BRUJAS 2 - ATLÉTICO 0 / Jutglà, un demonio en la noche de Brujas

El delantero del equipo belga goleó y asistió para ser el tormento para un Atleti sin contundencia que mostró su peor versión. Griezmann falló un penalti.

Patricia Cazón
As
La noche en Brujas fue para el Atleti una verdadera pesadilla. Salió el Brujas afiladísimo desde el primer minuto. Poderoso. Con vértigo. Las piernas de Onyedika dirigían y las Buchanan cortaban en la derecha rumbo a Oblak, sin encontrar rival. Porque si de entrada el Atleti tenía el dibujo del Pizjuán, 4-1-4-1 con dos cambios, Grizi por Saúl y Carrasco por Cunha, de salida le faltó todo lo demás. Con las manos en los bolsillos pareció de salir de paseo por Brujas. Como cerrojo estaba Giménez inspiradísimo al corte, pero iban pasando los minutos y el área de Oblak era como Troya. El Brujas no se iba de su hierba ante la general incomparecencia rojiblanca, ayer de naranja butano. Sólo faltaba saber quién de los belgas haría de caballo.

Buchanan, incontenible, buscaba con centros laterales a Jutglà pero el dominio avasallador no cristalizaba en peligro real. Ese que sí llevaba el Atleti cuando se plantaba ante Mignolet. Pero si primero alzó la manopla como semáfoto en rojo ante un tirazo escorado de Griezmann, después sería el pie en un mano a mano ante Morata. Le había dejado solo ante el portero, por cierto, un Nahuel que hasta el momento era el mejor rojiblanco. Más templado en la defensa de cuatro, más cómodo arropado por Llorente, atreviéndose a hacer eso para lo que se le fichó: batir líneas con el pase y dejar atrás esa imagen del Nahuel que ya parecía un fracaso. La mejoría rojiblanca sólo era maquillaje anaranjado sobre un rostro pálido. En la jugada siguiente, Simeone perdería a un futbolista, Llorente, mano atrás y al banquillo, Correa dentro. Dos después, Hoefkens encontraría su caballo.

Y tenía que ser Jutglà. Ese Jutglà en estado de gracia. Ese Jutglà que entró en el área rojiblanca al galope, atravesando a los hombres del Cholo como si fuesen de papel. Nahuel se tiraba al suelo en vez de cortar, Correa miraba y solo miraba, Savic se hacía la estatua, Jutglà seguía y seguía. Alcanzó la línea de fondo y forró el balón con celofán antes de enviárselo a Sowah que, en la línea, esperaba para batir a un Oblak ya batido. El Atleti hacía boom. La mecha, más que este Brujas incontestable, la había encendido el propio Atleti al alejarse de eso que una vez le hizo grande, de aquello que le hizo temible. El cholismo. Su garra, su intensidad, su contundencia. Ya no están. Se fueron. Y ni el Cholo parece encontrarlas ya.

Giménez, partido y medio

De la caseta, tras el descanso, regresó sin Giménez, empeñado en batir sus propios récords personales en lesiones. Partido y medio ha durado esta vez. O 120′ porque desde el 30′ ya jugaba roto como una tacita de té. En su lugar, Kondogbia y todas las manos fuera de los bolsillos. Que esto es la Champions y es el sustento. Que esto es la Champions y a jugársela a Oporto ya fueron el año pasado con el desfibrilador en la maleta. Pero si el Brujas no ensanchó la herida nada más comenzar la segunda parte es porque Oblak estaba al final del agujero en la defensa. Oblak y su mano milagro, llena de reflejos, ante ese Jutglà que seguía bailando incansable. A él la música. A él los focos. La Champions. A sus pies un Atleti hecho jirones.

Porque sacar las manos del bolsillo no le había dado intensidad, seguía a medio gas. En las acciones, en los duelos. Los pasillos abiertos, la contundencia ninguna el desorden absoluto, como si el Atleti se hubiera desvalijado a sí mismo. A sus cuatro delanteros sobre la hierba (Morata, Grizi, Correa y Carrasco) les daba Jutglá una masterclass de movimientos, hambre y goles. La segunda vez que se plantó ante Oblak no perdonó. Nueva pared, ahora con Buchanan, que conectó entre Witsel y Reinildo, para servirle: gol. Y el Atleti al borde de un ataque de nervios. Entró Cunha y alborotó. Entró Cunha y le dio color, por primera vez, arrancó al Atleti de la abulia para provocar un penalti. Pero Griezmann, como en Milán, quiso ajustar tanto que la pelota se estampó en el travesaño sonando a tortazo. En la jugada siguiente lo enmendó con un gol, pero había sido en fuera de juego. João salió los últimos diez minutos pero se topó con Mignolet, como Correa, como Cunha, de los pocos que en la noche merecieron llevar el escudo del Atleti al pecho. Hoefkens ya se había abrigado. A Simeone, su Brujas, le dejaba el cuerpo lleno de demonios

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