Boca martilló en el clásico más decepcionante de la era Gallardo

Cristian Grosso, LA NACION

No hay invencibles. No hay infalibles. Ni brujos ni genios. Fallaron Gallardo, sus jugadores. Falló River, como en otras oportunidades, claro, pero la marquesina del superclásico amplifica todo. Borja, Aliendro y Barco ingresaron después del entretiempo en River. Vaya poder de recambio. Nombres que le podían permitir a Marcelo Gallardo reconfigurar el plan original, dibujo y apuesta desacertados del entrenador. Equivocarse en River permite correcciones, una ventaja que no dispone casi nadie más en toda la Liga. Quizás Fernando Gago. Ahora, sin el colombiano Villa ni Zeballos, prácticamente ni Ibarra puede confiarse. Más tarde ingresó Beltrán entre los millonarios. Al instante, Palavecino. No funcionó nada, ni los que aparecieron como revulsivos ni los sustituidos Quintero, Solari, Herrera, Suárez… y Aliendro, agredido, lastimado.


Gallardo hace tiempo que no gana el superclásico, apenas River se impuso en uno de los últimos ocho cruces. Boca encadenó cuatro victorias consecutivas en la Liga Profesional y quedó a dos puntos del líder, Atlético Tucumán. ¿Sirven las sentencias? Nunca son buenas consejeras. ¿River en crisis? No. Desconcertante como en casi todo el certamen. ¿Boca acelera rumbo al título? Tampoco. Esta vez los recursos anímicos, la fiereza –y algunos excesos- impulsaron a un equipo que no convence desde los tiempos de… Battaglia. No, desde Russo. No, no, desde Alfaro. No, desde ¿Guillermo, Arruabarrena? Boca no es creíble hace muchos años, periodo en el que atrapó varios títulos. ¿Contradictorio? No. El resto fue peor. River también. Como en este clásico, probablemente el más decepcionante de la era Gallardo. Ni juego, ni estrategia, ni rebeldía, ni guardia alta.

El campeonato es tan malo que puede ocurrir cualquier cosa. Horizonte confuso, nadie hace méritos. Todos pueden ilusionarse, sí, todos, porque alguno deberá coronarse. ¿Tendrá méritos ese campeón? Claro, será el mejor en la decadencia. En la Liga Profesional de remiendos, vacío y diásporas. Atlético Tucumán es discreto, como Gimnasia. Como Huracán y Godoy Cruz también. Como Boca, el mismo que se marchó al entretiempo silbado por su público ante los tucumanos, que se filtró entre ellos. Como River, imposible descartarlo porque está a cinco puntos de la cima. Hasta Racing, que no sabe de victorias hace varias fechas, pero aparece apenas seis escalones detrás de la punta. El 23 de octubre –o antes– el certamen saludará a un ganador. Seis semanas que podrán maquillarse con emociones exageradas, comparaciones desmedidas y elogios desproporcionados. La verdad seguirá delante de quien la quiera ver: la liga argentina es humo: desaparece como esos hermosos envoltorios que intentan disimular un regalo decepcionante. Poco le importa ahora a Boca, batallador y pendenciero para dejar expuesto a River. Y a Gallardo.

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