Boca transmite que el cambio de Hugo Ibarra por Sebastián Battaglia le hizo más mal que la eliminación en la Copa Libertadores
La derrota por 2-0 ante Argentinos, puntero de la Liga Profesional, lo mostró como un equipo a la deriva, afectado por la toma de decisiones de sus principales dirigentes
Se sabe cómo fue defenestrado Battaglia: no lo condenó la derrota por penales ante Corinthians, sino un reclamo público por los refuerzos que no llegaban. Pudo haber sido una incontinencia verbal en un momento inadecuado. Hecha por alguien que normalmente era escueto y componedor en sus declaraciones. Se equivocó una vez y no hubo indulgencia ni comprensión. El Consejo de Fútbol que preside Juan Román Riquelme se lo hizo pagar duramente, quizá pensando más en el orgullo y el ego propio que lo conveniente para Boca.
Este Ibarra que arrancó abriendo las prácticas a la prensa un par de veces a la semana y dando conferencias, anoche se fue en silencio del estadio Diego Armando Maradona. Difícil de explicar y justificar la derrota por 2-0 ante Argentinos. Una caída que excede a lo ocurrido en los 90 minutos e involucra al tsunami de episodios negativos que se desencadenaron desde la eliminación en la Libertadores.
Compacto de Argentinos 2 vs. Boca 0
Hay desánimo y dispersión futbolística en Boca. Pésimo momento para cruzarse con un Argentinos cuya actualidad es opuesta, plena en energías y con las ideas muy claras.
Los cambios de piezas y de planteo que hizo Ibarra empeoraron a Boca. Lejos estuvieron de provocar una reacción respecto del nivel que traía el equipo. Durante el primer tiempo, Boca fue inconexo, deshilachado, con dificultades para contrarrestar la mayor coordinación y empuje de Argentinos.
Salvo algún arresto aislado, no impuso condiciones en los primeros 45 minutos. Siempre a remolque de un rival que lo presionó y lo hizo sentir incómodo en todos los sectores. Carlos Zambrano y Marcos Rojo salían a romper y casi siempre lo hacían con foules. Jorman Campuzano y Pol Fernández no mezclaban bien en el doble pivote, no había sincronicidad ni coberturas. A Gabriel Carbajal no le costó encontrar hueco entre ellos dos para sacar un derechazo que entró en un ángulo de Rossi.
Argentinos sí estaba convencido de su plan, ese que lo tiene peleando como uno de los punteros de la Liga Profesional. Juega en equipo, con todo lo sencillo que significa decirlo y lo complejo que es llevarlo a la práctica. Gabriel Milito lo dotó de una identidad. No le sobra calidad individual, pero compensa con compromiso colectivo y una fuerte mentalidad. Si hay que luchar, no le quita el cuerpo a ninguna refriega. Y con la pelota es un equipo agresivo para atacar, cubre el ancho del campo y por adentro cuenta con el motor de Vera y la pegada de Carbajal.
Boca estuvo demasiado tiempo pasivo, tardando en encontrarse, lo cual fue todo un pecado contra un adversario que no le daba respiro, que se le colgaba del cuello para hacerle sentir el rigor.
No había sociedades en Boca. Arriba, Luis Vázquez y Nicolás Orsini jugaba cada uno su partido, mayormente intrascendente por parte de los dos, si bien Orsini había tirado un par de diagonales para desmarcarse; en una quedó en off-side por centímetros y en la otra su definición fue tapada por Nahuel Lanzilotta. La relación de Orsini con el gol en Boca es una historia de continuos desencuentros.
Con un Boca bastante a la deriva, sin entender cuál debía ser su papel, Argentinos le asestó un segundo golpe, ahora con la pelota detenida. El pie sensible de Carbajal puso un tiro libre desde la derecha en la cabeza de Gastón Verón, que le ganó en el salto a Luis Advíncula y metió un cabezazo llovido que Rossi sólo pudo mirar.
El 2-0 premiaba el mejor primer tiempo de Argentinos. En Boca, Zeballos y Villa habían quedado ahogados en las bandas por la marca redoblada del Bicho. Argentinos no le regalaba un centímetro a un rival que tampoco hacía mucho por ganárselo.
Ibarra habrá pensado que con la formación inicial estaba en condiciones de arreglar el flojo primer tiempo, pero ante la evidencia de que el panorama no cambiaba sustancialmente, a los 15 minutos del segundo hizo dos cambios. Agustín Sández reemplazó a un Fabra que no le gustó nada salir y Oscar Romero sustituyó a Orsini, con lo cual se rompió la doble punta y el sistema se ajustó más a un 4-3-3.
Boca tenía más posesión, pero con pocas ideas y sin mucha profundidad. Argentinos se replegó un poco, cedió la iniciativa y apostó al contraataque. Muy aplicado en la contención en su propio campo, la posibilidad de inquietar con alguna réplica fue muy aislada.
Vázquez, que pareció tener más la cabeza en una inminente transferencia que en el partido, le dejó su lugar a Darío Benedetto. En su divorcio con el arco, el Nº 9 intentó una tijera dentro del área tan imperfecta como alguno de los penales que ejecutó últimamente. La impotencia de Boca se hizo contagiosa, nadie acudía al rescate. Los diálogos entre los jugadores se sucedían tratando de ordenarse.
Cada pelota aérea para Reniero era un peligro para su humanidad por los codazos y manotazos de Rojo y Zambrano, ante la permisividad de Fernando Rapallini. El delantero de Argentinos fue sustituido después del último golpe.
Boca no se podía enderezar con nada ni con nadie. La amonestación a Benedetto por una dura entrada a un contrario fue todo un síntoma del descalabro.
Boca tuvo la pelota durante todo el segundo tiempo sin poder crear una situación clara de gol. Argentinos nunca aflojó. A la determinación de la primera etapa para ir a buscar la ventaja, le siguió la enjundia del segundo para defenderla.
Argentinos fue demasiada exigencia para este Boca malherido, que apenas puede con su alma. Con mucho ruido afuera y un vacío muy pronunciado dentro del campo. Si le dieran a elegir, muy probablemente se tomaría una larga pausa para repensarse. Así como está, es un equipo sonámbulo.