Dos volantazos y una derrota que duele por la forma

River cambió demasiado contra un Boca que no se presumía especialmente peligroso en ataque y resignó su mejor versión. Cuando quiso acomodarse, ya era tarde.

Nicolás Mirelman
As
Como sucedería en cualquier derrota en un clásico y en particular cuando se dirime una posición de privilegio en la lucha por un título, River se fue de La Bombonera masticando bronca. Aunque esta vez no solo fue por haber fallado en otro de los partidos decisivos del año, sino también por la sensación justificada de no haber estado a la altura de las circunstancias.

La caída del Millonario que lo alejó parcialmente de la punta fue dura por el rival y por la producción de un equipo que casi no pateó al arco. Un cabezazo de Emanuel Mammana en el inicio y una aproximación forzada con un tiro desviado de Agustín Palavecino al final fueron todo lo que mostró el desconocido conjunto de Marcelo Gallardo.

El DT hizo su autocrítica y reconoció que su planteo inicial no salió como esperaba. La intención de jugar con los carrileros desplegados, Juan Fernando Quintero como enlace y Nicolás De La Cruz soltándose desde atrás para llegar al área chocó contra la realidad de un encuentro en el que Pablo Solari y Matías Suárez quedaron muy aislados del resto de sus compañeros.

River cedió la iniciativa y resignó la presión para tratar de explotar la velocidad de sus hombres de punta de contragolpe, pero casi siempre murió en pelotazos a dividir y los atacantes se perdieron en la lucha física contra la firme defensa boquense.

Si bien el dato no aportaría demasiado fuera de contexto, que en la primera etapa los de Núñez hayan perdido la posesión habla a las claras de un cambio voluntario en las formas que no resultó. Haber modificado lo positivo de las jornadas anteriores en función de un rival que no tiene el poderío de otros tiempos fue, en definitiva, un intento de sorpresa que terminó en autoboicot.

Al darse cuenta de que el sistema no estaba dando los dividendos esperados, el Muñeco metió en el complemento el segundo volantazo: retomó su esquema original, pero con otros intérpretes. Salieron Solari -al límite desde lo físico-, Quintero -de flojo nivel pero perjudicado también por el debilitado mediocampo- y Andrés Herrera que, al menos en la parte defensiva, había cumplido.

Por el lateral derecho, donde ya estaba Paulo Díaz en otra de las improvisaciones de la tarde, llegó la única jugada clara que tuvo el Xeneize a partir de una escalada de Frank Fabra. Franco Armani respondió a la volea de Pol Fernández, pero no tuvo nada para hacer frente al implacable cabezazo de Darío Benedetto después del tiro de esquina.

Faltaban 25 minutos y, sin ideas, River fue a buscar la igualdad con el resto que le quedaba, sin embargo nunca dio la sensación de estar siquiera cerca del gol. Con línea de cinco, de cuatro, con dos delanteros rápidos, con dos nueves, con y sin enganche definido, la visita esta vez no dio la talla.

El viernes Gallardo había declarado que sus jugadores se sentían cómodos jugando los Superclásicos de visitante y, mucho más allá de la estadística, sus dichos se sostenían desde la postura en una cancha históricamente adversa a la que en este ciclo los de la Banda Roja siempre fueron bien plantados. Con triunfos, empates y derrotas, pero asumiendo el protagonismo y con intenciones claras. Este domingo, quizás por primera vez, no fue así.

La sensación de vacío de una caída sin respuestas en otro momento clave de la temporada es hoy el golpe más duro para un plantel que, fuera de algún traspié, venía hasta ayer en levantada en el campeonato. El miércoles, contra Banfield, la búsqueda futbolística de un 2022 con pocas certezas y muchas dificultades volverá a fojas cero.

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