ROLAND GARROS / Sangre, sudor y Djokovic
El balear gana a Auger-Aliassime en su tercer partido a cinco sets en 18 Roland Garros y se enfrentará en cuartos al serbio por 59ª vez.
En los otros dos, contra Isner en la primera ronda de 2011 y ante Djokovic en las semifinales de 2013, también ganó.
Por su grandeza, Rafa sólo ha necesitado apurar las cinco mangas en 38
ocasiones (25-13) en sus 20 temporadas como profesional. Repetir
éxito y fortuna le permite llegar hasta el serbio, que se deshizo con
mucha facilidad del argentino Diego Schwartzman (6-1, 6-3 y 6-3 en
2h15). Se enfrentarán en cuartos el martes por 59ª vez. El cara a cara global lo domina el número uno por poco (30-28). El balear manda en Grand Slams (7-10), en tierra (8-19) y sobre la arcilla de París (2-7).
Será la tercera ocasión en la que los dos astros del tenis mundial se
encuentren tan pronto en la Bois de Boulogne. Las dos anteriores se
saldaron con un triunfo para cada uno. Nadal ganó en 2006 y Djokovic, en 2015. La suya es la madre de todas las rivalidades y uno no se cansa de verlos pelear. Se medirán con sensaciones diferentes. Las del balcánico parecen mejores. No ha perdido un set en cuatro partidos y lleva menos tiempo en pista (8h13 contra las 10h43 de Nadal). "Nos conocemos muy bien. Hemos tenido muchas historias juntos. Él viene de ganar en París y no es una situación ideal para mí. Pero esto es Roland Garros y es mi torneo preferido. Lo que garantizo es que trataré de hacerlo lo mejor posible y que lucharé hasta el final", advirtió Rafa.
Se esperaba una dura oposición por parte de Auger-Aliassime, pero el de Montreal superó las expectativas sin los consejos de su asesor, el tío y exentrenador de su rival, Toni Nadal, que en su momento aclaró que no intervendría en ningún caso antes ni durante un enfrentamiento entre Felix y su sobrino. El técnico se sentó a ver tranquilamente el partido en el palco de honor de la Philippe Chatrier, junto al presidente de la Federación Francesa de Tenis, Gilles Moretton, y el exjugador Mansour Bahrami. "No puede desear que pierda, quiere lo mejor para mí", había dicho Nadal después de ganar al neerlandés Van de Zandschulp. El caso es que Auger-Aliassime le puso el partido cuesta arriba desde el minuto 1. Con un doble quiebre se apuntó un primer set en el que titán de Manacor parecía moverse sin energía, con golpes que se quedaban a mitad de pista. La bola no le corría nada ni la sentía como de costumbre en su jardín de polvo de ladrillo. Su desempeñó hizo pensar en un desenlace fatal.
Crecimiento y valor
Pero Rafa creció después de sacar adelante el tercer juego de la segunda manga. A partir de ahí, casi no sufrió con su servicio y mantuvo esa tendencia para adelantarse en el tercer parcial, gracias a unas defensas brillantes que provocaron el error de su oponente en un remate fácil que le costó un nuevo quiebre. Parecía posible que Nadal cerrara el triunfo en cuatro parciales. Sin embargo, Auger-Aliassime se insurgió. No se dejó amedrentar por lo mal que pintaba para él el encuentro y en una secuencia de break, contrabreak y break niveló el marcador.
El quinto set fue tenso. Los saques abiertos del canadiense le complicaron la vida al español, que salió a por todas al resto con 4-3 a su favor. Ahí hizo fuerza con la cadera para que sus hercúleos brazos pudieran desplazar con más velocidad y mordiente la bola ("Estoy orgulloso de la actitud al final, cuando he sido agresivo", se congratuló). En su contrincante asomó esa vena perdedora que le ha hecho caer en nueve de las diez finales que ha disputado. Un pasante y un revés agónico a una mano para llegar a una volea de Felix le dieron al ganador de 21 Slams la gasolina que necesitaba para salvar una situación en la que sólo se había encontrado otras dos veces en su evento preferido. Y como su Madrid, al que había animado en el Stade de France, salió airoso. Y lo mejor es que, físicamente, su rendimiento no despertó dudas.