Otra vez el inmortal Madrid
Dos goles de Benzema a los postres le dan la tercera victoria consecutiva. El Espanyol peleó hasta la extenuación, pero cayó víctima de la fiabilidad del equipo de Ancelotti.
Ancelotti es entrenador de alta fidelidad. En su Madrid tienen prioridad de paso los que le hicieron ganar. Y los de ahora le han hecho ganar todo. Así que no encuentra el momento de cambiar salvo lesión o fatiga extrema que lo justifique. En Cornellà solo tocó los laterales, territorios en los que los suplentes están más cerca de los titulares. Con Lucas Vázquez gana arriba lo que pierde abajo. Rüdiger trae ley y orden y se alarga el equipo por la izquierda al desplazar ahí a Alaba, con mejor pie que Mendy. Y el resto, los de siempre donde siempre hasta que el calendario apriete. A Modric le dio medio respiro en Almería y casi lo paga. Con Kroos se siente seguro. Valverde es una vitamina que el equipo no puede dejar de tomar. Benzema y Vinicius están fuera de concurso. Y Tchouameni, que anda en prácticas, es lo que hay, que diría Koeman. Y lo que hay empieza a tener buena cara.
El Espanyol planeó una noche sin la pelota. De ahí la alineación de Rubén Sánchez en la derecha, centinela extra de Vinicius, preocupación de tantos. El resto quiso ser organización y fiereza, con Joselu, el ejército del aire del campeonato, para ganar disputas, que es lo suyo, y dar oportunidades al resto en segundas jugadas. Un 4-1-4-1 muy restrictivo en los espacios.
La asistencia de Tchouameni
La contramedida del Madrid fue la paciencia. Parece increíble que domine esa suerte un equipo con tantas noches locas en su currículum. Así que tocó y tocó hasta que se abrió el cielo. O lo abrió Tchouameni, en la primera gran muestra de que puede estar a altura de su precio. Su pase, tras combinación con Valverde, fue un salvoconducto al gol. Lo adivinó Vinicius, supersónico en la diagonal, y lo cruzó con el oficio y la sencillez de los matadores, como si siempre hubiese estado en el gremio. En esa suerte no le esperaba ni su club de fans hace apenas dos años.
Cuando llegó el minuto de Jarque (el 21, aplauso perpetuo) despertó moderadamente el Espanyol, a la orden de Darder, un futbolista extraordinariamente por encima del resto. Al menos hasta que vuelva De Tomás, que no lo parece. Club y jugador hace tiempo que no quieren saber uno del otro. Antes, Lecomte tuvo que poner fin a la enésima arrancada de Vinicius, pesadilla de una noche de verano para Óscar Gil. La carrera fue estupenda y el disparo no tanto. Luego probó un remate picado que bajó demasiado tarde. Está en ese punto que siente que puede caminar sobre las aguas.
Para entonces ya había ordenado retirada el Espanyol, de nuevo confinado en su área a la espera de que Joselu le echase el lazo a algún pelotazo y le ganase una mano a Militao y Rüdiger, torres gemelas. Cualquier decisión de los pericos era de riesgo. Vivir en su área le alejaba definitivamente del empate. Echarse al monte le dejaba a merced de Vinicius en la contra.
Cerca del descanso optó por la aventura y se desató. Rozó la igualada en un cabezazo picado de Cabrera que por un momento todo el mundo vio dentro. Y acabó llegando a ella cuando Joselu utilizó su corpachón para protegerse de Militao y disparar dos veces contra Courtois. La segunda traspasó al belga.
Siempre Benzema
Al Madrid, que había tenido el partido en un puño, le costó volver a empezar, fundamentalmente porque el Espanyol fue otro, más intenso, más ambicioso, menos apocado. Para empezar, cerró mejor el boquete de Vinicius. Y para continuar le perdió el miedo al Madrid. Especialmente Rubén Sánchez, al que se le adivina un gran futuro. El duelo tenía ya dos direcciones.
Ancelotti cambió entonces química por física. Retiró a Modric y metió a Camavinga para igualar el músculo del Espanyol, envalentonado, dispuesto a jugárselo todo al cara o cruz. La cara estuvo a punto de sonreírle a Joselu, cuyo remate a quemarropa y a cuatro metros de Courtois lo rechazó el belga milagrosamente.
El partido se descosió con estrépito. Lecomte le quitó un gol a Benzema y la buena vista de un asistente, que le cazó en fuera de juego, otro. Cerca del final pidió un penalti a Vinicius de esos que puede que sí y puede que no. Aquello duró lo que el Espanyol tardó en autoconvencerse de que el empate era un bien mayor y no un mal menor.
A partir de ahí se volvió más cauto el equipo de Diego Martínez y más espeso el Madrid, que lo echó todo a perder en los últimos 20 metros hasta que apareció Benzema en el 88 para meter un gol de oportunista a centro de Rodrygo, el hombre de los finales felices. Es lo que tiene Benzema, el único nueve del mundo que lleva la varita en una mano y el cañón en la otra. Luego expulsaron a Lecomte vía VAR, Cabrera acabó de portero y Benzema, con el indefenso central bajo los palos, firmó su doblete. El Espanyol mereció un final menos ingrato.