Xi Jinping y el fin del liderazgo colectivo en China
Su reelección como líder por tercera vez implicará una ruptura con la política de limitación temporal del poder impuesta por Deng Xiaoping a sus sucesores
La elección de Xi -quien tiene 69 años- como líder por tercera vez implica una ruptura con la política de limitación temporal del poder impuesta por Deng Xiaoping a sus sucesores con el propósito de alejar los peligros del personalismo de la era Mao Zedong. En efecto, Jiang Zemin y Hu Jintao -los dos predecesores de Xi- ocuparon el puesto clave de Secretario General durante dos mandatos de cinco años cada uno, retirándose al cumplir diez años al frente del país.
Acaso con el fin de evitar una “gerontocracia” al estilo de la etapa final de la era Brezhnev, en los congresos anteriores del PCCh en 2007, 2012 y 2017, nunca se había designado a un miembro cuya edad superara los 68 años al momento de ser elegido para un nuevo periodo en el Politburo.
Pero el liderazgo de Xi se encuentra reforzado al unificar bajo su mando la Comisión Central Militar -controlando a las Fuerzas Armadas- y el cargo de Jefe de Estado. De acuerdo con estudiosos de los movimientos internos del poder chino, eventuales arbitrariedades en materia de la continuidad o no de miembros en razones de edad podría generar un desafío para el liderazgo de Xi. Este nuevo escenario podría potencialmente despertar razones de resentimiento entre integrantes desplazados por motivos de edad cuando el propio Xi se acerca a los setenta años.
Es en este plano cuando resulta evidente que un tercer mandato sin precedentes para Xi implicará un punto de inflexión histórico en el devenir del gigante asiático. Un giro que con seguridad traerá aparejado un afianzamiento del nacionalismo y el personalismo con una posible derivación hacia una suerte de regreso al culto a la personalidad al estilo de los días de Mao.
En tanto, otras dudas se centran sobre quién podrá reemplazar a Li Keqiang, el actual Primer Ministro y virtual segundo máximo jerarca del país. El cargo de premier se encuentra sometido a una limitación de dos mandatos de modo que el fin de sus servicios al frente del gobierno resulta inevitable a pesar de que al contar 67 años, es dos años menor que Xi.
Las singulares circunstancias harán que el liderazgo de Xi pueda gozar de la ausencia de opositores internos ni contrapesos claros a la vista, un beneficio que ningún líder posterior a Mao había disfrutado. A la vez, el liderazgo de Xi ejerce por primera vez el poder en ausencia de un sucesor consagrado. Una realidad que implica otro quiebre de una tradición instaurada desde los tiempos de Deng y que privará al sistema de las ventajas de la previsibilidad de los procesos de transición interna del PCCh.
Lo cierto es que la eternización del liderazgo de Xi no evitará enfrentar los enormes desafíos que se ciernen sobre el país, cuando China continuará siendo una superpotencia obligada a afrontar enormes nubarrones domésticos y externos.
Durante el decenio de Xi, el país terminó de completar su elevación al estatus de superpotencia económica rival de los EEUU. Un logro indiscutido que permite visualizar una realidad palpable y que indica que el liderazgo de Xi no tiene como base al aparato represivo -a pesar de que su accionar se intensificó en los últimos años sobre disidentes y sobre la prensa- sino en una legitimación de ejercicio a partir de sus logros económicos inobjetables.
En tanto, el creciente rol global de Beijing como actor clave del sistema internacional ha funcionado como una fuente de orgullo y legitimidad del régimen frente a la población, la que ha profundizado en las últimas décadas una revalorización de sus sentimientos nacionalistas. Un rasgo que confirma una política iniciada desde la instalación de la República Popular en 1949, a partir de la cual los jerarcas del Politburó han mostrado el aumento del perfil internacional de China como un activo de legitimación ante un pueblo que atravesó un siglo y medio de humillación a partir de las Guerras del Opio.
Sin embargo, es justamente en el frente externo donde Xi enfrentará con seguridad dificultades de cara a su tercer mandato. En este sentido, existe un consenso en Beijing sobre un virtualmente inevitable aumento de la tensión con los EEUU, en el marco de un mundo mucho más conflictivo e inestable. En el que la relación estratégica con Rusia será tal vez el mayor desafío regional para Xi, toda vez que el vínculo con Moscú trae aparejado un impacto directo en su relación con Occidente.
