina.


Aritz Gabilondo
As
En la oscura noche de Qatar, a orillas del Golfo Pérsico, el cielo se abrió para Argentina y para Messi, la historia escribió el capítulo final, el que permite al 10 superarse a sí mismo y al resto, a su leyenda y a todas las anteriores. Donde quiera que esté, Maradona le entregó el cetro, el regalo que le faltaba, el título que le costó dios y ayuda conquistar ante otro coloso, Mbappé.

Fue una final para el recuerdo, un partido que pasa a la historia por su desenlace y su nudo, por haber permitido presenciar una batalla entre dos gigantes, el que nunca se resistió a morir y al que cuesta más que a nadie matar. Uno de los partidos de los Mundiales, decidido en los penaltis con un gran Dibu Martínez y tras una prórroga agónica, maravillosa.

La final tuvo de todo. La entendió mejor Scaloni de entrada y Deschamps, luego. La aparición de Di María por la izquierda reventó el arranque. No sólo fue novedad en el once, sino que además cambió de banda respecto a lo habitual y abrasó a los franceses. Sabedor de que Dembélé no ayuda en defensa, el seleccionador argentino encontró con él la llave para abrir la defensa gala.

Enzo Fernández, descomunal, y Messi, que también quería fiesta por dentro, combinaban con una tendencia natural para conducir las jugadas a la misma banda, la izquierda. En esas, en una de las pocas veces en las que Dembélé bajó en auxilio de Koundé, Di María le encaró, pisó el área y cayó al suelo ante la torpeza del extremo culé por detrás.

No pareció, vista la repetición, un contacto excesivamente nítido sobre las piernas centelleantes del extremo argentino, pero el árbitro señaló penalti más por negligencia de Dembélé que por cualquier otro motivo. Messi, con su forma de lanzarlos tan pausada de este Mundial, aprovechó la concesión y adelantó a Argentina.

Francia, irreconocible, no encontraba remedio a sus males. El dominio argentino siguió y vino acompañado de un segundo tanto sensacional. Un laberinto cerca de la banda lo convirtió Argentina en un clínic al contragolpe para dibujar un gol de bandera. Mac Allister combinó con Messi, capaz de abrir los mares con un toque, Julián vio de nuevo en carrera al centrocampista y este puso en balón en bandeja a Di María, que vino por detrás con el aliento de un país entero empujándole.

No era fácil de imaginar un ejercicio de superioridad futbolística tan amplio en una final, pero ocurrió. De hecho, obligó a Deschamps a cambiar cromos antes del descanso. Retiró al deambulante Dembélé y a Giroud, enfadado, para dar entrada a Thuram y Kolo Muani. Mbappé pasó al centro y el técnico galo asumió su torpeza en el planteamiento inicial, o al menos el acierto de Scaloni con Di María.

Cambio de jugadores y de escenario

Francia pasó a dominar, inocente, y cuando a Di María se le acabaron las pilas, apareció Acuña para seguir insistiendo por ahí. Deschamps quemó sus naves a la vista de que los argentinos se veían levantando la copa con demasiado tiempo por delante y poca fuerza en las piernas. Entró Camavinga de lateral izquierdo y se fue Griezmann, inédito, en un equipo sin más ideas que intentar convencer a Mbappé de la remontada.

Pero en un Mundial en el que todo es imprevisible, uno sin sentido alguno, uno maravilloso, el futuro de la final aún estaba por escribir. Se encargó de ello Kylian Mbappé. Los cambios de Deschamps y el bajón físico argentino fueron una bendición para la gacela francesa. Todo comenzó con un error de Otamendi, confiado, que perdió la cartera ante Kolo Muani. El central acabó derribando al espigado delantero y el penalti lo anotó la estrella francesa.

El éxtasis francés se redobló cuando Mbappé, de nuevo Mbappé, empalmó en el área un balón descubierto entre la defensa argentina, expuesta tras una pérdida de balón de Messi en su intento por retener la pelota. Quedaban diez minutos y en apenas uno Francia había hecho saltar el sueño de los argentinos, el de una hinchada a la que le costó asimilar lo que estaba viendo. Más aún cuando la reacción furibunda de la campeona del mundo casi le manda a la lona del todo. Con Mbappé desatado, los nervios aparecieron y también el poderío francés, incontrolable según fue avanzando el encuentro. Aún así, Messi pudo decidir antes de pasar a la prórroga. Lloris, siempre de guardia, salvó como de costumbre.

El tiempo extra fue un drama permanente, un momento para recordar por siempre en los Mundiales. Scaloni corrigió la sangría y metió piernas nuevas en Paredes y Lautaro. Argentina volvió a respirar, a tomar el control, y fue acumulando opciones del propio Lautaro que se fueron al limbo.

Faltaba la epopeya, el cierre mágico a la historia, el desenlace que lo hiciera eterno, legendario, histórico. Messi, tras la angustia del VAR, hizo el tanto que parecía cerrar el círculo, pero, cuando solo los genios resurgen, Mbappé logró de nuevo de penalti por mano de Montiel el tanto que llevaba el duelo a la única manera de desnivelarlo, increíble manera, pues Kolo Muani y Lautaro pudieron marcan antes en la agonía de un final tremendo.

En la tanda apareció el Dibu para detener los tiros de Coman y Tchouameni y refrendar el título que convierte a Argentina en campeona por tercera vez y a Messi leyenda de todos los tiempos, con permiso del resto, de Di Stéfano, de Cruyff, de Pelé, de aquel Maradona que un día hizo lo que Messi y esta vez habrá disfrutado, donde quiera que esté, de un duelo colosal saldado por fin a favor de su país y de su eterno sucesor. Hoy Messi ya es más que eso. Hoy Messi ya es el mejor sin discusión.

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