El Barça es el juguete del Bayern

Un Bayern a medio gas le da un baño de realidad a los azulgrana (0-3) y termina de firmar el entierro del Barça en la Champions en la primera fase por segundo año consecutivo.

Juan Jiménez
As
El segundo entierro consecutivo del Barça en la fase de grupos de la Champions, este en la penúltima jornada como hace 24 años que no pasaba, fue todavía más humillante que el de hace un año en Múnich. Allí se despidió de Europa con Braithwaite, Dest, Yusuf Demir… Ahora, con una inversión de casi 200 millones, Koundé, Raphinha y Lewandowski incluidos, fue humillado contra un Bayern a un muy medio gas que ganó 0-3 con una pierna y pareció Gulliver en Lilliput, jugando contra enanitos. Un año después, y pese a que Jordi Cruyff dijese a principios de septiembre que habían mandado un mensaje al mundo después de ¡perder 2-0! en Múnich en una frase que hoy resulta grotesca, el Barça no ha avanzado ni un metro y se mostró como un equipo débil, sin líderes ni espíritu de rebeldía, manoseado por el Bayern, que lo usó como un juguete. Sigue siendo el Barça más pequeño que se recuerda en tiempo.

El Bayern desnudó la realidad del Barça en la primera parte con una sencillez aplastante que debió resultar crudísima para Xavi. Arropadito atrás, y sin alardes, le clavó dos puñales en dos transiciones lanzadas de manera primorosa por Gnabry. La primera con un golpeo limpio en diagonal hacia Mané, viejo enemigo; la segunda con una conducción inteligente y una buena elección en el pase decisivo a Choupo-Moting. Un 0-2 al que, además, le puso una buena dosis de leña. El Bayern castigó los tobillos del Barça y no le importó ver tres tarjetas amarillas.

El Barça, que ni se asomó a Ulreich en 45 minutos, pudo maquillar la primera parte en las postrimerías. Para empezar, se salvó de manera increíble del 0-3, que perdonaron Mané y Musiala. En la transición siguiente, Lewandowski cayó ante De Ligt. Taylor pitó penalti. Era una acción gris (el holandés toca el balón pero también se lleva por delante el pie del polaco), pero para el Barça fue más humillante aún que Stuart Attwell, árbitro VAR, hiciese algo a lo que Van Boekel se negó en el Allianz después del penalti a Dembélé y en San Siro: llamar a consultas al árbitro principal. Taylor anuló la acción y el partido se fue al descanso con 0-2. Más que ser un club con cinco Champions, al Barça se le puso cara de club pardillo.

El VAR, sin embargo, evitó un buen escándalo nada más empezar la segunda parte. Gnabry había firmado el 0-3, pero estaba medio metro fuera de juego. El Bayern ya le había enseñado al Barça en la primera parte hasta qué nivel estaba dispuesto a subir el listón si el Barça le apretaba y a los de Xavi les dio un ataque de miedo. Firmaron un armisticio y el partido perdió picante porque el Bayern tuvo cierta misericordia. Hubo un carrusel de cambios pero, sobre todo, una manifestación de inferioridad del Barça ante la sorprendente docilidad del Camp Nou, cuya afición acepta narcotizada de manera sorprendente esta nueva realidad de un equipo que es cinco veces campeón de Europa. Un Barça reducido a cenizas que se va de la Champions otra vez con un entierro y por la gatera.

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