Casi con seguridad, se estima que Xi buscará seguir reafirmando el control sobre Hong Kong, aplacando cualquier foco de disidencia remanente. Una política que mostrará a una China menos globalista y probablemente más enfocada en sus problemas domésticos y en asegurar el control y estabilidad en su vecindario.
Tal perspectiva permite imaginar que en el futuro inmediato, muy probablemente China tenga un comportamiento internacional menos “generoso” con el mundo en desarrollo en materia de inversiones y financiamiento. Una realidad que seguramente se verá fortalecida a partir de signos inequívocos que indican que la economía china está exhibiendo problemas estructurales, exacerbados por el intervencionismo económico de Xi y su política Covid-cero a través de la imposición draconiana de cuarentenas (lockdowns) virtualmente interminables.
Otras dificultades persistentes parecen aquejar a los chinos sin solución de continuidad. Al contrario de los EEUU, para quien la geografía ha sido inmensamente benefactora, la misma ofrece un panorama complejo para China. Mientras los EEUU son una suerte de país insular de tamaño continental aislado de los conflictos europeos y asiáticos por dos inmensos océanos y con dos fronteras sencillas en el norte y el sur, China es una potencia continental rodeada de enemigos, muchos de ellos dotados de armas nucleares. Un escenario en el que el Mar del Sur de la China parece ocupar el lugar que el Caribe tuvo para los EEUU a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, en los términos de significar el ámbito geográfico fundamental para desplegar sus ambiciones de hegemonía regional.
Al tiempo que a diferencia de los EEUU -una potencia que ha alcanzado hace unos diez años su anhelado autoabastecimiento energético- China mantiene una dependencia externa para satisfacer su necesidad de suministro de gas y petróleo convirtiendo en fundamental el acceso a través del Estrecho de Malaca y la necesaria alianza con Rusia.
Pero si la geografía no parece ayudar a Beijing, paradojalmente también la demografía podría estar jugándole una mala pasada al que sigue siendo el país más poblado del mundo. De acuerdo con expertos, China mantiene un inquietante problema demográfico que la llevará a perder habitantes en el futuro inmediato. Mientras la población china está experimentando un rápido envejecimiento, un proceso que se estima se profundizará en los próximos años.
Pero estas dificultades no han privado al Xi en su camino a convertirse en el líder fundamental del país. En ese plano, resulta significativo recordar que el ideario Xi ya fue consagrado en la Constitución, equiparando en importancia nada menos que al pensamiento de Mao. Es allí donde el concepto de “prosperidad común” se presenta como central, lo que indica que las polémicas reformas económicas que aumentaron la regulación y los controles sobre sectores privados estratégicos se profundizarán.
A su vez, Taiwán se presenta como la cuestión potencialmente más crítica, encerrando tal vez el asunto de mayor sensibilidad para Xi y el PCCh. Al punto que la pregunta sobre si Xi intentará la unificación forzosa antes de dejar el poder resulta de inmensa significación. Mientras tanto, la hipótesis de una unificación pacífica aparece como una alternativa lejana. Hasta ahora, mantener el status-quo en el estrecho ha sido una prioridad del liderazgo de Xi, pero no puede desconocerse que esta ecuación se ha desbalanceado, debido al creciente independentismo en la isla y a la mayor injerencia norteamericana.
Es en éstas circunstancias cuando han adquirido vital importancia las palabras del líder, quien alguna vez ha dicho que la cuestión de Taiwán era un problema que la generación actual no podía transferir a las próximas. Un concepto que pareció reforzarse el domingo 16 cuando sentenció que “nunca renunciaremos al uso de la fuerza para unificar Taiwán”.
Son éstas probablemente las notas principales frente al desarrollo del XX Congreso del PCCh. El que tendrá lugar en el momento en que sus líderes enfrentan por primera vez desde 1978 un panorama económico subóptimo. En el que el propio Xi empleó un tono de cautela en su discurso de apertura, cuando anticipó el tenor de los tiempos por venir: “Debemos prepararnos para afrontar peligrosas tormentas”.
Acaso un pronóstico ajustado para todos, cuando el mundo asiste por primera vez en los últimos quinientos años a la pretensión de un actor no occidental a convertirse en la primera potencia global.