Mejor ni mirar: horrible empate de Boca
Sin goles esta vez, hay muy poco para rescatar. Acaso haber sumado y la solidez atrás. Alguna vez podía pasar: no se puede ganar siempre jugando así de mal.
Se hace difícil destacar algo de lo que pasó en la Bombonera. Lo mejor, otra vez, es el resultado, que lo mantiene cerca de la punta. Es bueno también que no haya sufrido en defensa con la enésima variante de zaga central. Sigue sin recibir goles, y eso es destacable, aunque no se recuerde en toda la noche una sola atajada de Rossi, que esta vez, en lugar de convertirse en héroe, se convirtió en un espectador a distancia de lo que ocurría (y más de una vez debe haber bostezado). La vuelta de Rojo volvió a ser sinónimo de solidez, aun jugando al límite con los brazos. Es una presencia intimidante que genera confianza en los propios y cierto temor en los ajenos. Y no hay mucho más para decir.
Tan malo fue lo que pasó de la mitad hacia adelante que los cinco cambios fueron utilizados en esa zona. No tuvo su toque de distinción Payero, Varela -encimado- aportó poco pase claro, Molinas desperdició una nueva oportunidad, Benedetto se fue en el entretiempo descompuesto, Langoni no desequilibró por velocidad ni por habilidad, Ramírez no tuvo arranques electrizantes, Romero no acertó con su pegada e hizo lentísimo el traslado, Vázquez estuvo lejos del arco, Medina trató de ser vertical aunque no lo logró y Orsini... fue Orsini, el que nunca aporta nada. Nada de nada. Nada de nada de nada. Por favor no lo pongan más porque es quemar un cambio sabiendo de antemano que jamás será solución. Basta ya.
Lo más simpático del partido fue Cóccaro, casi una figura de cine mudo, payasesco, siempre al borde de la tragedia y siempre listo para la comedia con ese bigotito de hace un siglo y siempre listo para meterse en quilombos. Pero Huracán, estructurado en la presión, intenso, no inquietó jamás a Rossi. No hay una sola atajada. Ninguna. ¿A qué puede aspirar?