Interrogantes sobre el futuro en Japón tras un magnicidio que dejó estupefacta a una sociedad desarmada y pacífica
El ex primer ministro japonés Shinzo Abe estaba defendiendo su posición de aumentar el gasto de Defensa cuando fue alcanzado por los disparos. La policía investiga si el asesino pertenece a una secta de extrema derecha y estaba fabricando armas para nuevos atentados
También es extraordinario lo que sucedió en la redacción del Japan Times, el diario en inglés que se edita en Tokio. Tenían preparado un editorial sobre la violencia armada, pero en Estados Unidos. Tuvieron que cambiarlo.
“El comentario que originalmente iba a ocupar este espacio era un `cri de coeur´ a Estados Unidos, una súplica para que entrara en razón y detuviera la devastadora violencia armada que se ha convertido en un hecho cotidiano en ese país. Con extraordinaria tristeza y rabia nos vemos obligados, en cambio, a sustituir este comentario por la denuncia del asesinato del ex primer ministro Shinzo Abe”, explicaron los editores del diario.
Abe fue atacado el viernes por la mañana en Nara en la primera parada de una gira por tres prefecturas para hacer campaña por los candidatos del Partido Liberal Democrático (PLD) en las elecciones a la Cámara Alta del domingo. Recibió dos disparos por la espalda a manos de un ex militar de 41 años que utilizó una “escopeta” casera y que fue detenido en el lugar de los hechos. Abe sufrió un paro cardíaco mientras era trasladado en helicóptero a un hospital local, donde finalmente sucumbió a sus heridas. El Primer Ministro, Fumio Kishida, calificó el tiroteo de “acto atroz... bárbaro, malicioso, y que no puede ser tolerado”. En los canales de noticias de la televisión local, varios comentaristas lo calificaron como un “acto de terrorismo”.
El asesino se llama Tetsuya Yamagami, es un ex marine de 41 años que según la policía “estaba enojado” con Abe por lo que había hecho durante su gobierno. Por ahora, todo indicaría que se trata de una persona perturbada mentalmente, pero el hecho de que tenga conocimientos de fabricación de armas y lograra armar una especie de “escopeta” con unos pocos elementos preocupa a los investigadores. La policía dijo que era un aparato que medía más de 30 cm de largo y 20 cm de alto y que consistía de dos caños con percutores mecánicos atados por una cinta. Y cuando fueron a allanar la casa de Yamagami, se encontraron con un pequeño taller donde estaba armando otras armas similares. La pesquisa se desarrolla alrededor de la hipótesis de que este hombre podría haber sido instigado por algún tipo de organización de extrema derecha. Varios grupos de choque de este signo funcionan en Japón y algunos toman la organización de verdaderas sectas.
Japón no tiene una tradición de violencia política. Son escasos los ataques que se produjeron desde la creación del nuevo estado tras la II Guerra Mundial. Aum Shinrikyo fue el último gran grupo terrorista que emprendió una guerra contra este país, al liberar gas sarín en los subterráneos de Tokio en 1995, que mató a 13 personas, hirió gravemente a otras 54 y afectó a 980 más.
El último asesinato de una figura política a nivel nacional fue en 1960, cuando un nacionalista extremo de 17 años apuñaló hasta la muerte al líder del Partido Socialista de Japón, Inejiro Asanuma. En 1978, un hombre intentó matar al entonces Primer Ministro Masayoshi Ohira, pero sólo se mezcló con los periodistas fuera de la Oficina del Primer Ministro y nunca llegó a acercarse a Ohira. En los dos últimos casos, las armas eran una espada y un cuchillo.
En 1992, Shin Kanemaru, un peso pesado del PLD y viceprimer ministro, fue atacado por un hombre con una pistola, pero no resultó herido. Dos años después, otra persona armada disparó contra el primer ministro Hosokawa Morihiro, pero también resultó ileso. En 2007, el alcalde de Nagasaki, Ito Itcho, murió después de que un hombre armado lo tiroteara.
Las armas son una rareza en Japón. De hecho, este país tiene uno de los índices de violencia armada más bajos del mundo. Según los registros de la policía nacional, en 2020 se produjeron 21 detenciones por el uso de armas de fuego, y 12 de ellas estaban relacionadas con las bandas de criminales de la Yakuza, la mafia japonesa. Las cifras de la Organización Mundial de la Salud muestran que Japón tuvo solo nueve muertes relacionadas con armas de fuego en 2018, por debajo de las 23 del año anterior. La tasa de muertes por armas de fuego por cada 100.000 personas es de 0,01; en comparación, la cifra de Estados Unidos supera los cuatro por cada 100.000.
