El Señor de los Anillos: Los Anillos de Poder, crítica. Una Tierra Media que refleja sus luces y sombras
Que una serie se decante por un ritmo lento no es indicativo de la calidad de las misma. Por otro lado, lento no es sinónimo de aburrido, pues se trata de una opción narrativa más. Los Anillos de Poder es una serie que se toma su tiempo porque viaja hasta distintas localizaciones con personajes muy diversos. Así las cosas, los showrunners J.D. Payne y Patrick McKay, los guionistas y los directores necesitaban reinterpretar esta nueva Tierra Media y dotarla de sentido a través de sus personajes, algunos tan conocidos como Elrond, Durin o Galadriel. ¿Lo han conseguido? A medias.
El problema es que la construcción de los protagonistas se me antoja un tanto fallida, porque terminan siendo un poco planos. No es que cueste empatizar con los conflictos internos de cada uno, pero da la impresión de que con algo más de profundidad hubieran reforzado su identidad para crear un vínculo más fuerte con los espectadores.
Muchas tramas, pero ¿encajan?
El mal acecha, pese a que muchos están convencidos de que la oscuridad de Morgoth y de Sauron se desvaneció tiempo ha. La producción nos lleva a la Segunda Edad de la Tierra Media, que vive en un período de relativa paz. Galadriel pronto se da cuenta de que las fuerzas de la oscuridad no ha desaparecido, sino que se arremolina en secreto. Preocupada, trata de convencer a Elrond de sus sospechas, para a continuación viajar a Númenor en busca aliados.
Paralelamente, los orcos resurgen y un nuevo enemigo se alza en el pequeño pueblo en el que viven Bronwyn y su hijo Theo. Allí se queda a luchar el elfo Arondir, que mantiene una relación amorosa con Bronwyin, tan insípida como carente de química. En el Reino de los Enanos, el príncipe Durín debe enfrentarse al dilema de ayudar a su mejor amigo, el medioelfo Elrond, aún a costa de su relación con su padre, el rey, y de sus deberes como heredero al trono. Y a los elfos se les apaga su luz en la Tierra Media...
La premisa de la serie es interesante de por sí porque se narran historias muy anteriores a los hechos de El Señor de los Anillos. Esto constituye al mismo tiempo un punto positivo y otro negativo: lo positivo es que teniendo en cuenta que Amazon no posee los derechos de El Silmarillion ni de otras obras, los creadores han tenido mayor libertad a la hora de crear sus tramas. Lo negativo es que un lienzo casi blanco ha de dibujarse con el armonioso trazado de la coherencia. No estoy seguro de que Los Anillos de Poder lo haya conseguido del todo, pues se mezclan un batiburrillo de tramas que no terminan de cuajar del todo, aunque varias de ellas confluyen en un clímax muy satisfactorio.
Las secuencias de los pelosos han sido objeto de numerosas críticas, pero creo que recogen con acierto la idea de que hasta los seres aparentemente más insignificantes pueden cambiar el curso de la historia, tal y como hizo Frodo en El Señor de los Anilos o Bilbo en El Hobbit. La joven Nori prefiere arriesgarse a ayudar a alguien que lo necesita antes que cumplir a rajatabla las reglas de su pueblo. Y ahí entra en juego El Forastero, cuya identidad se resuelve al final de la temporada.
Un prodigio y espectáculo a nivel visual
El Señor de los Anillos: Los Anillos de Poder es apabullante a nivel visual, una constante en toda la producción que eleva las cotas de calidad como nunca antes se había visto en una serie de televisión. En pocas palabras, es un espectáculo maravilloso. La banda sonora de Bear McCreary, muy al estilo de Howard Shore en la versión de Peter Jackson, forma parte intrínseca de esta Tierra Media, tan bella como despiadada, tan brillante como oscura, tan de luces y sombras.
La identidad de Sauron, el origen de los Anillos de Poder... todos estos temas se tocan en la primera temporada, cuyo desenlace revela varios de estos enigmas y concluye en un clímax que nos deja con ganas de más. Amazon rubrica una temporada de introducción no exenta de errores, tremendamente conflictiva con el canon y divisiva en opiniones, pero que erige los cimientos para todo lo que está por llegar.