Sentido de pertenencia, la clave de una selección argentina que ya es candidata, ¿pero también favorita?
La Finalissima ante Italia confirmó que Argentina tiene los pies en la tierra pero sueña con el cielo: el grupo está unido y saludable para conquistar Qatar 2022.
Si enfrentar a combinados europeos generaba una expectativa especial para descubrir el comportamiento del elenco nacional ante rivales de otra complejidad, el primer tiempo de la “Finalissima” le presentó al equipo de Scaloni algunas dificultades de esas que en el abanico sudamericano solo puede ofrecerle Brasil. Aún sin baluartes como Insigne, Verratti, Immobile o Chiesa, por intensidad y velocidad Italia puso al juego en “modo mundial”. Lejos de amedrentarse, la respuesta albiceleste fue variada y demoledora. Primero le dio una doble dosis del mejor Lautaro Martinez, ejerciendo de centrodelantero cuando se viste de celeste y blanco para empujar al gol una gran jugada de Messi y de primera punta cuando cambia a la versión nerazzurra del Inter y alimenta a su compañero de ataque, llámese Dzeko o antes Lukaku. Como era necesario un valor agregado, lo complementó con la marca registrada en la que se transformó la “picadita” de Di María y los destellos sobresalientes de Messi, los dos mejores ejemplos del cambio de aire del último año.
Si la distancia en el resultado podía parecer exagerada de acuerdo a lo que ofreció el juego, el segundo tiempo fue lo mejor de los últimos cuatro años. Si hacía falta un rendimiento colectivo que rubricara el crecimiento del modelo, la paliza del complemento quedará como el clímax del ciclo Scaloni. Hubo presión, circulación, juego asociado y variantes de ataque. Como dicen los españoles, un verdadero “repaso”.
El grupo está sano, saludable. El lenguaje corporal es óptimo. Hay distensión pero al mismo tiempo un grado de competencia absoluto. En la convivencia son un viaje de egresados pasado de rango. En la cancha, un grupo sediento de gloria consciente de su vigorosa actualidad. Todos quieren pertenecer y convencer al entrenador, para ponerlo en el hermoso pero cruel problema de disponer de muchos más nombres que los lugares que le ofrece la lista definitiva. Algunos deberán afirmarse en sus clubes, otros tendrán que definir su futuro tomando decisiones que les permitan en los próximos cuatro meses, a partir de su actualidad, ganarse un casillero.
Lejos del conformismo, tanto como de la euforia desmedida, el técnico también sigue creciendo. Sabe que el equipo no se parece demasiado al de hace un par de años, porque él también cambió. Scaloni mejoró con el grupo y al desandar el camino fue corrigiendo y evolucionando. Así como antes aprendió de las críticas constructivas, ahora deberá alejarse de los tradicionales cantos de las sirenas que, tan oportunistas como calculadores, al final siempre entonarán la melodía que más les convenga. La comunión con los jugadores es visible y el desbloqueo post Copa América fue una gran noticia también para su confianza. Emiliano Martinez, Cristian Romero, Leandro Paredes o Rodrigo De Paul son algunos de “sus” nombres y aunque la renovación luego del descalabro de Rusia era inexorable, su bisturí, sumado a la coherencia y sabiduría de Ayala, Aimar y Samuel, operó con precisión quirúrgica.
Arranca la recta final y con ella, el tiempo de los detalles que definen los momentos límites. Italia fue una enorme alegría que sacó al equipo de la categoría de aspirante para ubicarlo en la de candidato, pero no menos de media docena de seleccionados se consideran favoritos y se disponen a exhibir desde fines de noviembre sus argumentos para quedarse con el gran premio.
Hay equipo. Con el entusiasmo que muestra la realidad, sin excesos ni exageraciones y evitando la tentación del triunfalismo, la conclusión es clara: con los pies sobre la tierra, es posible soñar con el cielo.