El larguísimo invierno del descontento, una amenaza para todos los gobiernos europeos
La caída de Liz Truss en Reino Unido encendió las alarmas en todas las capitales de Europa. La gente está cansada de la guerra en Ucrania, no quiere padecer frío y no está dispuesta a sacrificar absolutamente nada de su comodidad en pos de la democracia y la libertad
La renuncia el jueves de la primera ministra británica, Liz Truss, después de apenas 44 días en el poder, encendió todas las alarmas y envió una señal muy clara de los peligros políticos que tendrán que enfrentar todos los gobiernos del continente (y del mundo) si no contienen la inflación y la erosión del nivel de vida, más allá de cuales sean las causas.
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El promedio europeo de inflación anual llegó al 10,9%, cuando el año pasado a esta altura estaba en 3,6%. Pero en algunos países ya llegó casi a niveles argentinos. Estonia anda en el 24% anual, Hungría en 20% y la República Checa en casi 18%. Los europeos no están acostumbrados a este tipo de alza de precios y protestan en los mercados y en las grandes avenidas. El presidente francés, Emmanuel Macron, soportó esta semana una huelga general y enormes manifestaciones. Los sindicatos franceses piden aplicar un impuesto especial a las compañías que hayan tenido ganancias desproporcionadas durante la guerra, algo a lo que se opone el gobierno francés, pero con lo que están de acuerdo Jean Luc Mélechon, el líder de la díscola Francia Insumisa, y la recién nombrada premio Nobel de Literatura, Annie Ernaux.
La huelga en las refinerías está provocando que numerosas gasolineras francesas se estén quedando sin combustible. Los petroleros piden un 10% de aumento para compensar los efectos de la inflación. La empresa TotalEnergies llegó a un acuerdo con dos grandes sindicaros por un 5%, pero la Confederación General del Trabajo se niega, lo que extenderá el paro durante los próximos días en al menos cinco refinerías del país. Además, a Macron se le complica aprobar el presupuesto para 2023. Ya no cuenta con la mayoría absoluta en la Asamblea. La oposición, representada por la derechista Marine Le Pen y Mélechon, le está dificultando las cosas al presidente. De producirse una moción de censura por parte de la oposición unida, los franceses, ya descontentos por la situación económica, tendrán que volver a las urnas.
En agosto, Macron pidió a la población que soportara las dificultades económicas como muestra de solidaridad con Ucrania, y los esfuerzos de conservación han reducido el consumo energético francés en un 14%. Era el deber de Francia “aceptar el precio de nuestra libertad y nuestros valores”, dijo Macron. Algo que ahora ya aparece lejano. Aunque sigue habiendo una oposición general a Rusia, en la cuestión de sacrificar el poder adquisitivo para apoyar a Ucrania, “la opinión pública está mucho más dividida”, explicó Adrien Broche, coautor de un estudio que muestra que sólo un tercio de los franceses está ahora de acuerdo con soportar las consecuencias económicas de la guerra.
La caída de Truss, al otro lado del Canal de la Mancha, hizo correr un sudor frío por la espalda de todos los líderes europeos. Si no hacen nada se los come la inflación; si toman medidas drásticas se los comen los mercados. Eso es lo que ocurrió cuando el entonces ministro de Hacienda británico, Kwasi Kwarteng, anunció un plan de recortes fiscales generalizados y un enorme gasto, que se financiaría con préstamos. En medio de la mayor inflación en las islas de las últimas cuatro décadas y la subida de los tipos de interés, los mercados consideraron que el plan, presentado sin ninguna evaluación independiente, suponía una ruptura de la reputación de credibilidad fiscal de Gran Bretaña. La libra cayó a un mínimo histórico y los rendimientos de la deuda pública se dispararon con tanta violencia que el banco central se vio obligado a intervenir para frenar una crisis en el sector de los fondos de pensiones.
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Al final, Truss echó a Kwarteng y lo sustituyó por Jeremy Hunt, cuya reversión total de las políticas de su predecesor empezó a tranquilizar a los mercados. Pero la confianza en el gobierno ya estaba totalmente erosionada. Terminó con el gobierno más efímero de la historia del Reino Unido. Ahora, los Tories conservadores buscan un reemplazo mientras se niegan a llamar a elecciones generales como se lo exigen los Laboristas. E, incluso, algunos piensan que la solución es llevar otra vez a Boris Johnson a Downing Street.
