Federer se despide del tenis con Nadal y entre lágrimas

Federer juega en la Laver Cup el último partido de su carrera. Se despide con derrota, pero emocionado junto a Nadal, que también lloró.

Nacho Albarrán
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Este sábado, 24 de septiembre, es el día uno después de Roger Federer. Porque el mito colgó en la madrugada de Londres la raqueta, profesionalmente hablando. Lo hizo como pudo y quiso. Llevaba 14 meses sin jugar un partido oficial, desde Wimbledon 2021, y su estado físico, tras pasar tres veces por el quirófano para ser operado de la rodilla derecha, no le permitía competir de tú a tú sin ayuda. Por eso eligió el partido de dobles de la primera jornada de la Laver Cup, su torneo, para despedirse junto al mayor rival, al mismo tiempo buen amigo, Rafa Nadal. Todo un honor y un privilegio para él, y motivo de orgullo para el tenis español. Perdieron por 4-6, 7-6 (2) y 11-9 contra los estadounidenses Jack Sock y Frances Tiafoe.

Agridulce colofón. Aunque el resultado era lo de menos. Lo importante para el suizo de 41 años fue marcharse con la felicidad de hacerlo respaldado por sus grandes compañeros de viaje, el balear, en la pista, y Novak Djokovic, que le animó desde el banquillo, como el legendario capitán de Europa, Bjorn Borg. También tuvo el apoyo de Andy Murray, el cuarto en discordia del Big Four. Y lo vivió con su familia en un gran escenario, el O2 Arena, con capacidad para 20.000 espectadores, repleto pese al elevado precio de las entradas y a las mareantes cifras que se alcanzaron en la reventa (hasta 50.000 euros). Para los fans más acérrimos, la ocasión lo merecía. Como las lágrimas que brotaron de los ojos de muchos de ellos, tanto en el estadio como en otros lugares repartidos por todo el planeta.

Fue el mejor epílogo posible para un icono del deporte, que en 1997 sumó su primer punto ATP, aunque su estreno oficial en el circuito tuvo lugar en 1998, con derrota ante el argentino Lucas Arnold Ker en la primera ronda de Gstaad. Desde entonces, otros 1.525 partidos de individuales y 224 de dobles, con el de la Laver. En su palmarés, 103 títulos, entre ellos 20 de Grand Slam, seis de Finals y 28 de Masters 1.000, más una Copa Davis, una plata olímpica en 2012 y un oro por parejas (con Wawrinka) en los Juegos de 2008. Además, 310 semanas como número uno, 237 seguidas, y 135 millones de euros en premios. Pero por encima de logros, gloria y ganancias, Federer aportó una manera única de entender el tenis, fácil y natural, sin crispación ni sudor, que sedujo a aficionados de todo el mundo. Por encima de filias y fobias, nadie discutió su clase diferencial, dentro y fuera de la pista, aunque su gran rival, Nadal trasmitiera a menudo más emoción. Por eso fue tan emotiva la despedida, con ambos compartiendo cancha por segunda vez, como en 2017 en la misma competición, con estilos distintos pero complementarios y su sabiduría combinada.

Un final emocionante y emocional

Porque quien tuvo retuvo, pese a su evidente merma física, Federer dio la talla con su técnico servicio, letal cuando dominaba, y alguna fina volea. Nadal, muy buscado por los rivales, cargó con el peso del juego. Y los americanos, todo hay que decirlo, pisaron a fondo el acelerador y dieron algunos pelotazos que no venían a cuento y deslucieron un poco la fiesta del genio de Basilea, que acabó emocionado (como Nadal, también envuelto en lágrimas) y deja un legado imborrable, por los siglos de los siglos. Gracias, Roger.

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