Adiós a un gigante: Federer cuelga la raqueta

 El suizo de 41 años anuncia a través de una carta en redes sociales que la Laver Cup (del 23 al 25 de septiembre) será su último torneo del circuito.

Jorge Noguera
As
‘¿Hay algún torneo, situación o victoria que le haga especial ilusión?’ “Jugar contra Federer, sería una cosa que me gustaría”, contestaba Carlos Alcaraz a la pregunta de AS en la entrevista concedida en Nueva York tras convertirse en número uno del mundo y ganar su primer Gran Slam, el US Open. El murciano se quedará aparentemente sin poder cumplir su deseo, al menos en un torneo oficial, ya que Roger Federer ha anunciado que la Laver Cup, del 23 al 25 de septiembre, será su último torneo en el circuito. Pero esas declaraciones simbolizan bien lo que ha representado Roger Federer a lo largo de sus 24 años de trayectoria profesional.

El tenista suizo de 41 años, ganador de 20 Grand Slams, ha difundido una carta con vídeo en su cuenta de ‘Instagram’ para anunciarlo. Esta es la misiva:

“De todos los regalos que me ha dado el tenis en los últimos años, sin duda, lo mejor que me llevo ha sido toda la gente que me he encontrado por el camino. Amigos, rivales y los fans que me ha dado el deporte en esta vida. Hoy quiero compartir algunas noticias con todos vosotros’. Como sabéis muchos de vosotros, en los últimos tres años se me han presentado muchos retos por lesiones y cirugías. He trabajado duro para volver a la mejor forma competitiva, pero también conozco las capacidades de mi cuerpo y mis límites y es el mensaje que mi cuerpo me ha dado. Tengo 41 años. He jugado más de 1.500 partidos en 24 años. El tenis me ha tratado más generosamente de lo que nunca hubiera soñado. Y ahora debo reconocer cuando es el momento de terminar mi carrera competitiva. La Laver Cup de la próxima semana en Londres será mi último evento ATP. Jugaré más tenis en el futuro, por supuesto, pero no será en Grand Slams ni en el circuito ATP. Esta es una decisión agridulce, porque echaré de menos todo lo que el circuito me ha dado”.

Con el adiós del suizo se despide una forma de entender el tenis, casi como un arte. Más allá de todos sus logros, la estética del campeón helvético ha trascendido este deporte para convertirse en un icono global. Si el logotipo de la NBA se elaboró a partir de una silueta de Jerry West, el revés a una mano de Federer bien podría ser la imagen que recogiera la esencia del tenis. Rafa Nadal y Novak Djokovic, las otras dos patas del Big Three, no tienen nada que envidiarle en cuanto a registros. De hecho, ambos han conseguido superar su marca en los Grand Slams, 20 títulos por los 21 del serbio y los 22 del balear, en la recta final de sus carreras. Pero si algo ha engrandecido la histórica rivalidad entre estos tres monstruos, al nivel de la dicotomía Celtics-Lakers en el baloncesto o Real Madrid-Barcelona en el fútbol, ha sido precisamente la diferencia entre sus idiosincrasias. Nadal y Djokovic, no exentos de talento, representan más una idea de voluntarismo, de suplir las carencias innatas con tesón, esfuerzo, trabajo. Federer, en cambio, ha dejado siempre tras de sí una pátina de divinidad. Como si el tenis le hubiera elegido a él y no al revés.

El abogado de la elegancia, ha esquivado todos los charcos que podría haber pisado. Siempre atento con la prensa, es imposible encontrar en su hemeroteca una mala palabra, una salida de tono, hacia sus compañeros de profesión. Nacido en un país caracterizado entre otras cosas por su mestizaje, habla inglés, francés, italiano y alemán con la fluidez de un nativo y chapurrea algunas otras lenguas.

Estancado en el dique seco desde que en agosto del año pasado decidiera someter su rodilla derecha a cirugía, hacía tiempo ya que se colocaba al suizo fuera de la carrera que a lo largo del siglo estos tres genios han sostenido por convertirse en el hombre más laureado de la historia del tenis. Con 41 años y un cuerpo maltrecho, igual que sus eternos rivales y amigos, porque esta confrontación ha discurrido por cauces elegantes, en un tono estrictamente deportivo, se antojaba difícil ya verle peleando de nuevo en las altas esferas. Y lo cierto es que pocas cosas que pudieran engrandecer el legado que deja permanecían a su alcance. Tras de sí quedan los citados 20 títulos de Grand Slam, 103 en total en el circuito ATP (28 de categoría Masters 1.000), en el que exhibe un registro demoledor de 1.251 victorias (solo superado por Jimmy Connors con 1.274) y 275 derrotas, con un 82% de éxito (y un pico del 94%, fuera de toda lógica, entre 2004 y 2006).

Federer dio el salto a profesionales en 1998, tres años antes que Nadal y cinco antes que Djokovic. En 2001 estrenó su palmarés y en 2003, año de la irrupción del serbio, alzó su primer Grand Slam en Wimbledon, que después convertiría en su jardín particular, y su primer Masters. Se intuía ya por entonces que el tenis iba a entrar en una nueva dimensión y así fue. El 2 de febrero de 2004, ya con cuatro grandes en su haber, accedió por primera vez a la cima del ranking mundial, que ocupó un total de 310 semanas, unos seis años y medio, a lo largo de su carrera. 237 fueron consecutivas, una marca que nadie ha conseguido batir hasta la fecha. En 2009 se entrometió por primera y última vez en Roland Garros, terreno de Rafa Nadal, y completó el Grand Slam. En Australia se coronó seis veces, en Wimbledon (el último grande que jugó, en 2019) ocho y en Estados Unidos cinco. Seis veces se grabó su nombre en el trofeo del Masters. Con Suiza se adjudicó la Davis de 2014 y su única gran cuenta pendiente ha sido el oro olímpico individual (en Londres 2012 fue plata) que tampoco ha alcanzado por ahora Djokovic, sí Rafa. El de dobles lo consiguió en Pekín 2008 junto a Wawrinka.

Todas estas cifras permanecerán inertes ya. Llegarán nuevos jugadores, muchos se convertirán en grandes estrellas. Algunos de sus registros serán batidos, porque la rueda del deporte no para de girar y los nuevos métodos y avances tecnológicos permitirán cosas ahora impensables, entre ellas estirar más los años de actividad. Pero lo que nadie podrá borrar de la memoria tenística será ese impecable revés a una mano, esa imagen de deidad, casi ajena al sudor y al esfuerzo, que dejaba Roger Federer en cada una de sus victorias. Por suerte, al aficionado a esta disciplina aún le quedan dos gigantes que celebrar y otros en ciernes, los Alcaraz, Sinner y compañía, pero con el adiós de Roger se cierra una página de la historia del deporte en general. Una escrita en letras doradas.

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