“¿Qué es una mujer?”: el exitoso documental que cuestiona la ideología de género y que la crítica boicotea
En el ránking de Rotten Tomatoes esta película de Justin Folk, protagonizada por Matt Walsh, estuvo al tope en las preferencias del público pero ningún crítico la quiso ver ni comentar. El boicot del pensamiento mainstream a quien osó remar contra la corriente
Dirigido por Justin Folk y protagonizado por Matt Walsh, consiste en un recorrido por varias ciudades estadounidenses -con un vuelo a Nairobi intercalado- y por diferentes escenarios para entrevistar a profesionales, especialistas y ciudadanos de a pie a los que se les formula una misma pregunta: ¿qué es una mujer?
En el comienzo del film, Matt Walsh, escritor y analista político, se presenta a sí mismo como un padre de familia inquieto por sus hijos ante una realidad que describe así: “Nuestra cultura dice que las diferencias entre niños y niñas no importan, que si te identificas como ‘algo’ entonces eres ese algo”. Y se pregunta: “¿Cómo ayudamos a nuestros hijos a entender estas cosas cuando están siendo bombardeados con mensajes de género e identidad que están en conflicto?”
No se trata de los derechos de los trans, ni de discriminación, sino del postulado de que el género es una construcción social y por lo tanto fluido, que se lo puede cambiar casi a piacere, mientras que para el común de la gente y para la ciencia el género tiene una base biológica innegable. Negar el binarismo es negar la naturaleza que dota a las personas de órganos con diferentes funciones reproductivas. “El sexo ha sido binario por millones de años”, dice por ejemplo en el film el profesor canadiense Jordan Peterson, psicólogo clínico, cancelado por la universidad de Cambridge por no plegarse al pensamiento políticamente correcto.
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Los críticos de cine adoptaron frente al documental la misma actitud que los entrevistados por Walsh, que indignados cortan la charla apenas empiezan las preguntas “difíciles”, recibidas como una agresión. Muchos críticos se negaron a verlo aunque era tendencia en redes y pese a que fue la transmisión en vivo de más tráfico en la historia del Daily Wire. Lo descalificaron como transfóbico y tildaron a su realizador de fanático e intolerante.
Una excepción fue el citado Matt Taibbi, que es progresista, y que cuestionó la actitud de sus colegas: “La película, que intenta y no consigue que los activistas trans, los académicos y los profesionales de la medicina ofrezcan una definición de la feminidad, es tendencia”. Y ello a pesar de los críticos, acotó. “Ese es el problema: que nadie del otro lado, ningún crítico de cine prominente, tiene ni la libertad ni el valor de cubrir esto. Me parece extraño que todo el mundo tenga tanto miedo”, señaló.
Hay personas que verdaderamente sufren de disforia de género, es decir, una distorsión entre su identidad sexual y su cuerpo; pero es un número ínfimo de casos. Acá se trata de otra cosa: “Este aumento de la identificación transgénero no se debe a la disforia de género”, dice Walsh, sino a un “contagio social” y a una “moda”.
Según el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DMA, publicación de la American Psychiatric Association) de EEUU, se calcula que entre el 0,005 y el 0,014% de los varones y el 0,002 a el 0,003% de las mujeres entran en los criterios diagnósticos de disforia de género. Pero muchos cultores de la ideología de género pretenden que las transiciones se hagan con la sola expresión de la voluntad de la persona, sin ningún período previo de evaluación, ni intervención de profesionales. Denuncian que lo contrario es “patologizar” el transgenerismo; cuando la intención que ellos tienen es naturalizarlo.
Las entrevistas de Walsh revelan hasta qué punto esta ideología ha penetrado en ambientes médicos, académicos y en el público en general.
Es especialmente impactante escuchar a Michelle Forcier, una pediatra especialista en “transiciones” (de un sexo a otro), cuando Walsh le pregunta si decir que un niño es varón porque tiene pene es una asignación arbitraria de sexo, responder: “Decirle a una familia, basándose en ese pequeño pene, que su criatura es absolutamente cien por ciento varón, sin importar qué más pueda ocurrir en su vida, eso no es correcto”.
Cuando Walsh le menciona sus “gametos masculinos”, ella es categórica: “No, tu esperma no te hace varón”. Para Forcier, hasta la gallina tiene un sexo asignado -porque pone huevos-, pero “no tiene identidad de género”. Menos mal.
El sexo es biológico e incambiable, aun si la persona hace una transición. “Soy una mujer biológica. Nunca seré un hombre”, le dice Scott Newgent, un hombre trans, a Walsh.
