Nadal es eterno: 14 títulos en París, 22 de Grand Slam
El balear vence a Ruud para recuperar el trono de Roland Garros con su 14º trofeo y suma dos más que Federer y Djokovic en majors.
Nadal logra por fin ganar en Melbourne y Roland Garros en un mismo curso, y con su ranking de entrada más bajo, el número cinco (el lunes será el cuatro). Y es el cuarto tenista que vence a cuatro top-10 seguidos (Auger-Aliassime (9º), Djokovic (1º), Zverev (3º) y Ruud (8º)) camino del título de un major tras Mats Wilander en París (1982) y Federer en Melbourne (2017). Con 36 años y dos días, también es el campeón más mayor del torneo, honor en el que sucede a otro español, Andrés Gimeno, que lo fue con 34 años y 10 meses en 1972. "No sé lo que me espera en el futuro, pero voy a seguir luchado para continuar", dijo en la entrega de trofeos.
Con su hábil narrativa, Rafa, consumado experto en manejar situaciones delicadas en los torneos más importantes, se colocó en un papel secundario, por debajo de otro candidatos como el propio Djokovic e incluso Carlos Alcaraz. Venía con dudas reales por culpa de su dichoso pie, el que casi le hizo retirarse en Roma cuando jugaba contra Shapovalov. Semanas antes, una lesión en las costillas había frenado su impecable trayectoria con los títulos de Melbourne, el Open de Australia y Acapulco. Cabalgaba con 20 victorias consecutivas hasta que le sobrevino ese problema costal en la final de Indian Wells ante Fritz. Ya había logrado lo imposible antes, en la antípodas con aquella remontada increíble frente a Medvedev. Y en Roland Garros, entre rumores de retirada generados por sus propias palabras, repite éxito, sin tanta épica, pero con idéntico mérito. Lo consumó el último día, aunque, con todos los respetos para Zverev y Ruud, Nadal ya había ganado la noche en la que derribó a Djokovic, justo después de que fuera eliminado Alcaraz, que hubiera sido su siguiente rival.
De menos a más
El mejor jugador sobre tierra batida desde 2020, con 66 triunfos, nueve finales y siete entorchados, se sintió sobrecogido ante la presencia de su ídolo y mentor en la Academia de Manacor, donde progresa desde 2018. Era el peor escenario posible ante el rival más complicado, al que además nunca se había enfrentado, aunque le conozca bien por los entrenamientos compartidos, para estrenarse en una gran final, y eso fue demasiado para él. Sin recurrir a su mejor tenis, Nadal minó la resistencia de Casper en el primer set, remontó tras un mal inicio en el segundo y le pasó por encima en el tercero cuando la luz solar y el calor impulsaron su estilo de juego, con la pelota menos hinchada y más viva para coger las revoluciones y los efectos que maneja con maestría el manacorí.
La final quedó un tanto deslucida, no nos engañemos, lo que no quita importancia ni virtud a la gesta de Rafa, un gigante que convive con el dolor desde el inicio de su carrera, y aun así ha logrado prevalecer como el mejor tenista de todos los tiempos. Seguro que él recordará este título como uno de los más especiales por todo lo sufrido antes y durante. Jugando fenomenal, bien, regular e incluso mal, es capaz de ser el más grande en casi cualquier circunstancia, por esa mentalidad inquebrantable que tantos admiran y que algunos envidian. La que le ha convertido en leyenda, por los siglos de los siglos. El deporte, y sobre todo la gente a la que hace tan feliz, le desean una larga vida.