El día que el Superclásico entre Boca y River no le importó a nadie
El 5 de mayo de 1985, un amistoso en Jujuy se suspendió "por falta de interés" con un puñado de espectadores en las tribunas. Parece un cuento en vísperas del choque de este domingo, pero la realidad ya superaba a la ficción en ese entonces.
El parate por los partidos internacionales y la época de vacas flacas en los dos gigantes del fútbol argentino hizo que aceptaran, a pesar de algunas condiciones que hacían dudar en lo previo, jugar un cuadrangular en el norte del país. El Millonario, dirigido por Héctor Veira, viajó sin Oscar Ruggeri, Ricardo Gareca y Nery Pumpido por estar con la Albiceleste, pero con figuras de renombre como Enzo Francescoli, Américo Rubén Gallego y Norberto Alonso. En la vereda xeneize, que tenía a Alfredo Di Stéfano como DT, aparecían Hugo Orlando Gatti, Julio Olarticoechea -campeón del mundo al año siguiente- y Carlos Tapia.
Boca subió al avión con la promesa de volver con 12 millones de pesos, una suma fundamental para un presente complejo desde lo económico. Tampoco llegaba bien desde lo deportivo: había perdido escandalosamente 6-0 contra Guaraní Antonio Franco en una exhibición y estaba eliminado hasta de la rueda de perdedores del Nacional. River, en cambio, estaba mejor parado y se preparaba para el Metropolitano que luego lo tendría como campeón. Usualmente, los dirigentes pedían el 50 por ciento del dinero por la participación (eran $11.000.000) en forma adelantada, pero confiaron en la buena voluntad de la organización jujeña. Grave error.
El "Cuadrangular de las estrellas" se puso en marcha en Salta y en el estadio 23 de Agosto, la Tacita de Plata. El sábado 4, los de azul y oro empataron 2-2 con Juventud Antoniana (Tapia y el juvenil Sergio Giachello hicieron los goles) y el conjunto de Núñez superó por 3-0 a Gimnasia de Jujuy (doblete de Francescoli y el restante de Roque Alfaro). El domingo también empezó con fútbol entre los dos clubes norteños pero... ¿y el Superclásico? Se hicieron las 12.15 y apenas había unos dos mil espectadores. A las 12.30, sonó por los altoparlantes que el partido estaba suspendido y se devolvería el dinero de las entradas. Silbidos, desilusión y... ¿qué pasó?
La respuesta es simple: no dieron los números. La recaudación no alcanzó ni para un tercio de los gastos y la empresa 'Sandoval Producciones' no dio abasto. Más allá de esto, el error fundamental había estado en la elección de la fecha: el amistoso iba a ser al fin de semana siguiente, cuando el grueso de los empleados provinciales ya tuviese su sueldo en el bolsillo, pero el Círculo de Periodistas locales tenía reservada la cancha del Lobo para su bingo anual y el detalle del cambio de jornada -letal al final- pasó desapercibido.
"Conseguí que los dos colectivos con los jugadores partieran hacia la cancha. Llegaron hasta la curva previa al estadio, listos para jugar", le contó Gustavo Sandoval, entonces definido como el 'empresario suicida' por Crónica y parte del Ejército en el Grupo 5 de Artillería de San Salvador de Jujuy, a Página 12 en 2018, donde además aclaró: "Con el tiempo cancelé todo y no les quedé debiendo ni una moneda". Pero ese día la deuda estaba con los cuatro clubes, los árbitros y hasta la logística.
El final de la historia no es menos surrealista. Después de almorzar por separado ante la falta de espacio, los dos planteles -técnicos y futbolistas en la misma sala- terminaron en el mismo hotel y compartieron la merienda mientras veían Brasil-Argentina por TV. Allí hubo cargadas cruzadas: "Estos parecen Boca", tiró Alonso como una crítica filosa a los equipos de Bilardo y Di Stéfano, a lo que Tapia retrucó: "Andá, si ustedes son peores". Al final, el Beto expresó no tener dudas de que Argentina se clasificaría al Mundial que luego ganaría.
En ese 1985, Boca y River corrían detrás del país para no quedarse en el camino en medio de la crisis por la "falta de interés". Casi cuatro décadas después, ahora son los dos grandes del país los que paralizan todo con un nuevo Superclásico, esta vez por la Liga Profesional. Cambia, todo cambia.