Wilstermann fue un canto a la eficacia

José Vladimir Nogales, JNN Digital

Wilstermann aterrizaba en el Capriles envuelto en un clima enrarecido. El retraso de Pochi Chávez, las deserciones de Andrés Chávez y Villarroel (la de Morales resultó ridículamente positiva), la pactada salida de Sanguinetti y Escóbar, unidos a la ausencia (por infección de covid) de Machado, Ballivián y Menacho, enturbiaban la preparación de un partido trascendental para los intereses del equipo rojo (el relanzamiento, para salir de la crisis). Todo en una convulsa atmósfera institucional, asfixiada por deudas y el ponzoñoso intervencionismo de la FBF, que dilata plazos donde apremian las urgencias.

El nombre del rival, Palmaflor, transmitía buenas sensaciones al técnico Peña, ya que desde que ascendiese a Primera, el conjunto de la provincia derrotó sólo una vez a los rojos. No obstante, la estadística es un mero pretexto que no hace justicia al equipo de Viviani. Una plantilla magistralmente trabajada, compensada en todas sus líneas y que, por si fuera poco, se ha convertido en un auténtico hueso para sus rivales. La impactante cifra de puntos cosechados en la fase de grupos (28, sólo superados por los 37 que Bolívar acumuló) y su acceso a semifinales, atestigua el verdadero calibre de Palmaflor. Sin duda, argumentos suficientes para plantar cara e invertir los papeles frente al coloso de la ciudad.

Aunque en el primer cuarto de hora Wilstermann había disfrutado de dos buenas ocasiones (la mejor, un enredo de Castellón tras superar al golero y perder el ángulo de tiro), Palmaflor saltó al césped con empaque y buenas maneras, confirmando que lo suyo no es un problema de pies, que tiene fútbol para no sufrir tanto. Hizo rodar el balón y, con frecuencia, encontró receptores libres en mitad del campo. Le faltó precisión en el último cuarto y mayor coordinación para superar la última línea de los rojos. Para atacar por los flancos, la fórmula de Viviani consistió en proponer duelos individuales contra los laterales de Wilstermann y soltar a los suyos (Juárez y Vidaurre), intuyendo el escaso retroceso en persecución de los extremos. De ese modo, estaba garantizada la superioridad numérica por fuera. Sin embargo, nada hizo pensar que el plan quedase desbaratado por la sensacional actuación del debutante Carlos Rodríguez, lateral derecho de los rojos, que neutralizó a Maxi Gómez, uno de los vértices de la estrategia. Sobre la izquierda, Corpus repetidamente quebró la endeble marca de un errático y desorientado Francisco Rodríguez, que batallaba contra sus carencias, sus fantasmas y contra tres rivales que le caían sobre su carril. Debía tomar a Corpus, que lo arrastraba hacia adentro, o salir al cruce de Juárez, liberado por Serginho. También amenazaba Amilcar Sánchez que caía a las espaldas de un Castro inerte, poco comprometido con la marca

Al cuadro amarillo lo consumió su imprecisión, la mala tarde de Sánchez y cierta descoordinación para materializar lo que insinuaba construir desde la posesión. Didí Torrico o los centrales (Lencinas y Pedraza) iniciaban el juego sin que ningún jugador de camiseta roja les perturbase la maniobra, lo que permitió que los volantes recibieran en campo enemigo y gobernasen el juego. Sin embargo, les costó encontrar a Sánchez detrás de los volantes rojos y, mucho más, alimentar con propiedad a Wesley, una pesadilla para los defensores centrales.

Siempre es un hueso el equipo de Viviani, con una organización espléndida y una presión tan arrebatadora como cómplice que logra desnaturalizar por completo a sus rivales. Es cierto que sigue sin obtener resultados exitosos ante los grandes, sea por la altura técnica de estos o por falta de potencia propia. Fue lo que ocurrió ante Wilstermann, donde una elaboración agitada por Serginho dispuso el centro que Barbosa, a la carrera, impactó de cabeza para el primer gol.

