¿Qué fue de Roberto Baggio?

El ‘Divin Codino’ ya no quiere saber nada del fútbol: “No veo ni los partidos, no me divierten”. En su vida ya hay otras prioridades…

Mirko Calemme
As
“Desde que Baggio no juega más, ya no es domingo”, dice una famosa canción del italiano Cesare Cremonini. En esa frase, hay todo lo que el 'Divin Codino' representa para los italianos. No hay una hinchada en particular que se sienta más ligada a Baggio. Roby es de todos y su carrera, en el fondo, lo demuestra. Vicenza, Fiorentina, Juventus, Milan, Bologna, Inter, Brescia... Jugó en los tres grandes y acabó en el fútbol "de provincia", haciendo magia hasta el final. Muchos le recuerdan por el penalti fallado en la final del Mundial de 1994, un error que marcó su carrera, pero no pudo cancelar todo lo que regaló con su clase.

Jugó en los clubes 643 partidos, marcando 291 goles (muchos de ellos, verdaders  joyas), y en las Nazionale anotó 27 en 56 presencias. Un talento inmenso que las constantes (y graves) lesiones en las rodillas no pudieron parar y que le valió el Balón de Oro de 1993, aunque muchos menos títulos de los que merecía. Apenas ganó dos scudetto, una Copa italiana y una Copa de la UEFA. Su carrera se terminó en 2004 en un Milan-Brescia, con San Siro dedicándole una enorme ovación y Paolo Maldini a su lado. Después, apareció cada vez menos.

Hubo un momento en el que parecía que su periplo en el mundo del fútbol iba a continuar. En 2010 se convirtió en el presidente del sector técnico de la Federación Italiana de Fútbol y en 2012 logró el título de primera categoría UEFA Pro, con el que podía entrenar también equipos de Serie A. La aventura, sin embargo, acabó mal: "A mí los 'sillones' no me interesan. Mi programa de 900 páginas, presentado en noviembre de 2011, quedó en letra muerta. Asumo las consecuencias".

La aventura como directivo terminó el 23 de enero de 2013. Hace poco, en una entrevista con 'La Repubblica', la recordó así: "No veía la hora de irme. Dejar eso me devolvió la vida, el oxígeno. Estaba ahogándome, todo me hacía demasiado daño, dolor físico". Desde entonces, Baggio no quiso saber nada más del fútbol. Lo reivindicó de manera tajante: "A la gente le parece raro, pero ¿y qué? ¿Los que sin el fútbol están felices son unos fracasados? No miro ni los partidos, no me divierten. Juzgar a los otros me incomoda, veo excompañeros que hablan como profesores y me acuerdo de que no sabían ni tocar el balón con las manos".

Su suerte, entonces, es "haber encontrado algo distinto" que le satisface: "Corto leña, utilizo el tractor, y por la noche estoy tan cansado que me mareo". El exfutbolista vive en Altavilla Vicentina con su mujer y sus tres hijos, y allí se ocupa de la finca familiar. Con 54 años, Baggio ya tiene otras pasiones, también en los deportes: "Prefiero el baloncesto. O'Neal me caía bien, era hincha de Kobe, adoro a LeBron. También me gusta el fútbol femenino, las mujeres tienen pasión y carácter".

Otro de sus compromisos es la caridad. En 2010 ganó el prestigioso Peace Summit Award por sus contribuciones a las organizaciones benéficas, por haber financiado hospitales y ayudado en muchas batallas de solidaridad. Es budista desde hace 30 años y, en 2014, inauguró cerca de Milán el centro budista más grande de Europa.

En su vida ya no hay tiempo para el fútbol. Se volvió a hablar de él hace justo un año, cuando Netflix presentó 'Il Divin Codino', película sobre su carrera. Después, los focos se apagaron otra vez. Hay otras prioridades: “La naturaleza te da las llaves para ser feliz, pero llenar tu vida depende de ti mismo. Hay que saber utilizar las manos, no solo los pies. Trabajar en el campo es muy duro, pero allí eres tú el que elige los colores de tu cuadro”.

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