Djokovic remonta por séptima vez un 0-2 para meterse en semifinales

Djokovic remontó una desventaja de dos sets ante el italiano Sinner y jugará las semifinales de Wimbledon contra el británico Norrie.

Nacho Albarrán
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Novak Djokovic es un tenista como hay pocos. De hecho, solo él y sus rivales del Big Three, Roger Federer y Rafa Nadal, son capaces de hacer cosas como la que hizo este martes en cuartos de Wimbledon. El serbio, raro, empequeñecido y anodino, sobre todo en el segundo set contra Jannik Sinner, mutó en titán para remontar por séptima vez en su carrera un 0-2 en contra (únicamente ha perdido un partido de diez, ante Ancic en 2006, resuelto en el quinto set en el torneo) y clasificarse para las semifinales: 5-7, 2-6, 6-3, 6-2 y 6-2 en 3h35. De esta manera inesperada, aunque se intuía que el italiano de 20 años y 13º del mundo podía hacerle partido, el serbio alcanzó su 11ª semifinal de un torneo del que ha sido seis veces campeón, igualando a Connors en la segunda plaza de la lista de todos los tiempos, tras Federer (13). Se enfrentará al británico Cameron Norrie, que ganó por 3-6, 7-5, 2-6, 6-3 y 7-5 en 3h28 al belga David Goffin. El británico es el cuarto tenista de su país que llega tan lejos en el major londinense, tras Andy Murray (7), Tim Henman (4) y Roger Taylor (2).

Djokovic es un escapista con más vidas que un gato. El año pasado levantó un marcador igual de adverso en dos ocasiones en Roland Garros, contra Musetti en octavos y ante Tsitsipas en la final. Anteriormente, había hecho lo mismo dos veces en Wimbledon (contra Guillermo García López en 2005 y frente a Kevin Anderson en 2015), otra en el US Open (ante Federer en 2011) y una más en París (contra Andreas Seppi en 2012).

De ese modo tan esforzado, Djokovic ganó su 84º partido en Wimbledon (empata con Connors en el segundo lugar) y aumentó su racha sobre hierba y en el torneo hasta las 26 victorias, tercera mejor en el primer caso y cuarta en el segundo. “Podemos pasar al tercer, cuarto y quinto set”, dijo riéndose cuando le preguntaron qué había pasado en el arranque del duelo. “Los dos primeros, comparados con los tres últimos, han sido como dos partidos distintos. Él fue mejor al principio. Necesitaba parar, recomponerme, ir al baño y tener una conversación intensa conmigo mismo delante del espejo. Y tuve suerte de empezar bien la tercera manga. Por la experiencia, y quizá por esa parada, pude lidiar con la presión”, añadió. “Siento felicidad, plenitud y orgullo en esta cancha. Es el mayor torneo de la historia de nuestro deporte. Esta pista me inspiró a coger una raqueta cuando tenía cinco años. Mi historia de amor con ella continúa y espero mantenerla”, concluyó aún en la cancha.

Historia de una remontada

Y es que lo que pasó en la Central en un día de nubes y claros fue extraño, casi sobrenatural, porque pocas veces se ve a Djokovic perder una diferencia de 4-1 en el marcador de una manga. Sinner volteó ese inicio, que parecía demoledor, creyó en sus posibilidades y apabulló al balcánico con su seriedad y su golpe limpio en el segundo parcial. El de Belgrado, enfadado, apartó con el hombro la cámara que había junto a su banquillo. Pero a partir de ahí despertó la bestia, tras su ejercicio de introspección, el robot que dirige los partidos con precisión quirúrgica, que se estira como un chicle para alcanzar todas las pelotas y que reduce a sus rivales, destrozándoles física (Sinner se hizo daño en el tobillo izquierdo por una caída) y mentalmente. Fue así como creció Nole hasta darle a Jannik una paliza de tres sets, en la que le ganó seis juegos en blanco al muchacho, quizá demasiado frío, que venía de echar a Carlos Alcaraz y fue otra víctima de la grandeza de uno de los mejores jugadores de la historia. Tendrá que mejorar Nole (33 errores no forzados), eso sí, si no quiere más sustos.

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