Marcelo Gallardo se va de River: el día de 2022 que perdió el control (y ya nada fue igual)
La extraordinaria historia del Muñeco en River tuvo su peor versión en la temporada final, más allá de algunas derrotas y huérfano de títulos, como nunca antes
Nadie lo imaginó ese día, a esa hora: cae la noche del 10 de julio, rodeado de la multitud de siempre, que lo aplaude hasta cuando pierde la razón. Nadie lo imaginó: esa noche perdió el control. Y ya nada fue igual.
“Tené los huevos para echarme, pelotudo”. El exabrupto tuvo el desenlace lógico: la tarjeta roja al entrenador en el cierre de otra actuación fallida en su casa. Solo en 2020, el año imposible, el de la pandemia, no había dado una vuelta olímpica. De algún modo, no cuenta, si casi no compitió. Pero 2022 es otra historia: la derrota fue un reflejo de que algo no andaba bien.
Incrédulo, siguió conversando con el cuarto árbitro, Américo Monsalvo. Sufrió los minutos que le quedaban al encuentro sobre un costado del campo de juego. Esa tarde suspendió la clásica conferencia de prensa. Lo hizo repetidas veces, sobre todo, en las últimas semanas. River jugaba como lo aseguraba su cara, habitualmente apartado de la risa, el buen humor. El mismo River que había sido todo un espectáculo, un entretenimiento mayúsculo durante largos años -con pequeños desvaríos, derrotas que se transformaron en victorias en el porvenir- era un suplicio.
Tan grande fue el fastidio del Muñeco durante el primer tiempo de un equipo que parecía haber perdido lo más sagrado, que el DT tomó el timón con una decisión drástica: cuatro cambios. Y con el tiempo, solía hacer tres modificaciones, cada vez más seguido.
Pero este fue otro asunto. Ante el noble conjunto mendocino, y después de acabar el primer tiempo dos goles abajo, Gallardo hizo cirugía mayor: Andrés Herrera entró por Emanuel Mammana. David Martínez ingresó por Leandro González Pirez, Santiago Simón reemplazó a Nicolás De La Cruz, y Esequiel Barco ocupó el lugar de Braian Romero.
Ya era el peor momento del peor año del mejor entrenador de la historia millonaria. El conductor que transformó la historia. De pronto, un tímido “Movete River movete, movete dejá de joder. Que esta hinchada está loca, hoy no podemos perder” se hizo oír en un sector del Monumental. Un gesto: en casi ocho temporadas, casi, casi, sin críticas ni silbidos, ni silencios ni reproches, enamorados de una travesía que será imposible replicar, una pequeña melodía.
Unos días antes, River había quedado eliminado de la Copa Libertadores frente a Vélez, inesperado y más temprano que nunca antes. Sólo una vez quedó afuera en los octavos de la Libertadores: contra Independiente del Valle, en 2016, fue la otra, pero esa noche fue milagrosa: el equipo millonario debió golear. Al Mundo River siempre lo sostuvo el modo: el 0-1 contra Vélez, en Liniers, fue desolador. Gigante ante Boca, perdió el clásico por 1 a 0 en marzo (“Hay que mantener la serenidad, tranquilo. A mí no me confunden estas situaciones, una derrota, un resultado adverso. Tranquilidad, serenidad. Serenidad, te pido serenidad”, le advirtió a un cronista, en otra de sus célebres frases) y volvió a caer en septiembre, por el mismo resultado. Diferencias futboleras sutiles, que con el transcurrir el tiempo se convirtieron en enormes.
Había quedado eliminado de la Copa de la Liga ante Tigre (1-2) en los cuartos de final. La Liga Profesional, en cambio, le ofrece una mirada numérica parecida al milagro: al menos, se clasificó con holgura para la próxima Copa Libertadores, con una inesperada serie de cuatro triunfos en fila. La Copa Argentina, un bálsamo cuando la actualidad le daba la espalda, tampoco fue una solución: los penales (esas dos palabras que suelen desquiciar al Mundo River) y un digno Patronato, lo corrieron de escena.
¿Qué le pasaba a Gallardo? Porque ya no era el cerebro de las estrategias, el de los cambios de timón, el que sostenía a los refuerzos de capa caída hasta transformarlos en imprescindibles. Su hoja de ruta es (era) la continua reinvención. Sin embargo, los ocho años en continuado con el colmillo afilado en “ser competitivos”, como frase de cabecera, dejan su huella. El enojo surge espontáneo, el fastidio lo acompaña más seguido. El desgaste de haberlo dado (casi, casi) todo.
Fue 2022 un contexto demoledor: la cantidad y calidad del plantel, por un lado y lo que ofrece en lo colectivo en el campo de juego, por el otro, estuvieron en el listón más bajo de toda su trayectoria. Hubo otros procesos alicaídos, en la antesala de la final con Atlético Tucumán de la Copa Argentina 2017 y en la previa (incluyó cuatro partidos sin ganar) de la finalísima con Boca en Mendoza 2018. El desgaste era menor y, sobre todo, había varios caciques. Hoy quedan Armani, Maidana, Pinola (en otro plano) y Enzo Pérez. Levanta la cabeza y ya nada es lo mismo.
El desgaste de los ocho años en el cargo. El Muñeco no engaña con su mirada: es tal cual es. Se nota, con lógica en un escenario indescifrable, con reinvenciones cada semestre, que su imagen transmite el transcurrir del tiempo. Le pasa en los partidos: se levanta y se sienta al ritmo de un equipo que no lo representa. Flojas respuestas individuales, confusión táctica.
Errores de casi todos (¿quiénes atravesaron una buena temporada, Armani, Enzo Pérez, De la Cruz?), enojo público con el volante uruguayo más de una vez, cólera con Herrera (hasta le dio un golpe) en la desesperación por remarcarle una indicación en el partido con Atlético Tucumán. Cambios de esquema de un partido a otro: ¿a quién se le hubiera ocurrido que Gallardo dispondría de dos nueves con las mismas características, como Beltrán y Romero y, más tarde, Borja?
El cansancio físico y mental. Se fueron Julián Álvarez y Enzo Fernández, los mejores intérpretes. Sus ideas quedaron expuestas, en jaque. Volver a empezar, de atrás hacia adelante. Volver a ser una formación rocosa, como en 2015, eso habría significado capitular. Y la grandeza de Gallardo está matizada de otra sinfonía.
“Ha sido una historia hermosísima”. Así fue: incluso en 2022, el año en el que vivió en peligro.