Valverde salva un mal día
Otro gran gol del uruguayo le da a un Madrid menor su octavo triunfo consecutivo. Asensio fue silbado, pero cerró el triunfo. El Leipzig dejó pasar una gran ocasión.
El partido arrojó un apunte preliminar: Ancelotti no se cree a Hazard. Ni en la banda, ni en la mediapunta, ni en la punta. El belga vuelve a guardar cola en la plantilla, incluso con Benzema caído, porque en el Madrid se pasa revista todos los días y Hazard va (poco) y viene (mucho). Sin él, sin Mendy (el que más cerca anda del banquillo de la guardia personal del técnico italiano) y sin Kroos, el termostato del equipo, y con Nacho de central, Alaba de lateral izquierdo, Camavinga como interior y Rodrygo de nueve interino arrancó el Madrid en pleno bundespánico tras las derrotas de Barça y Atlético en Alemania, territorio que hace cuarenta años se comía crudo a cuanto equipo español caía por ahí.
El Leipzig es ajeno a aquel mal sueño. Nació cuando los alemanes habían dejado de serlo, lo montó un austroesloveno que vende bebidas energéticas a lomos de un toro rojo y juega en un campeonato donde el Bayern gana ligas a la búlgara, pero es un buen equipo atacado por ese virus que contraen los magnates: las prisas. En esto hay que perder mucho antes de ganar algo. Le pasa hasta al Madrid, que ha levantado 14 Copas de Europa. Cinco partidos malos acabaron con el técnico que le metió en esta Champions, Tedesco, y al Bernabéu llegó con Marco Rose al mando, en su segundo partido. Le ha cogido pronto el aire.
Siempre Courtois
El Leipzig salió mandón al Bernabéu, consciente de que su desastre ante el Shakhtar le deja poco margen de maniobra. Presionó mucho y bien, robó pronto, le quitó la mano al Madrid y tuvo la primera ocasión: un mal pase de Vinicius dejó a Nkunku frente a Courtois. Ganó el belga. El francés buscó luego un penalti que no le hizo Nacho ni vio Mariani.
Los resultados, intachables, no lo dicen todo del Madrid, que en todas sus victorias ha pasado minutos viviendo al límite. Incluso en partidos que luego resolvió con goleadas. En este se sintió molesto, atascado, expuesto a las contras de un adversario con muchas liebres (Nkunku, Werner...) y sin nada que ofrecer en ataque. A Valverde le faltó un punto de finura en la derecha y a Vinicius que alguna de sus ocurrencias desenredara al equipo. Tampoco los centrocampistas fueron capaces de embridar el choque, empezando por Modric, el anticiclón de las Azores, el futbolista cuya jerarquía cambia el clima del equipo.
Todo transcurría en medio de una rutina que no es común en el Madrid de la Champions, donde el equipo se descamisa. En definitiva, un choque de bajísima actividad bajo la amenaza permanente de los alemanes: un remate de Forsberg fuera, otro de Werner atrapado por Courtois, un centro de este al que no llegó Nkunku por un palmo... En el otro lado, Gulacsi andaba inédito mientras Ancelotti alzaba la ceja de la desaprobación. Su equipo, en la primera mitad, estaba de oyente, sin juego, sin garra, sin precisión, sin la pelota, superado por las bandas y por el centro. Solo cerca del descanso procuró corregirse con un remate de hombro de Rüdiger, que se quedó de nueve tras un córner, y otro lejano de Modric, que luego reclamó un penaltito. El empate al descanso le pareció al Madrid una estupenda noticia.
Valverde, segunda parte
El inicio de la segunda mitad solo mejoró a un futbolista, Nacho, capitán por algo, que avivó al público con tres robos ante Werner. Fichen al que fichen, ninguno le supera en regularidad y eficacia. El partido seguía sin sal. Incluso el Leipzig se contagió de esa pereza del Madrid y las áreas dejaron de existir.
Ancelotti buscó cierto alboroto con Asensio, silbado de entrada. Un cambio hecho con la mano izquierda: el más enfadado puede acabar siendo el más motivado. Se marchó Camavinga y Valverde se fue al centro del campo, su suerte natural. Desde ahí creó la mejor ocasión del Madrid. Salió con el mismo galope que el de su gol al Mallorca y combinó con Rodrygo, cuyo centro raso no pudieron rematarlo con acierto ni el uruguayo, ni Vinicius, ni Asensio.
Fue el aviso del golpe final. Vinicius, que no le había sacado un pase a Simakan, se fue contra su relevo, Henrichs, con esa insistencia enfermiza por encarar sin miedo al fracaso (que esta vez fueron muchos). Acabó sacando un pase raso, que Rodrygo dejó pasar hacia Valverde y este recortó con la derecha y lo puso con la izquierda en la red. Luego Asensio metió su zurda de seda, con aire reivindicativo, para el 2-0. Ese cañón siempre lo tuvo fuese cual fuese su humor. Punto final al partido y un triunfo que al Madrid le costará explicar. Comienza a quedar la sensación de que ganará haga o que haga, pero está tentando demasiado a la suerte.