Matt Walsh entrevista a profesionales y políticos y todos pasan a un estado de incomodidad cuando él les pide sencillamente que digan qué es una mujer. O caen en tautologías, como Patrick Grzanka, profesor asociado de la Universidad de Tennessee, que respondió que una mujer es “una persona que se identifica como mujer”. Enojado, le cuestionó al documentalista el porqué de esa pregunta... El diálogo con este académico es muestra de una tendencia a la que pocas universidades escapan: la proliferación de especializaciones, maestrías, doctorados, etc., en estudios de género de dudoso rigor. Basta ver la poca solidez del especialista ante las preguntas del entrevistador. Reacciona indignado. Se molesta especialmente cuando Walsh le dice que busca la verdad: “Esa es una palabra incómoda, transfóbica…”, le espeta.
Pero no hay que creer que la pregunta es antojadiza: en la audiencia de confirmación de la jueza Ketanji Brown Jackson, como magistrada asociada a la Corte Suprema de EEUU, la senadora republicana Marsha Blackburn, de Tennessee, le pidió que definiera a una mujer. Jackson se negó: “No en este contexto. No soy bióloga”.
¿Por qué es tan difícil o incómoda esa pregunta? Es que la corrección política ha instalado un clima de terror por el que nadie quiere ser calificado de transfóbico. Como el dogma dice que las mujeres trans son mujeres, y los hombres trans, hombres, se cae en eufemismos como personas menstruantes o personas con vagina o con útero y ya no se puede llamar mujer a una mujer.
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Esto se ha extendido al punto de llevar a la cancelación de personas que están muy lejos de ser “conservadoras” (como sí lo es Matt Walsh), como la autora de Harry Potter, J.K. Rowling, por quejarse de que no se llame “mujer” a una “mujer”. Por eso no sorprende que los críticos de cine estadounidenses no hayan querido ni siquiera ver el documental.
“What is a Critic?”, ironizó un comentarista, porque mientras el film de Walsh recibía las mejores calificaciones del público en Rotten Tomatoes, el numero de críticas era ínfimo.
Ya sabemos que el progresismo, hoy hegemónico en el plano cultural, es tanto o más autoritario que “la derecha” a la que siempre denunció por represiva y censuradora. El que se atreve a cuestionar sus postulados, es racista, homófobo, transfóbico, sexista, intolerante, etc, etc.
Cuando Walsh le dice a la pediatra Michelle Forcier que Lupron, la droga que bloquea la pubertad, es la misma que se usa para la castración química de violadores, ella se ofende: “Cuando usas ese lenguaje estás siendo maligno y dañino”.
De ahí a la censura hay poco trecho. Walsh denunció en su cuenta de Twitter que la Asociación Médica Americana les está pidiendo a las Big Tech y al Departamento de Justicia “que censuren, desplacen, investiguen y persigan a los periodistas que cuestionan la ortodoxia de las cirugías de género radicales para menores, argumentando que la crítica pública es ‘desinformación’”
¿No tienen derecho los padres, el público en general, a interrogarse sobre estos tratamientos que antes que invasivos son castradores? La pediatra Forcier le explica a Walsh que las “afirmaciones de identidad” -esta ideología ama los eufemismos- empiezan cuando el paciente está listo. Recordemos que está hablando de menores. “Esto puede suceder en una chica que está en el comienzo de la pubertad y entra en pánico porque le crecen los senos, o un chico cuyo pene se está haciendo más grande y más activo”, dice a modo de ejemplo. Ahí entran en acción las “afirmaciones”: terapias hormonales que bloquean la pubertad y que, según Forcier, no tienen efectos secundarios ni permanentes… De acuerdo a esta pediatra, es como poner en pausa la reproducción de un video… Luego se da play en cualquier momento y acá no pasó nada. Pero muchos especialistas cuestionan la supuesta inocuidad de esos tratamientos. Sin mencionar las cirugías.
Otra especialista dice: “¿Cómo pueden hacer mastectomías a adolescentes de 16? ¿Cómo puede estar pasando esto?”
Buena parte del documental está dedicada a exponer este uso de bloqueadores hormonales de pubertad. ¿Qué adolescente no se inquieta cuando empieza el desarrollo de sus órganos sexuales? ¿Corresponde poner en duda su identidad por la sola incomodidad que generan los cambios típicos de esa edad? Cada vez más, estos tratamientos hormonales son usados con una liviandad que asusta, apenas un adolescente expresa dudas sobre su identidad sexual. Políticos, médicos y psicólogos promueven alegremente la idea de que los humanos pueden cambiar de sexo, cuando las cirugías y las hormonas solo modificarán la apariencia exterior de la persona y, además, no son tratamientos inocuos.
