Un cóctel explosivo de talento, trabajo y sangre de campeón

Carlos Sainz, ganador del GP de Gran Bretaña. Agresivo en las salidas y el cuerpo a cuerpo, un seguro en las carreras. Y una fama equivocada.

Jesús Balseiro
As
Después de docenas de fotografías cazadas y ‘selfies’ en plena terminal aeroportuaria, el enésimo grupo de aficionados se acercó. “¡Enhorabuena por tu triunfo, Carlos!”, le dijeron. Eran mexicanos, en Montreal. “Bueno, no he triunfado”, respondió él con ironía junto al maletín que reservaba el trofeo al segundo clasificado del GP de Canadá. No rehusó las peticiones de ningún fan durante tres horas de espera, hasta el avión que le llevaría a casa. “Tampoco me atrevería”, confiesa. Más tarde llegaría una madre, cariñosa: “Carlos, hijo, gracias por tu carrera. Le prometí a mi hijo venir a un gran premio cuando aprobase quinto de medicina y aquí estamos, desde Madrid”. Las tribunas rugen, los fans se agolpan en las puertas de los hoteles y el ‘cavallino rampante’ desata todas las pasiones. Pero uno ha presenciado pocos halagos tan naturales y auténticos. “Gracias, Carlos”.

De viernes a domingo por la tarde, mejor no despertar de su letargo a Sainz. Es un piloto concentrado, técnico, su enfoque ante cualquier anomalía es analítico. Un error en competición le dejará inquieto hasta que la telemetría o la voz de su ingeniero le confirme una variación en el viento, una alteración en la presión del embrague. Muchos en el paddock describirían a Sainz como un piloto trabajador, pero es un halago envenenado e impreciso. Así lo entiende el interesado, decía en una entrevista reciente con AS: “Por mucho trabajo que pongas, si no tienes talento no haces una vuelta rápida en clasificación. Por eso creo que es mayoría talento, y el resto lo pongo con trabajo. Otra cosa es que yo sea más pesado, o dedique más horas, pero pero parece que me he llevado la fama de trabajador, que yo solo voy rápido porque trabajo”.

Cuando termina la competición y los equipos empaquetan los coches, su nivel de autoexigencia regresa a cotas manejables y Carlos vuelve a ser el tipo gracioso y despistado de siempre. El apasionado del Real Madrid y del golf, empezó a ganar a su padre cuando, siguiendo el consejo de este, recibió a clases particulares. Resulta inevitable buscar paralelismos entre Carlos Sainz padre e hijo, dos de los tres mejores pilotos de la historia del automovilismo español; pero más allá del nombre, el aspecto físico y la habilidad al volante; son dos personalidades opuestas.

“Ahí va el hijo de Carlos Sainz”

Carlos Sainz Vázquez de Castro nació en Madrid el 1 de septiembre de 1994, hace 27 años. Su padre ya era doble campeón del mundo de rallys, aunque el hijo no comprendió la magnitud de su currículum hasta que acudió a la exhibición de despedida que se celebró en las calles de Madrid en 2004. Respiró automovilismo, respiró los derrapes, pero vivió el repunte de la ‘Alonsomanía’ en España y la Fórmula 1 siempre le tiró más. Su padre y su padrino, Juanjo Lacalle, le curtieron en el kárting. Bueno, se curtió solo: los chavales tiraban de agresividad con él en la pista al grito de “ahí va el hijo de Carlos Sainz”.

Red Bull le incorporó para su programa de jóvenes pilotos cuando dio el salto en monoplazas, a partir de 2010. Probó el F1 en Silverstone, en 2013, y llamó la atención del propio Vettel. Ganó las World Series en 2014 y aterrizó en la Fórmula 1 en 2015 junto a Verstappen en Toro Rosso. Antes sí, pero en el Mundial el apellido ya no sirve de nada. Permaneció tres temporadas y media en Faenza y se marchó a Renault a finales de 2017. Su peor año en la Fórmula 1, en términos deportivos, lo vivió en ese equipo, 2018. De ahí a McLaren, donde su carrera despegó: reventó las mejores previsiones con un podio en Brasil 2019 y el sexto puesto general.

El resto es historia: fichó en el invierno de 2020 por un Ferrari en reconstrucción, siguió destacando con la casa de Woking hasta el último día (casi gana en Monza) y rebasó las expectativas en su primera campaña como piloto de Maranello con cuatro podios y el quinto puesto, delante de Leclerc. Los domingos es un fijo, apenas ha cometido errores de bulto con más de 150 grandes premios. Agresivo en las salidas y en el cuerpo a cuerpo y más sólido que casi todos cuando se reparten los puntos. Es un piloto ‘carrerista’, y eso en los tiempos de las estrellas de PlayStation es siempre un hecho diferencial. Faltaba una victoria. Ya está aquí.

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