El Atleti cuando pega, pega de verdad

Su efectividad desarmó a un Celta que no mereció tanto castigo: cuatro disparos, cuatro goles. Grbic, titular, evitó los tantos de Larsen y Mallo al inicio.

Patricia Cazón
As
Los ojos buscaron la portería del Atleti desde el anuncio de los onces. Ahí no estaba Oblak, el golpe, el maldito golpe en Donosti (y ante el Oporto jugó...), Grbic titular. Pero tan rápido se acomodó el último en su portería que nadie tuvo tiempo ni de murmurar siquiera. Vercellone, preparador de porteros del Cholo, solo moldea santos: se escapó Larsen en una contra, Hermoso midió mal un balón, con el césped rapidísimo y el noruego corriendo como en patines, pero Grbic ni se inmutó. Esperó con mirada de Clint Eastwood y tranquilidad para, mano a mano, desarmarlo. A lo San Jan. La pólvora en la noche no llenaría sus redes.

Había comenzado el partido frenético. Lleno de idas, venidas. Con un Atleti con descansos (Koke, Llorente, João...) y ordenado 4-4-2 por primera vez esta temporada. Que los cinco duelos hasta el momento le han enviado ya un mensaje en neón a Simeone: necesita centro del campo, balón. En el pivote Lemar acompañaba a Kondogbia. Por detrás, Hermoso acompañaba a Witsel. Un Hermoso capitán ante la falta de los cuatro oficiales pero en modo 21-22 al principio, muy errático y timorato. El Celta tenía menos balón pero más llegadas. No había terminado Grbic de soplarse la pólvora de los guantes tras Larsen, cuando tenía de nuevo labor. Córner del Celta. Cabezazo de Mallo, a bocajarro. Segundo paradón.

Cuatro minutos habían solo pasado y el Celta ya había descubierto la grieta que llevaba a Grbic directa: los nervios de Hermoso. Witsel corregía, templaba, pero a los quince minutos el Cholo ya había cambiado el sistema, tapando con una línea de tres, y por supuesto Reinildo, tremendo agujero. Entonces el Cholo ya le había enseñado una verdad a Coudet: calidad sobre cantidad. La primera vez que había pisado el área de Marchesín había vuelto con gol. El Atleti cuando golpeó, lo hizo de verdad; para regresar con botín.

La jugada nació en la bota de Lemar, con un cambio de sentido de 50 metros a Nahuel. Un Nahuel que, por primera desde que llegara al Atleti y única vez en la tarde, hizo algo bien. Por delante, De Paul, con quien se siente más cómodo, quizá fue eso. Un De Paul que continuó la conexión argentina buscando a Correa. Todo a un toque, rapidísimo. 08:15 decía el reloj y el Metropolitano volvía a corear alto el nombre de su ángel favorito cosido al gol. El Celta contestó enseguida y con autoridad, como si la herida no estuviera. Carrera de Aspas, error de Hermoso y zapatazo desde la frontal al poste. Sin que el Cholo aún hubiera cambiado el sistema, Reinildo daba un paso para convertirse en sombra del central. Por si acaso. Vía cerrada. Por allí un gallego no volvería a pasar.

Pero lo mejor del Atleti sólo sería el gol. Recuperaba tan lejos, tan hundido en su campo que todas las carreras se ahogaban en los 70 metros por correr. Y, mientras, el Celta, le bailaba. Movía y movía el balón buscando otras grietas. La sola respiración de Aspas provocaba pavor. Larsen se hacía llaveros cada vez que encaraba a Nahuel, incapaz de sacar bien ni los saques de banda.

Carrasco y Veiga en la Zona Griezmann

La C de capitán iba al brazo de Koke al volver los equipos tras el reposo. El Celta mantenía a sus once pero, en seguida, la efectividad rojiblanca volvía a caer sobre sus cabezas como un ladrillazo y con cierta fortuna. El disparo de De Paul tocaba en Núñez y despistaba a Marquesín. Adentro. Coudet miraba a su espalda buscando cambios. Simeone lo hacía adelante orgulloso: ya no era el marcador, era también el fútbol. El Atleti menos hundido, sin precipitaciones, con la tranquilidad en su juego. Kondogbia lucía tentáculos y Witsel, medidas para que le vayan pidiendo una estatua; qué fichaje, éste sí, qué futbolista. Llena de luz cada balón. Y eso que otro día más jugó todo el tiempo fuera de sitio.

En el 58′ el murmullo creciente señalaba un lugar: ahí estaba ya Grizi, esperando en la banda, con João. Se acercaba el 63′, tiempo de la Zona Griezmann. Lo celebró Carrasco, afilado como un carámbano, con una carrera desde su propio campo que abría en canal a Coudet por tercera vez. El Celta no desfalleció. Con orgullo, a pesar de tanto inmerecido castigo, sangre, puso la otra mejilla y se levantó, a correr. En un córner al fin arañó. Aspas para Veiga y Veiga para meterle una bala en el guante a Grbic, que ni la olió. Pero fue un espejismo. El Atleti le volvió a caer encima al Celta casi en la carrera siguiente. Contra de Cunha y error de Núñez, que otra vez desvió, cuando el brasileño buscaba a João. Balón a la red. Enterrado el valor gallego bajo esos rojiblancos que, sin Oblak, Simeone había bañado en pólvora. Por si Grbic.

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