La cabeza de Darío Benedetto: cómo hizo Boca para ayudar al goleador a desbloquearse justo contra River

Consciente de que el delantero no podía resolver solo su crisis, el club de la Ribera hizo un intenso trabajo que rindió frutos en el partido ideal; la inyección anímica es gigantesca

Como uno de los líderes de un plantel profesional con mucho recambio generacional, Darío Benedetto sabe que su jerarquía y experiencia lo obligan a asumir responsabilidades y cargarse mochilas que, a veces, tienen demasiado peso. En ese escenario, las presiones y la fortaleza mental también juegan su partido. Y hay que estar muy centrado para no desenfocarse. Pero además de las frustraciones deportivas había algo más. Según pudo averiguar LA NACION, el Pipa no está pasando un buen momento personal, algo que afectó su rendimiento dentro del campo de juego y lo alejó de las redes.

Como fichas de un dominó, una cosa fue derribando a la otra, hasta que se hizo imparable. Todo comenzó el lunes 4 de julio. En medio de un clima tirante, ese día se dio la ya famosa reunión entre los referentes y el Consejo en la previa del partido decisivo frente a Corinthians, por la vuelta de los octavos de final de la Copa Libertadores.

A la noche siguiente, Benedetto redondeó una de sus peores actuaciones como futbolista profesional. Malogró tres situaciones clarísimas de gol (una de ellas, un penal que estrelló contra un poste) y, para colmo, mandó a la segunda bandeja un remate en la definición, que de haber entrado le hubiera dado a Boca la clasificación a cuartos de final.

Antes de jugar, el Pipa había hecho una arenga muy caliente, en donde el destinatario parecían ser los integrantes del equipo rival, pero todo hizo suponer que era para el Consejo: “Ayer nos trataron de perdedores, así que demostrémosle a estos hijos de puta que nosotros queremos ganar”, disparó en la boca del túnel local. Luego, lo negó. Las fichas siguieron cayendo. Al día siguiente, el técnico Sebastián Battaglia fue destituido. Y apenas unos días más tarde, el eyectado fue el capitán, Carlos Izquierdoz.

“Me duele más porque soy su amigo. Por los clubes que pasé tuve varios capitanes, y si tengo que elegir a uno, lo elijo siempre a él. Cali es buena gente, trabaja, sabe defender a los compañeros, sabe pelear los premios, se cuida en las comidas, es un excelente profesional. Después, son decisiones de los entrenadores y no nos podemos meter. Yo creo que no fue una decisión futbolística. Creo que los 11 titulares que veníamos jugando demostramos que estábamos bien. Salimos campeones”, ponderó.

Desde entonces Benedetto convive con una carga muy grande de culpabilidad. Siente que lo ocurrido es responsabilidad suya. Está convencido que de haber metido uno de los dos penales frente a Corinthians, todo hubiese seguido como estaba.

Un líder incómodo

Desde que volvió al fútbol argentino asumió un rol de referente y de ascendencia por sobre el plantel que, en apariencia, nadie le exigió. Y, entonces, comenzaron algunos banquinazos.

El 1° de marzo, tras la grave falta de respeto de Agustín Almendra a Sebastián Battaglia, en una práctica previa al cruce de Copa Argentina con Central Córdoba de Rosario, y la posterior desafectación del mediocampista, el delantero fue la voz cantante del plantel ante los medios. Y fue durísimo.

Benedetto se cuelga del alambrado, como Manteca Martínez en el Apertura 92
Benedetto se cuelga del alambrado, como Manteca Martínez en el Apertura 92Fabián Marelli - LA NACIÓN

“Hay que respetar al entrenador y a los compañeros siempre. Agustín (Almendra) nunca entendió la camiseta que tenía puesta, y con él no hay vuelta atrás”, sentenció Pipa apenas aterrizó Boca en Córdoba. Y agregó: “Estamos tranquilos. Son cosas que iban a pasar, porque la situación no daba para más. Bancamos a muerte la decisión del entrenador y del Consejo. Es la correcta. Tenemos un grupo humano muy lindo”.

Aunque su testimonio siguió con dureza: “Hablamos muchas veces con Almendra, ya hubo otros problemas y había que cortarlo de raíz. Le sobra nivel para jugar, pero no mentalidad. Trataron de ayudarlo y no lo aprovechó”, insistió. “Les tiene que quedar claro a los juveniles que la camiseta de Boca es grande como para estar de joda”, advirtió.

Según pudo averiguar por entonces LA NACION, el mediocampista había intentado lastimar al goleador en la práctica (“Dos veces fue a quebrarlo”, le confiaron a este diario) antes de insultar a Battaglia. De todas maneras, las frases que utilizó el futbolista ante la prensa fueron muy fuertes.

Esa efervescencia también fue llevada al campo de juego. El 21 de abril, en medio del apático 1 a 1 con Godoy Cruz, criticó a sus compañeros a viva voz en la Bombonera. “¡Unos pelotudos! ¡Cinco minutos faltaban!”, vociferó el goleador cuando se iban al vestuario, luego de que el Tomba igualara sobre el final del primer tiempo. Un micrófono captó esa frase, que el número 9 dijo tapándose la boca.

