Era el Papá Noel de shopping perfecto, pero detrás del disfraz se escondía un monstruoso asesino serial de gays
Bruce McArthur era un hombre de familia común y corriente hasta que en 1997 se separó de su esposa y salió del closet. Se mudó a Toronto y llegó a trabajar como Santa Claus en un centro comercial. Comenzó a frecuentar el ambiente gay y allí comenzó una despiadada cacería de hombres, a los que estrangulaba, descuartizaba y enterraba en las casas donde se empleaba como jardinero
Las imágenes que un detective acaba de poner sobre el escritorio no dejan lugar para ninguna duda. Estuvo a punto de morir, pero aquí está, vivo y mirándose anestesiado. Esta foto, le explican, estaba en la computadora de Bruce McArthur.
Sean Cribbin escucha a los agentes y sus voces le llegan como desde lejos. Es absolutamente consciente de que hoy estaría enterrado, por pedazos, en las macetas del balcón de ese hombre siniestro, si no fuera porque los milagros existen.
La confesión de Bruce
Thomas Donald Bruce McArthur nació el 8 de octubre de 1951, en Argyle, Canadá, y se crió con su familia en una granja. Su madre era una irlandesa católica y su padre un presbiteriano escocés profundamente conservadores. Llegaron a tener diez hijos, entre biológicos y adoptados, y a todos los educaron creyendo en Dios sin la posibilidad de ningún cuestionamiento.
Bruce desde muy joven se dio cuenta de que su orientación homosexual debía ser reprimida. Intentaba ocultarla sin mucho éxito porque su padre, cada vez que detectaba un rasgo femenino en él, se burlaba.
Comenzó a considerar que ser gay era algo anormal así que se puso de novio con una chica de su colegio llamada Janice Campbell.
En 1974, con 23 años, se casaron y tuvieron dos hijos. Eran la fotografía de una familia tradicional.
Trabajó haciendo de todo. Fue vendedor en un shopping, representante de una compañía textil y agente comercial de un negocio de medias. Cumplía con lo que se esperaba de él y concurría con regularidad a la Iglesia. Pero su atracción hacia los hombres seguía más vigente que nunca. Un día se animó, en el más estricto secreto, a tener sexo con hombres. Corrían los años 90.
Doce meses después de haber iniciado esa vida oculta, Bruce le contó lo que le ocurría a su mujer Janice. Para su sorpresa, ella no hizo ningún escándalo, ni lo echó de su casa. De alguna manera, aceptó la doble vida de su marido mientras intentaban superar sus dificultades económicas.
Nada funcionó y, en 1997, se separaron y Bruce se mudó a la ciudad de Toronto.
Violencia asoma
Una vez en la gran ciudad Bruce dio rienda suelta a todas sus fantasías. Empezó a frecuentar el barrio gay y se puso de novio con un hombre por primera vez. Había salido del clóset y vencido los prejuicios. Las cosas parecían haberse encarrilado. Pero no fue así. La mente de Bruce tomó por un desvío oscuro.
El 31 de octubre de 2001, la noche en que se celebraba Halloween, la violencia de Bruce asomó de una manera brutal. El actor y modelo y estudiante de enfermería Mark Henderson estaba entrando a su edificio donde vivía en la planta baja. Está por cerrar la puerta cuando ve a un hombre, Bruce McArthur, que se acerca. Mark cree que se dirige al edificio de oficinas del complejo y lo deja pasar. Bruce entra y le tira una pregunta, ¿qué piensa hacer en Halloween? Mark contesta alguna vaguedad mientras sostiene la puerta y clac. Apenas esta se cierra, y mientras él todavía está de espaldas, Bruce descarga con fuerza una barra de metal en su cabeza. Y continúa golpeándolo con furia. Mark sabe que pelea por su vida. Interpone su mano para esquivar los golpes. Siente cómo se quiebran los huesos de dos de sus dedos. Cae casi desmayado y desde el piso consigue patearlo con fuerza con sus dos piernas. Bruce trastabilla hacia atrás y eso le da tiempo a escabullirse y meterse aterrorizado en su departamento para llamar al 911. Segundos después Bruce lo alcanza y le ruega que no le diga a la policía lo que ha pasado. La sangre le impide ver, pero Henderson tiene un largo candelabro agarrado para defenderse del monstruo. No va a morir sin dar batalla. Bruce se da a la fuga.
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La policía llega y entiende y ve lo que quiere entender y ver: una violenta pelea entre dos gays en un día festivo.
