Gimnasia jugó mal, perdió en la última bola con Central Córdoba y el torneo está más caliente que nunca
En Santiago del Estero, con una imagen deslucida, cayó por 1 a 0 frente al combativo conjunto que dirige Abel Balbo y sigue segundo
Por eso, la derrota por 1 a 0 frente al combativo Central Córdoba, dirigido por Abel Balbo, es un golpe duro. Pero no determinante. Sigue segundo, que no es poco. Eso sí: no estuvo el Lobo a la altura de un candidato al título.
El conjunto xeneize y el equipo de Avellaneda tienen más recursos, experiencia en los tramos decisivos y una vitrina recargada. Es verdad. Pero el Lobo tiene más ganas que ningún otro. Así juega: con alma, corazón y vida. Le falta lo más valioso: el fútbol.
La ideología de Pipo Gorosito, en realidad, asoma de vez en cuando: ataca, sí, pero de a ráfagas, con prepotencia, es cierto, pero solo cuando lo considera necesario. Es un equipo equilibrado, con aires de grandeza. Lo más importante.
“Gimnasia es un equipo corto, solidario y duro. No nos generan tanto, nos generan poco. A mi entender, es un equipo difícil e incómodo para el rival. Yo creo que es una de las virtudes. Es muy solidario dentro de la cancha”, lo presenta Pipo, que entiende el juego de las presiones. La ilusión no se presenta en soledad. Convivir en las alturas, nada menos. “Estamos bien, con muchísima ilusión, pero todavía falta mucho. Me gustaría llegar así a la última fecha. Que terminemos primeros en la última. Pero tenemos que manejar la ansiedad”, reflexiona el conductor.
El Bosque respira el mismo aire que en aquellos años del Viejo Timoteo. O cuando con Pedro Troglio subían las escaleras, casi, casi hasta la cúspide. La efervescencia es despertar con una vuelta olímpica. Ya no se trata, solamente, de vivir de sueños. “No hay otra forma que no sea que tiremos todos juntos. Los chicos dejan el alma, todo lo que tienen. La única forma es seguir todos juntos, uno se encariña mucho. Los hinchas corean mi nombre porque los chicos se tiran de cabeza, se matan. Es todo gracias a los chicos”, reflexiona el DT, que repite una antigua máxima del fútbol mundial: el éxito se rubrica con una mixtura entre experiencia y juventud.
El arquero Rodrigo Rey, de 31 años, los defensores Leonardo Morales (31), Oscar Piris (33) y Nicolás Colazo (32) y Brahian Alemán (32), algo más que el cerebro. Entre los jóvenes, Alexis Steinbach (20), Guillermo Enrique (22) y en el banco, una selección de promesas, encabezadas por Benjamín Domínguez, de 19 años (entró demasiado tarde) y unas cuantas gambetas, siempre hacia adelante.
El resumen del encuentro
Le costó hacer pie a Gimnasia durante buena parte del desarrollo. El bombazo de Martínez, que chocó contra el travesaño, imposible para Rey, fue un llamado de atención. En el magnífico escenario santiagueño, la obra pareció una pieza de teatro callejero: buenas intenciones y un libreto austero, con varias páginas en blanco. Ganas, actitud y una improvisada sucesión de episodios lentos, previsibles, de un partido del sótano de las posiciones. Central Córdoba jugó con comodidad, más allá de las urgencias por el promedio. Gimnasia jugó con timidez, nublado en la lucha por trascender, por rubricar su nombre en las vitrinas.
El vuelo bajo y la pelota por las nubes, fue la consecuencia de lo poco ingenioso que estuvieron unos y otros. Una noche de fútbol vacío. Cuando Alemán se siente agobiado, no aparecen otras propuestas audaces, apagado Sosa, desorientado Ramírez. El ingreso de Lautaro Chávez (21), uno de los pibes, representó una tibia cuota de esperanza para un equipo que se convirtió en candidato por peso propio y, lógicamente, por la irregularidad de todos. Nadie se anima a salir campeón, a sacar la cabeza.
Todos se aburrieron, hasta Sebastián Verón, el presidente de Estudiantes, de sugerente presencia en el palco; Deian, el hijo, de 21 años, actuó en los últimos 15 minutos. Pipo Gorosito sufrió el desarrollo, con los brazos cruzados, con pocas indicaciones y unas cuantas incógnitas. Hasta que Torres, el joven de Lanús, en la última bola, levantó la cabeza y definió el partido. Y nadie lo podía creer.