Por qué Boca es el padre de River

La paternidad es algo serio. Implica responsabilidad y compromiso. Algunos escapan pero River tiene suerte: Boca lo reconoce como su legítimo hijo, más allá de cualquier mancha.


Sin embargo, pasa en las mejores familias, muchas veces son los hijos quienes reniegan de sus padres, sobre todo cuando éstos son muy grandes. No hay que llamar a ningún psicólogo: eso se llama complejo de inferioridad. El hijo, ese pequeño ser que de chico admiraba a su padre, de pronto arremete contra él, se pone a competir, le pesa ser "el hijo de...". No está mal iniciar el camino propio, independizarse. Pero hay cosas que no cambian porque la naturaleza las hizo así: no puede el padre ser hijo, y el hijo, padre. Pongamos un ejemplo deportivo para que se entienda mejor. La de Boca sobre Estudiantes es la paternidad más grande del fútbol argentino. Y hubo un día en que el hijo le ganó al padre una final, en 2006. El hijo festejó, por supuesto, como se debe. Pero en ningún momento intentó invertir los roles. No se le ocurrió por ilógico, por antinatural: Estudiantes sigue siendo el hijo de Boca. Lo más normal del mundo.

Esto, que parece tan sencillo que ni se debería explicar, viene a cuento de que River intenta dar vuelta la historia. Cree que la paternidad se acabó con la final en Madrid. Hay partidos que son importantes, muy importantes, históricos. En una época en la que el marketing aún no había hecho de las suyas y las redes no existían, Boca le ganó a River la primera final entre los dos, la del Nacional 76. Hubo un festejo normal, al tiempo pasó a ser recuerdo, tan poca bola se le dio que el gol -Suñé, de tiro libre al Pato Fillol- estuvo perdido mucho tiempo y nadie se encargó de buscarlo. La final de Madrid, en cambio, marcó a fuego la historia de River. Es considerado por sus hinchas el partido más importante de la historia y están casi casi en lo cierto. Es el más importante de SU historia. Y esto demuestra lo que significa para el hijo acomplejado ganarle al padre. Es SU mayor victoria desde el inicio hasta el fin de los tiempos. Boca es lo máximo a lo que pueden aspirar.

Cuando quisieron enfrentar al Real Madrid, por ejemplo, no pasaron el filtro de un equipo denominado Al-Ain, desconocido hasta ese momento, que pertenece a los Emiratos Árabes Unidos. O sea: la alegría de River era tan grande por haber vencido a su padre que luego no le pudo ganar a un equipo de fútbol-desierto (no llega a fútbol-playa porque no hay costa). Es como cuando un tipo va y le gana a Federer: ya está, llegó a lo máximo. Sin embargo, cuando revise los libros de historia, verá que Federer se lleva capítulos y la victoria de ese tipo estará en una línea. Simplemente porque todos los triunfos valen uno, por mejores sensaciones que dejen. Parece una boludez aclararlo, pero hay gente corta, qué se le va a hacer. Es como si Boca considerara que el 2-0 en la Bombonera que inició el tobogán definitivo hacia el descenso de River valiera más de un partido. No, señor. Vale uno. Por más que eso les haya significado un año de involuntario turismo interior -encima sin el beneficio del Previaje- y la famosa mancha que no se borra nunca más.


Queridos muchachos de la web, sólo escribo esto por ustedes. Traté de ser lo más didáctico posible y espero no tener que profundizar. Si madre hay una sola, por una cuestión de igualdad de género debemos decir que padre también hay uno solo. Ni hace falta recurrir a la estadística, que habla de seis partidos a favor o algo por el estilo. Nos despedimos hasta la próxima en el nombre del Padre (Boca), del Hijo (River) y del Espíritu Santo. Amén.

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