El último campeón: Boca resiste y sigue
Boca dio otro paso hacia la alegría de fin de año. Sufrió, se repuso de dos golpes en el mismo partido y volvió a noquear. Todos quieren colgarse la medalla de bajarlo. Pero aguanta.
Los triunfos que duelen son los más importantes. Tienen un valor extra porque su significado excede los tres puntos. Este 1-0 ante Sarmiento que puede decir poco por el nombre del rival es muchísimo por el contexto, por las circunstancias y por las adversidades. Las que Boca ya venía sufriendo y las que se sumaron durante el partido. El equipo no pudo siquiera saborear la vuelta de su líder espiritual que ya lo había perdido. Y de la peor manera. En un minuto, Marcos Rojo erró un penal y se fue de la cancha vaya uno a saber por cuánto tiempo. Reponerse de esos dos golpes, meter esa trompada de nocaut que fue el gol de Langoni, aguantar los trapos en un momento complicado, hablan de la confianza de este Boca remendado que pese a todo, a las seis y media de la tarde, había ampliado su ventaja. Esa, la de las seis y media, es la tabla real porque cuenta la misma cantidad de partidos para todos los que están peleando. Y esos números dan una sensación de fortaleza y de holgura que tal vez no se terminen de apreciar en la cancha.
Muchas veces Boca parece al borde de quebrarse, pero se sostiene. En la figura de su arquero que debería ser mundialista, en la categoría de Fabra, en la aparición explosiva del pibe Langoni, en la lucidez de Benedetto para devolverle al pibe la gentileza del pase gol que hace pocos días los tuvo como protagonistas aunque en funciones inversas. El equipo aguantó a un mañero Sarmiento, el equipo más Estudiantes de la Liga, más que el propio Estudiantes, y supo jugar el juego que le propusieron. Le ganó a Sarmiento con sus armas: primero generó el penal con una avivada de Romero, después le dio una clase de contraataque directo con producción y dirección del cerebral Medina-, y por momentos, cuando era superado a los pelotazos, hizo "control del tiempo". La frase patentada por Damonte contra River esta vez estaba escrita en el espejo que fue Boca. El equipo resistió los nueve minutos insólitos de Tello, en los que se encomendó a las manos de Rossi pero también generó un par de situaciones para liquidarlo.
¿Ya está entonces? No, ni a palos. El festejo de hoy es la herida de mañana. ¿Con qué defensa irá Boca a Rosario? ¿Con quiénes contará para estas tres finales que le quedan? Un equipo sostenido por sus nombres, más que por su funcionamiento o su estructura, sufre las ausencias. Y sobre todo si se dan en un mismo sector del campo. Rojo, Figal, Aranda, hay que ver cómo está Zambrano (quién lo diría, ¡rezar para que esté bien Zambrano!). Estricto en la preservación para evitar el desgaste, el Negro Ibarra cambió medio equipo y entre ellos sacó al Pipa y a Langoni: no es lo mismo sin ellos, y ésta es una muestra gratis de lo que se señala más arriba. No son todos iguales. Y hubo que lidiar, una vez más, con la angustia de la ventaja mínima. Pero Boca gana, dice presente, cumple.
Un rato de fútbol, un rato de carácter, una buena dosis de resiliencia. Lo que para muchos es traumático, para Boca es la cotidianeidad. Que todos le jueguen a muerte, tengan o no objetivos, es lo habitual. Boca en sí mismo es el objetivo. Es un trofeo. Una medalla que todos se quieren colgar. Boca lo sabe y resiste, acepta su destino de grandeza y se arropa con ella. Como hacen los campeones. ¿Y qué es Boca acaso, sino el último campeón?