Apenas dos meses más tarde, el 26 de abril, caminó por la cornisa de la expulsión ante Corinthians en Brasil, por la etapa de grupos de la Copa Libertadores, por una discusión exagerada e innecesaria.

¡Con él, no! ¡Vení conmigo, cagón!”, le repitió una y otra vez a João Victor, luego de recibir la tarjeta amarilla como consecuencia de quedar frente a frente con el defensor rival e incluso distanciarse con un cabezazo. Todo ocurrió después de que el defensor brasileño se trenzara en una acción con el “Changuito” Exequiel Zeballos.

Pudo ser expulsado, pero por esa amonestación el Pipa se perdió un partido clave para las aspiraciones de Boca en la Copa, frente a Always Ready, en la altura de La Paz. Fue una baja de peso que el equipo pudo resolver y, sin él, se trajo tres puntos de oro de Bolivia.

En este lapso también hubo sanciones deportivas. El domingo 5 de junio, Benedetto y Rojo se ausentaron sin aviso a una práctica de Boca. Sus excusas no conformaron al entonces DT Sebastián Battaglia, a quien no le tembló el pulso para sancionarlos y excluirlos del partido que el equipo jugó tres días más tarde con Ferro, por la Copa Argentina.

Según pudo averiguar LA NACION, en su momento, Pipa había formado parte de los festejos de cumpleaños que había hecho el día anterior Iván Marcone, con quien fue compañero en Elche. Por su parte, Rojo fue visto en un boliche porteño esa misma noche.

Luego de la floja noche ante Corinthians declaró: “Si hay otro penal, el sábado lo pateo. No me achico nunca. Aunque primero hay que ver si el técnico me pone. Yo nunca me pongo de titular. Esto es día a día. Pero me considero un jugador con personalidad como para volver a patearlo. Quedaría mal visto si no lo pateo”.

El destino quiso que, a los 7 minutos del partido con Talleres, de Córdoba, hubiera otro penal en favor de Boca, en la Bombonera. La pelota la tomó Benedetto. Y otra vez falló. En este caso, su disparo dio en el travesaño y regresó al campo de juego. Un verdadero déjà vu.

A todo eso se le sumó el escándalo del 14 de agosto, durante el entretiempo del partido con Racing. “Si nosotros estamos mirando la pelota cuando tiran los centros, nos van a hacer el gol, boludo. ¡Tomen marcas!”, les gritó el Pipa a sus compañeros, cuando todos se juntaron en el medio del campo después de un preocupante primer tiempo en Avellaneda.

Según pudo reconstruir este diario, a Carlos Zambrano no le gustó nada esa situación y se lo recriminó al Pipa en la manga, rumbo a los vestuarios. Allí mismo se trenzaron en una pelea, de la que fueron separados por sus propios compañeros y por personal de seguridad.

Cuando Boca ingresó para jugar el complemento, el rostro de ambos expuso las consecuencias de la pelea: el zaguero tenía un moretón en su pómulo izquierdo, y el delantero, marcas en su cuello, sus orejas y sangre en la parte inferior de su boca.

“Sé que hubo una discusión en el entretiempo y nada más”, dijo Ibarra. Que luego minimizó: “Siempre las hubo en los planteles. Es parte del fútbol”. En los días siguientes, los dos futbolistas fueron sancionados con un partido por indisciplina.

Riquelme fue más allá, en una entrevista con ESPN: “Tuvieron una discusión. Ahora van a tener que reflexionar por lo que hicieron. Tienen que ser profesionales todo el tiempo porque los chicos que los miran, los copian. Son un ejemplo y hay que seguir para adelante. Generalmente los inconvenientes están en un entrenamiento, es raro que se dé en un partido”.

Benedetto entendió que estaba condicionando su futuro en el club, con el que lo une un contrato hasta diciembre de 2024. Con la ayuda de profesionales, volvió a enfocarse. La consecuencia de todo eso derivó en el desaforado festejo de este domingo. Benedetto, más que nadie, precisaba un gol. Que haya sido justo con la cabeza lo resume todo. Porque además le sirvió para ponerle punto final a una racha a la que no está acostumbrado, y en donde las malas energías le jugaron en contra (además de los penales errados ante Corinthians y Talleres metió un cabezazo en el travesaño frente a Atlético Tucumán y malogró un mano a mano en Santa Fe, contra Colón).

El Pipa festejó a lo grande: colgado al alambrado como Sergio Manteca Martínez en el Apertura 92 y dedicatorias a todo aquel que dudó de él.

Una vez que se bajó, hizo un par de gestos sugestivos y desafiantes hacia los hinchas: sacó la lengua e hizo el movimiento con unas de sus manos que parecían decir “Sigan hablando…”. Por último, hizo el ademán de tomarse los genitales y repitió: “Los tengo así de grandes”. La angustia era demasiada. Y el desahogo debía dejarla atrás.

Justo en la recta final del campeonato, Darío Benedetto (el mejor goleador que tuvo Boca desde que se retiró Martín Palermo) desbloqueó su enemistad con los arcos rivales. Y fue justo contra River, con todo lo que eso aporta desde lo anímico.


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