Para tener un arma en forma legal en Japón hay que seguir un proceso de 12 pasos que puede llevar años. Se necesitan pasar varios exámenes, entre ellos uno físico y otro psicológico. Hasta el año pasado se habían registrado solo 377.000 armas para el uso de civiles en un país de 125 millones de habitantes. Eso supone 0,25 armas por cada 100 personas, en comparación con unas 120 armas por cada 100 personas en Estados Unidos, según el Small Arms Survey del Instituto Universitario de Estudios Internacionales y de Desarrollo de Ginebra. Según la ley, poseer un arma como parte de un sindicato del crimen organizado puede suponer hasta 15 años de prisión; poseer más de un arma también es un delito, que conlleva una pena de prisión de hasta 15 años. Disparar un arma en un espacio público puede acarrear una pena de cadena perpetua.
Gran parte del mérito se debe a las estrictas leyes de control de armas, que fueron, irónicamente, escritas por las autoridades de ocupación de Estados Unidos. “Esas leyes se han relajado un poco, pero la cultura japonesa sigue siendo fundamentalmente hostil a la posesión de armas”, explicó a la cadena NHK, Hiroito Hatakawi, profesor de la Universidad de Osaka.
También hay una cuestión cultural que tiene que ver con el respeto a la democracia y el imperativo absoluto de resolver las diferencias políticas exclusivamente a través de las urnas. No quiere decir que la democracia japonesa sea perfecta. La participación política es mínima y un porcentaje muy alto de la población no va a votar. Los grupos de extrema derecha salen a las calles con consignas sumamente violentas. Pero los procesos electorales son, en general, muy tranquilos y con concentraciones pequeñas en los barrios, como el acto en el que fue atacado Abe. “No hay lugar para la violencia en este proceso. El intento de cualquier individuo o grupo de individuos de imponer su voluntad en el país por medios violentos es terrorismo, puro y simple. Japón es una democracia y actualmente está inmerso en la más pura expresión del concurso y el proceso democráticos. El ataque al ex primer ministro Abe es un ataque a todos nosotros”, dijo el Jefe de Gabinete del actual gobierno y candidato a las elecciones, Hirokazu Matsuno.
Nancy Snow, directora para Japón del Consejo de Seguridad Internacional, cree que el tiroteo cambiará a Japón para siempre. “No solo es raro, sino que es realmente insondable desde el punto de vista cultural”, dijo a CNN. “El pueblo japonés no puede imaginar tener una cultura de las armas como la que tenemos en Estados Unidos. Esto dejó perplejo al país”.
Gerald L. Curtis, profesor de política japonesa de la Universidad de Columbia, dijo que el asesinato de Abe “sin duda sacudirá terriblemente a los japoneses y reforzará la opinión de que Japón ya no es el país seguro y pacífico que ha sido desde el final de la Segunda Guerra Mundial y que tiene que cambiar para hacer frente a las nuevas realidades aterradoras a las que se enfrenta”.
El gobierno decidió seguir adelante con las elecciones del domingo y por lo tanto continuará la campaña. Los candidatos que se presentan a un escaño electoral hacen muchas paradas cada día en su prefectura, normalmente en un camión con su foto y su eslogan pegados en la parte lateral. Estacionan a un costado de la calle o la ruta y hablan desde al lado del camión o subidos a la cabina. Los candidatos menos conocidos hacen que algún político más prominente los acompañe en algunas paradas. Eso es lo que estaba haciendo Abe cuando fue atacado. Apoyaba a un político más joven que se presentaba a la reelección, aunque él mismo no fuera candidato.
El partido de Abe, los Liberales Demócratas, son la fuerza política dominante en Japón desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y los dispersos partidos de la oposición no tienen ninguna posibilidad de cambiar este estatus el domingo. Los miembros de la Cámara Alta del parlamento japonés tienen mandatos escalonados de seis años, y la mitad de ellos se presentan a las elecciones cada tres años. Este año, 75 miembros serán elegidos en representación de los distritos electorales, y 50 a través de la representación proporcional.
Después de dejar el cargo de primer ministro en 2020, Abe siguió siendo una fuerza poderosa en su partido. Y estaba en campaña sobre tres temas que definían su legado.
“Abe era un nacionalista descarado y un apologista histórico”, escribió el analista Adam Tooze en su newsletter. También se lo celebra como el campeón de un nuevo realismo en la política exterior de Asia Oriental. Abe consideraba que la agresión de Rusia a Ucrania y la creciente tensión entre China y Estados Unidos reivindicaban sus llamamientos a una nueva política de seguridad japonesa que rompiera con los tabúes de la posguerra. Abe aparecía como “un profeta de la política de contención del Indo-Pacífico”.
El otro gran tema de conversación de Abe era la situación económica de su país. Aquí, estaba a la defensiva. Su muerte llega en un momento en el que su legado de política económica está amenazado. Fue elegido en 2012 con el mandato de adoptar una política económica, las Abenomics, basada en “tres flechas”: política fiscal flexible, expansión monetaria y reforma económica estructural. El resultado fue agridulce. Las Abenomics terminó siendo una mala palabra para la mayoría de los japoneses.
Ayer, en su discurso impulsó, particularmente, sus objetivos de larga data de aumentar el gasto militar de Japón y cambiar su Constitución pacifista para permitirle mantener un ejército permanente. Esa posición es la que estaba defendiendo cuando recibió los disparos mortales.