Del diván a la cornisa: un equipo inexplicable que se convirtió en fantasma
El resultado ingresa en la lista de las grandes catástrofes de la selección; fallaron los cambios y el equipo se transformó en una sombra después de la ráfaga de goles de Arabia Saudita
El derrumbe espiritual fue estrepitoso. Para confirmar que los mundiales imponen otra atmósfera, otra tensión. El principal capital de la selección era su contrato de hermandad, pero esa personalidad no llegó al rescate. La pelota quemó. A los inexpertos y hasta a Lionel Messi, que se enredó entre telarañas emotivas y limitaciones físicas. Un equipo que se crió en la victoria, se evaporó en la derrota. La Argentina no se encontraba en desventaja en un juego desde 2019, desde la semifinal con Brasil de aquella Copa América. El examen estaba pendiente, pero nadie podía suponer que la adversidad la iba a paralizar. Menos contra Arabia Saudita, físico e intenso, sí, pero de tercer orden internacional. La selección jamás había caído contra un oponente asiático en las Copas del Mundo.
¿Es el peor resultado histórico de la Argentina en los mundiales? Difícil asegurarlo porque aparecen los matices, los contextos. Pero ingresa en la galería del terror, sin dudas, junto con Camerún (0-1) en 1990; Checoslovaquia (1-6) en 1958, y Alemania (0-4) en 2010. Atendiendo el rival, probablemente se trate del mayor martillazo.
La gestión en la desesperación también naufragó. Los cambios de Lionel Scaloni terminaron por deformar al equipo. El entrenador deshilachó a una formación que atravesaba por una crisis de identidad. Julián Álvarez ocupó una posición incómoda y Enzo Fernández rellenó un puesto infrecuente. Si el equipo no tuvo lucidez en la primera etapa para destrabar la ingenua trampa del offside que le proponía Arabia Saudita –desprendiéndose desde atrás era la opción, no lanzando hacia el espacio una y otra vez–, la ceguera condujo a la manada desde la desventaja hasta el cierre. La Argentina padeció los minutos adicionados: lejos de una oportunidad para la búsqueda heroica, se convirtieron en un martirio. La selección ya se había transformado en un fantasma.
Cuando Arabia empató, olió sangre y fue por más. Cuando Argentina se descubrió ensangrentada, se asustó. De tan camaleónico en otras ocasiones, desconcertante incluso en algunos éxitos y barnizado por el azar, una tarde en Doha todo se desplomó. En el momento más inoportuno. Muchas veces la selección jugó agazapada, a la espera de la equivocación del rival. Muchas veces estuvo despistada y lo protegió un desacierto en la definición del adversario. Arabia tuvo suerte, desde ya, en su día para la eternidad. A la Argentina se le desmoronaron todas las máximas que hace tiempo habían desplazado los pilares del análisis. Un equipo un poco inexplicable, asumiendo la vaguedad como virtud.
La propuesta siempre fue titilante, pero el éxito barrió el debate. La que parecía incuestionable era la personalidad. Un equipo salvaje, valiente, hasta con peligrosos aires pendencieros. Capaz de prepotear los partidos para llevarlos hasta donde el juego no siempre conducía a la selección. Un equipo insoportable como tono elogioso. Adaptarse a todo, siempre con las revoluciones altas, era ese encanto pragmático de un grupo de espartanos. Al escudo le faltó el corazón.