El fútbol se pelea con el tiempo
La vieja sencillez del deporte ha sido batida por muchos flancos y le coloca ante problemas como que un partido llegue a durar 102 minutos y solo se hayan jugado 41
Por el antiguo testamento el partido duraba noventa minutos según el reloj del árbitro, que sólo lo detenía por causas visibles y aceptadas por todos. Se tenían por interrupciones naturales los fueras de banda o de fondo, o las faltas; el juego se reanudaba con decente celeridad. Cuando había una interrupción extraordinaria (una lesión grave, un incidente en la grada, un perro o gato que saltaba, algo ajeno al juego, en fin…) el árbitro paraba el reloj y lo reactivaba al resolverse el problema. Y también cuando entendía que alguien demoraba intencionadamente un saque, cosa que se amonestaba con más diligencia y severidad que hoy. Se jugaba hasta que el reloj del árbitro alcanzaba el minuto 90. El tiempo real de juego venía a ser de algo menos que una hora.
Aquello era sencillo, pero eran otras circunstancias. No había cambios, salvo el del portero en caso de lesión y en la Copa de Europa ni eso. Llegaron los cambios y fueron subiendo: dos, tres, cinco por la pandemia que ya quedaron, uno más en la prórroga… Apareció la moda de echar el balón fuera cada vez que uno se cae o se tira. Vino el cuarto árbitro y trajo las broncas con los banquillos y su secuela de parones para que el árbitro vaya a advertir, amonestar o expulsar. Más el VAR, con las pelmazas reflexiones de sus sexadores de pollos en la sala brumosa. Y las pausas para hidratación, que camuflan tiempos muertos para los entrenadores. Y crecieron los corrillos abusivos en torno al árbitro, más frecuentes y tolerados según pasa el tiempo. No me olvido del árbitro advirtiendo en todos y cada uno de los córners a los jugadores de que no pueden empujarse ni agarrarse, cosa que ya saben desde pequeñitos. Ni de la nueva ola de fueras de juego consentidos hasta apurarse la jugada para sólo entonces levantar el banderín…
Todas esas adherencias en mayoría absurdas con que se ha ido cargando el fútbol desbordan la capacidad del árbitro para controlar al modo antiguo el tiempo de juego. Hoy todo eso se junta en una especie de estimación un poco a ojímetro entre la sala VOR, el cuarto árbitro y el propio árbitro y se anuncia en una tablilla de equis minutos que no es más que una referencia de mínimos, porque pueden pasar cosas durante ese rato residual. Y el final es difuso. Por el antiguo testamento, el tiempo terminaba en la muñeca del árbitro sin más flexibilidad que el lanzamiento de un penalti producido al límite de hora; en ese caso se dejaba lanzar más allá del minuto 90 del árbitro, pero sin rebote, como son los de las tandas. Ahora se deja terminar a la jugada, sacar el córner… ¿Y el rebote de córner? La vieja sencillez del fútbol ha sido batida por muchos flancos en un proceso de autolesión continua que en este apartado le coloca ante problemas como que un partido llegue a durar 102′ y sólo se hayan jugado 41′. Me figuro que no falta mucho para que Kroos, Lendoiro, Xavi y Ancelotti vean su propuesta elevada a regla.
De un tiempo acá el fútbol viene tomando muchas cosas del baloncesto y otros deportes americanos: cambios, números fijos en las camisetas, proliferación de árbitros, estadísticas, revisión tecnológica, entrenador de pie dando gritos, volatilidad de las plantillas, bloqueos, sobeteo continuo de reglas… Lo siguiente será la medición del tiempo.