“Esto ya lo vimos después de la Primera Guerra Mundial, de la Segunda Guerra y en los 70. Un espiral inflacionario que desata protestas masivas. Nada bueno ocurrió entonces y nada bueno se puede prever ahora”, comentó Kurt Vandaele del Instituto Sindical Europeo en una entrevista publicada en la edición europea del New York Times.
En Italia, la presión es enorme para olvidar la alianza europea para defender a Ucrania y volver a negociar el gas barato de Rusia. El gobierno entrante de la neo-fascista Giorgia Meloni tendrá que intentar amortiguar el golpe de la inflación sin inflar los ya abultados déficits. Los sindicatos quieren que el gobierno aumente las subvenciones energéticas e incluso a los fertilizantes, que se producen con gas o potasio de Rusia. El premier saliente, Mario Draghi, ex presidente del Banco Central Europeo, ya advirtió que un mayor déficit “asustaría a los mercados internacionales, elevaría los tipos de interés y perjudicaría a los italianos”. También aseguró que cualquier división en Europa será un triunfo para Vladimir Putin.
Pero la división ya penetró en la península. El ex primer ministro Giuseppe Conte, que se refundó como héroe populista de los pobres del sur de Italia, anunció que se uniría a una gran manifestación el 5 de noviembre para exigir la paz para Ucrania y el fin de los envíos de armas. Los grandes periódicos de Roma y Milan dicen que lo que está pidiendo es la rendición de Ucrania. Por ahora, Meloni asegura que mantendrá la línea dura contra Rusia a pesar de tener en su coalición a Matteo Salvini, líder de la derecha populista al que le encantaba andar con remeras impresas con la cara de Putin, y al inefable Silvio Berlusconi, que esta semana dijo ser “uno de los cino o seis mejores amigos de Putin” y fue grabado diciendo que el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, es el culpable de la guerra porque forzó la invasión de Rusia.
En Alemania, la perspectiva de pasar un invierno sin calefacción aterroriza a muchos. Por 20 años, los alemanes disfrutaron de unas facturas muy bajas del suministro de gas y electricidad gracias a la energía barata que les daba Putin. Eso hizo que la clase política dejara pasar más de una barbaridad al líder del Kremlin. Y los consumidores se fueran acostumbrando a una energía subsidiada de la que s ahora muy difícil reemplazar.
En el este del país, que vivió bajo el comunismo casi medio siglo, es donde se concentran las mayores necesidades y la población sigue siendo la más conservadora. Allí, es donde en las últimas semanas decenas de miles de manifestantes salieron a las calles para protestar por los altos precios y contra el apoyo a la Ucrania en la guerra. Y aquí ya hace tiempo que la izquierda coincide con las quejas de la derecha. En Leipzig, donde unos 1.300 manifestantes se reunieron en el centro de la ciudad, las pancartas decían: “Nuestro país primero”. El sentimiento es mayoritario: el 67% de los alemanes está preocupado por el aumento del costo de vida, 16% más que el año pasado.
El anuncio del gobierno tripartito alemán de un paquete de ayuda de 200.000 millones de euros parecía haber aliviado parte de la ansiedad popular, con promesas de topes en los precios del gas y la electricidad, así como ayudas directas a las familias y empresas en apuros. Incluso, Alemania también cedió este viernes y aceptó poner un límite al precio del gas para toda la Unión Europea como lo venían proponiendo España, Italia y Bélgica. Europa pagará por el gas un máximo que podrá moverse ligeramente para ser superior a lo que paga China y hará compras colectivas. Una medida impensable hasta que desapareció el gas ruso de las cocinas alemanas. Y aún habrá que ver si los alemanes del este van a acompañar la decisión de su gobierno.
En tanto, comienza a aparecer un movimiento europeo de solidaridad con los ucranianos que propician “pasar un invierno como en la vieja época”: con dos pulóveres de lana dentro de la casa y una bolsa de agua caliente en la cama. Aunque no parecería ser ese el estilo el estilo de vida que está dispuesto a aceptar la gran mayoría de los europeos, ni siquiera por un invierno. Incluso, cuando aparece en el horizonte una amenaza aún más grande como la de Irán que ya está involucrado en la guerra y mantiene asesores de la Guardia Revolucionaria Islámica en Crimea para ayudar a Putin a usar los drones kamikazes que le vendió y que tanto daño están causando en la población civil ucraniana.