Noche de locura y una certeza: la tragedia de Indonesia nos queda a la vuelta
El fútbol argentino vive inmerso en incongruencias, en un país que transita al borde de las desgracias
La noche golpea impiadosa en el bosque platense. Se disputa un partido que puede definir el campeonato local. No, no se juega en el estadio donde alguna vez tocaron U2, Bruno Mars y Roger Waters, entre otros: se juega en la cancha de Gimnasia. Argentina es esto (y mucho más). Se construye un estadio nuevo, moderno, a la europea, pero sus equipos principales no juegan ahí. Estudiantes hasta reformó su vieja cancha, en 1 y 57. Quedó linda, realmente. El Estadio Único es un elefante blanco. Como ocurre en algunos países, pero distinto.
Porque Argentina es distinta: no hizo falta un Mundial para concretar semejante despropósito. ¿Un país opulento? No, un país con tres dígitos anuales de inflación, crecimiento de la pobreza, corrupción, toma de colegios, usurpaciones, avasallamiento de las instituciones. Todo dado vuelta. Por donde se lo mire. Vivimos así.
Gimnasia-Boca era el partido de la fecha. Del mes. Uno de esos que marcan tendencia porque se está en la recta final del certamen. Se lo organiza para un jueves por la noche, justo cuando comienza un fin de semana largo y en una ciudad lindante con una de las salidas a una de las rutas más transitadas del país, la que conduce a los centros veraniegos. ¿Para qué hacerlo menos engorroso y jugarlo un día antes? Un movimiento inusual, en una fecha logísticamente complicada. Totalmente innecesario.
Se menciona una sobreventa importante de entradas: de 5000 a 14.000 tickets. Hinchas que llegan cerca del horario del comienzo del partido (21.30), como suelen hacerlo, y quieren entrar donde ya no se puede: el estadio está lleno desde hace horas. Empiezan los problemas. Síntomas de desorden. Y la policía bonaerense que reprime. Como no se la veía desde hacía mucho tiempo. Sobreviene el caos. También el miedo. Estalla la locura.
La Argentina tragicómica. Apenas unas horas antes, el presidente de la AFA, Claudio Chiqui Tapia, encabezaba en el predio de Ezeiza el lanzamiento del avión de la selección para el Mundial de Qatar 2022. El primer vuelo imaginario, a modo de bautismo, fue entrar en un cumulonimbus: su propia incongruencia. ¿Cómo es posible que todavía no se pueda organizar un partido sin hinchas visitantes? ¿De qué manera se entiende que encuentros con una sola hinchada, que se supone va a alentar a un único equipo, necesiten 1000 o más efectivos policiales? Y que todo termine en un desmadre, como si los barras argentinos se hubieran enfrentado con los hooligans.
La organización hace agua. La seguridad deriva en inseguridad, casual o causal. ¿Cómo identificarlo en un país sin escrúpulos? Pero destila argentinismo. Un país que circula cotidianamente al borde de las desgracias.
Hace unos días vimos, a través de videos, cómo en Indonesia se desató una tragedia en una cancha de fútbol por incidentes. Gases lacrimógenos, estampida de público, invasión desesperada de la cancha, enfrentamientos. Fueron más de 130 muertos. Causaba estupor ver las imágenes. Y por un momento, teniendo en cuenta lo que tantas veces ocurrió en nuestras canchas, pensamos: ¿podría pasar también aquí o esto es algo que nos queda muy lejano, y no sólo geográficamente?