Mark Henderson es derivado al hospital. Unas horas más tarde el mismo Bruce se entrega a la policía. Los peritos psiquiátricos que lo estudian dicen que ven en él un bajo riesgo de reincidencia. Es condenado a 729 días de prisión, pero luego la pena le es conmutada por un año de arresto domiciliario.
Hoy sabemos que esos psiquiatras no habían dado en el clavo. Ni cerca.
La justicia conminó a Bruce, de manera preventiva, a que durante diez años no consumiera medicamentos sin receta, no portara armas y no concurriera a bares gays.
El tiempo pasó y se cree que él cumplió. En el año 2014 la justicia borró su historial criminal. Nada ha pasado aquí. La vida es una hoja en blanco para él.
El inofensivo Papá Noel
Bruce retomó su existencia. Buscó trabajo como jardinero y paisajista en las zonas de Leaside y Mallory Crescent. Creó su propia empresa a la que llamó Artistic Designs y consiguió clientas mayores y ricas para quienes Bruce era un ser bueno, amable, generoso.
Una de ellas, Karen Fraser, dueña de una de las propiedades que el asesino utilizó como cementerio, expresó: “Era un buen hombre que parecía muy feliz con las decisiones que había tomado en la vida (...) Nunca lo vi perder los estribos con nadie (...) Era una persona alegre y graciosa que te hacía reír con sus historias”.
En esta nota, como verán, no hay visionarios. O, quizá, era que Bruce representaba su papel a la perfección. Tan inofensivo parecía que el centro comercial Agincourt, en el barrio de Scarborough de las afueras de Toronto, lo invitó para interpretar a Santa Claus (nuestro Papá Noel). Disfrazado de rojo, con gran barba, sonreía. Clic. Clic. Clic. Todos los niños se desesperaban por sacarse fotos con él.
Nadie en su entorno laboral sabía del otro Bruce, del que estaba registrado en aplicaciones como Grindr, Grwolr o Silverdaddies y frecuentaba el Village en busca de ocasionales parejas homosexuales. Menos podían sospechar de su faceta de asesino brutal.
Sus ayudantes, en su empresa de jardinería, solían ser hombres de ascendencia asiática, sin mucha familia ni domicilio fijo o casados que se ocultaban para poder llevar una doble vida. A todos los unía algo: la vulnerabilidad. ¿Quién iba a denunciar su desaparición? Si todo era secreto, ¿quién sabía algo de ellos? También los escogía a su gusto. Le atraían aquellos con rasgos masculinos a los que se los suele describir en el ambiente homosexual como “osos”. Buscaba, con especial atención, a aquellos que querían experimentar las prácticas sexuales de dominación, sumisión, sadismo y sadomasoquismo (BDSM).
La cacería humana
Bruce McArthur inició su gran cacería humana el 6 de septiembre de 2010 y el elegido fue un empleado suyo.
Skandaraj “Skanda” Navaratnam, de 40 años, provenía de Sri Lanka, y no tenía familia en Canadá. Había comenzado a trabajar en el negocio de jardinería de Bruce poco tiempo antes. El hombre, simplemente desapareció de la faz de la tierra para el resto. La última vez que lo habían visto con vida había sido saliendo del bar Zipperz. En Facebook, él y Bruce eran amigos.
El crimen no calmó su sed perversa. Cebado, el homicida, volvió a matar ese mismo año, el día de los Santos Inocentes: 28 de diciembre.
Su segunda víctima fue el inmigrante afgano llamado Abdulbasir “Basir” Faizi (42). Su auto fue encontrado cerca de un barranco en Beltline Trail, pero de él no hallaron ni un solo rastro. ¿Dónde podía estar? Nadie lo buscó demasiado. Tiempo después su familia descubrió en su computadora que iba con frecuencia al Gay Village y que tenía descargadas varias aplicaciones para citas. Su mujer consideró que él la había abandonado con sus dos hijas pequeñas y la policía creyó que Basir solo había ido en busca de una nueva vida.
El tercer desaparecido fue otro afgano refugiado, de 58 años, llamado Majeed “Hamid” Kayhan. Divorciado y con un hijo, se esfumó el 18 de octubre de 2012.
Ante las repetidas desapariciones la policía creó un grupo especial al que llamaron Proyecto Houston.
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La primera conexión que hicieron fue que todos eran inmigrantes solitarios que frecuentaban la zona gay.