La alineación de Peña tuvo cierto sentido y dio cabida a los teóricos jugadores de mejor pie como Castro, Barbosa, Serginho y Añez. Sin embargo, la ecuación no funcionó por el compromiso efectivo de Palmaflor y la falta de finura propia. Viviani rellenó la medular con un hombre más (4-1-4-1 sin la pelota) y el reajuste tapó las salidas intermedias de Wilstermann. Sin una circulación viva, con poco toque, escasas combinaciones y el balón largo como opción potable, el conjunto de Peña se atascó en su trinchera durante casi todo el primer tiempo, sin poder cuajar una salida con balón controlado. Los mecanismos que preparó Peña, con Castro al lado de Robson y Barbosa en altura, se quedaron cortos al estar desaparecidos Castro y Áñez, y no conectar con Serginho, ni Castellón, también poco acertado con la pelota. Sin apenas volumen interior (18% de ataques), solo las intervenciones de Serginho airearon la partitura roja, que echó de menos las maniobras de Añez en espacios reducidos (se borró del partido en su confinamiento sobre una banda) y el patrón creativo de un Castro errante.

COMPLEMENTO

En la segunda parte, los de Viviani se despojaron definitivamente de sus ataduras y salieron al terreno de juego en busca del triunfo. Sin excesivo juego, sin grandes alardes, pero con la ambición propia de quien aspira a altas cotas. La inserción de Igor Suárez (por un Sánchez testimonial) como media punta, le cambió la partitura, mejorando notoriamente el contenido. También dispuso de un puñal en el carril izquierdo con la presencia de Abastoflor, amenazando el sangrante flanco de Francisco Rodríguez. Con el brasileño como eje, recibiendo a las espaldas de Maximiliano Ortíz (que reemplazó al lesionado Robson), el cuadro amarillo ganó en manejo y organización. Paulatinamente, ante el volumen de posesión rival, la indescifrable movilidad de los receptores y la escasa intensidad que Wilstermann aplica en la marca de mitad de campo, se vislumbraba un resquebrajamiento de la aplicada, aunque esforzada, coraza defensiva de los rojos. Aunque Giménez no era exigido, ni se computaba una plétora de oportunidades dilapidadas por la visita, la amenaza se sentía en el aire. La estructura roja parecía tambalear.

Precisamente, de ese ímpetu, de ese empuje, nació el gol de los amarillos. En el minuto 51, Didí Torrico conectó con la diagonal de Juárez, que encontró terreno baldío a espaldas de Castro y lejos del cierre de Ortíz. Wesley insinuó una diagonal en la media luna, aplicó los frenos al recibir el balón, giró en redondo y sacó un zurdazo que batió a Giménez a sangre fría para corroborar el letargo rojo. Con el freno, el brasileño dejó ir a su marca y se fabricó un ángulo imposible para el disparo. Una exquisitez de un atacante con armadura de tanque, pero con sutilezas de mago.

Wilstermann lucía parsimonioso, lento, espeso y carente de salida, que sucumbía ante las buenas maneras de un rival dominante, que tenía claro lo que quería y cómo conseguirlo.


 El ejercicio de supervivencia de los rojos, fortalecido por su cada vez más eficacia defensiva (gran tarea de Ortiz como volante de corte y salida), le permitió tener un arreón que volvió a demostrar las hechuras competitivas de un equipo que ahora necesita de poco para sumar triunfos e iniciar el despegue. Se mostró solvente y fiable, señas de identidad que requiere al menos todo campeón. Surgió el momento de la inspiración de las botas de Seginho. El brasileño, reclamando su status, combinó con el furtivo ingreso de Barbosa, que se filtraba a espaldas de los volantes y entre los centrales. Su disparo cruzado fue devuelto por el poste izquierdo de Salvatierra y, al borde de la media luna, calzado con potencia por Añez para devolver la ventaja al marcador. Sin duda alguna, un premio excesivo teniendo en cuenta los méritos ofrecidos por un equipo y otro hasta ese momento. Lógicamente, la eficacia tiene mayor peso que la acumulación de méritos.

Palmaflor insistió en su búsqueda, asegurando la posesión, pero sin mejorar su precisión en el cuadrante decisivo. Arce asumió la salida de balón, con la ayuda de Terrazas en el escalón siguiente, mientras que Suárez se adaptó malamente a la banda derecha. Wesley y Abastoflor tuvieron total libertad, pero al final la circulación amarilla se concentró en el carril izquierdo, sin llevar casi peligro por derecha con Suárez y Juárez. A Palmaflor siempre le faltó profundidad y viveza, incapaz de girar a la zaga de Giménez.

Se cayó Palmaflor y Wilstermann disfrutó de una victoria importante, por el calibre del adversario. No completó una actuación convincente, descolocado por sus contradicciones, pero le sirvió para mantener vivas sus esperanzas.


 

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