Walsh aborda el caso de un padre, Robert Hoogland, condenado a seis meses de prisión en Canadá por oponerse a la hormonación de su hija para cambiar de sexo. “Se considera violencia criminal usar el pronombre equivocado”, dice Hoogland que fue condenado por negarse a llamar “hijo” a su hija. La madre de la adolescente tiene de su lado al gobierno y a la ley. El hombre está en libertad bajo fianza. No crean que estos temas nos son ajenos, porque en Argentina el Congreso ha votado una Ley de Identidad de Género que habilita la transición hormonal y quirúrgica de niños.
En el film se ve también el testimonio de Scott (Kellie) Newgent, transgénero, víctima de mala praxis, que ha creado TReVoices, para oponerse a la transición médica de niños; él desmiente categóricamente que la hormonación sea inocua y reversible.
Entrevistado por National Review, Matt Walsh dijo que el transgenerismo es “como la vaca sagrada” y que los activistas trans “se sienten autorizados a decir cualquier cosa y a amenazarte”, porque “si los cuestionas eres la peor clase de blasfemador”.
A los que lo llaman “extremista” y “dinosaurio”, Walsh les recuerda que las cosas que él dice eran consideradas “hechos biológicos” hasta hace apenas dos décadas. “Esta es una lucha que podemos ganar”, dijo. Y aclaró: “Cuando digo ‘nosotros’, me refiero a las personas racionales y cuerdas... No hace falta ser conservador para darse cuenta de que los hombres son hombres y las mujeres son mujeres”.
Y en cuanto a cómo descoloca a sus entrevistados, dice que, si pueden “ser puestos de rodillas por una pregunta” es porque “ahí hay una verdadera debilidad”.
“Creo que la ideología de género puede ser vencida porque no resiste ningún tipo de escrutinio -insistió-. Lo único que hace falta es que tengamos un poco de audacia, que la miremos a la cara y hagamos algunas preguntas básicas”.
Sin embargo, son llamativas las entrevistas callejeras del documental -a jóvenes al azar y a mujeres en una marcha feminista- por la naturalidad con la que asimilan realidad a subjetividad: “Si es real para vos, entonces es real”...
En eso consiste su documental: tiene momentos desopilantes y otros angustiantes porque hay testimonios fuertes. Su principal mérito es exponer este pensamiento y mostrar hasta qué punto está impregnando las mentalidades.
Particularmente graciosa es su visita a una comunidad rural de Nairobi para indagar sobre estos temas. Los locales ni siquiera entienden de qué les está hablando Walsh, que entonces concluye que esto del transgenerismo es una preocupación exclusivamente occidental.
Otro momento insólito es cuando Gert Comfrey, psicoterapeuta, le dice que no puede definir qué es una mujer porque ella no lo es… cuando visiblemente sí lo es.
Debbie Hayton, periodista y docente británica trans, pero que cuestiona la ideología de género, sostiene que el documental crea conciencia sobre una realidad. Pero señala que Walsh “no explica por qué una idea tan extraña ha cautivado a la sociedad”. “¿Por qué tanta gente -especialmente joven- se identifica como transgénero o no binaria?
Es “la” pregunta que hay que responder.
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El film apunta contra Alfred Kinsey y sus estudios sobre la conducta sexual, y sobre todo contra John Money y su teoría de que el niño nace con un género neutro.
Algunos pocos críticos que sí vieron el film lamentan que Walsh no haya entrevistado a varias ensayistas que han realizado críticas exhaustivas de la ideología de género, como Helen Joyce, Kathleen Stock y Julie Blindel.
Debbie Hayton comparte sin embargo la preocupación del autor del documental por la multiplicación de intervenciones transgénero en niños. Walsh entrevista a Marci Bowers, mujer trans, cirujana que lleva practicadas unas 2000 vaginoplastias, operaciones de transición. Al respecto, Hayton dice: “Seamos claros en lo que esto significa. A un niño demasiado joven para tener un tatuaje se le extirpan los testículos y se le filetea el pene”.
Y en cuanto a la insistencia en que atletas trans compitan en la categoría femenina, Hayton dice: “Al imponer esta vil tontería a los estudiantes, al punto de obligar a las chicas jóvenes a compartir los vestuarios con los chicos, se los priva de la seguridad y la privacidad, y también de algo más fundamental, que es la verdad”. Este tema también es abordado en el film con testimonios de mujeres deportistas que están obligadas a callar por miedo a la sanción o la expulsión. Cuando se animaron a protestar, la respuesta fue: “Eres transfóbica”. O, en el mejor de los casos: “Podemos ayudarte a superar esto con psicoterapia”.
Por último, ¿qué hubiera respondido el propio Matt Walsh a su pregunta?: “Habría dado una respuesta biológica, porque esa es cien por ciento la respuesta. ¿Qué es una mujer?: una hembra humana adulta”.
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