Si querés llorar, llorá: el análisis de la clasificación de Boca
Boca se tomó revancha del año pasado: sólo pateó al arco en los penales y eliminó al Racing de Gago.
El fútbol tiene estas cosas. Establece que cuando hay empate en un partido que requiere un ganador, la historia se define por penales. Y en los penales, Boca tiene sus fortalezas. A Rossi, intimidante. A sus shoteadores casi infalibles (tranquilo, Toto, puede pasar). Boca no estafó a nadie, no hizo trampa, no cometió ninguna ilegalidad. A muchos les molestan las formas, pero son válidas. El que quiera llorar (sea de Racing o de otros equipos que quedaron afuera antes), que vaya a llorar. A una conferencia de prensa, a la cancha, a un estudio de radio o de tele, a la iglesia... Cada cual llora donde puede. Incluso esta nota es un buen lugar para llorar mientras la leés.
Hay una instancia anterior a los penales, que es el partido en sí mismo, y ahí Racing demostró por qué llegó hasta donde llegó. Fue mejor que Boca, que perdió en toda la cancha y en todos los rubros: intensidad, presión, tenencia, llegadas, protagonismo, tiros al arco (no pateó nunca, como nunca había pateado Racing el año pasado). Recién a los 23 minutos del segundo tiempo tuvo su primer córner el equipo de Battaglia. Por qué no pudo repetir lo que había hecho contra Defensa, será motivo de análisis interno. No tuvo funcionamiento, los centrales no achicaron para sostener una presión alta, el equipo nunca estuvo corto, nunca puso en aprietos a Racing, no tenemos ni idea de cómo ataja Chila Gómez. La apuesta por Ramírez no se justificó, a Romero le faltan dos o tres graditos de temperatura para jugar estos partidos. Por momentos hasta faltó inteligencia. Que un jugador del ascenso como Copetti haga amonestar a dos centrales de recorrido internacional como Rojo y Zambrano preocupa. Gracias a Dios, a la Virgen y a los Santos Evangelios ya está de vuelta el capitán Izquierdoz, un tipo pensante capaz de asumir que no están "conformes con lo que se hizo".
¿Qué se puede destacar? La puntería en los penales, la templanza para patearlos. El triunfo, porque en definitiva lo es. Recordar siempre lo que decía el Virrey: una victoria llama a otra victoria. Esto fortalece el ánimo de cara a los partidos de Copa Libertadores. Eso es lo más importante, incluso más que otra estrella local (obvio que igual hay que ganarla). Pero allí, contra Corinthians y Cali, habrá que ganar en los noventa y pico de minutos. Y será más fácil con las armas de los últimos partidos, la mejoría que se había mostrado en la previa de la semifinal con un equipo más emparentado con la historia.
También hay que destacar la resiliencia, el carácter para sobreponerse a un tema delicadísimo como es tener en el plantel (y en el equipo titular) a un jugador que irá a juicio oral por violencia de género y que unas horas antes de la semifinal fue denunciado por violación e intento de homicidio. Es fuerte, eh.
Y por último, no hay que olvidar las lágrimas de Varela, el pibe que comió banco en muchos partidos, que a veces ni fue al banco, que debió bajar a la Reserva por algunas actitudes y que salió del pozo para definir la semi con una categoría que muchas veces le vimos, pero que hoy surgió en un momento clave, de ésos que marcan de qué estás hecho. Y el pibe está hecho de la mismísima esencia de Boca, un club pasional, esforzado y grande. Un sentimiento.